Desde hace semanas, se viene filtrando que el gobierno nacional planea modificar la Ley de Glaciares por decreto. La idea es redefinir qué es un glaciar, y qué es “ambiente periglacial”, de modo tal que queden fuera del inventario muchas zonas que hoy están protegidas.
Los glaciares son reservas estratégicas de agua dulce. Durante el verano, cuando no hay lluvias o nieva menos, los glaciares se derriten de forma lenta y constante, liberando agua que alimenta ríos, lagunas, napas. Nuestro país tiene más de 16.000 glaciares que representan la mayor superficie glacial de América Latina —incluso más que Chile o Perú—, concentrada principalmente en la cordillera de los Andes, desde Mendoza hasta Tierra del Fuego.
En regiones áridas o semiáridas como Cuyo o el noroeste, esta agua de deshielo es literalmente la que sostiene la vida. Sin glaciares, muchas de nuestras poblaciones se quedarían sin agua para consumo, riego o producción.
Desde hace semanas, se viene filtrando que el gobierno nacional planea modificar la Ley de Glaciares por decreto. La idea es redefinir qué es un glaciar, y qué es “ambiente periglacial”, de modo tal que queden fuera del inventario muchas zonas que hoy están protegidas. También se quiere limitar la “función hídrica” a solo algunos glaciares visibles o de grandes dimensiones. Todo lo demás, quedaría desprotegido. ¿Y qué pasa con eso? Que se habilita la explotación minera donde hoy está prohibida.
Modificar una ley ambiental por decreto es ilegal, es inconstitucional, y atenta contra el principio de no regresividad en derechos ambientales.
¿Qué dice la Ley de Glaciares?
La Ley 26.639, sancionada en 2010, se llama formalmente “Ley de Presupuestos Mínimos para la Preservación de los Glaciares y del Ambiente Periglacial”.
Nace luego de una gran movilización ciudadana y científica, y tiene cuatro puntos clave:
- Protege los glaciares y el ambiente periglacial como reservas estratégicas de recursos hídricos para consumo humano, agricultura, ecosistemas, y mitigación del cambio climático.
- Prohíbe actividades que puedan dañarlos, como la minería, la exploración petrolera, y la construcción de infraestructura que los afecte.
- Crea el Inventario Nacional de Glaciares, para registrar y mapear todos los cuerpos de hielo del país que cumplen una función hídrica.
- Obliga a realizar evaluaciones de impacto ambiental antes de cualquier actividad en zonas glaciares o periglaciares.
La ley no prohíbe la minería en general. Lo que hace es poner límites muy claros: no se puede hacer minería en zonas donde haya glaciares o permafrost, porque ahí está en juego el agua.
El rol del Inventario Nacional de Glaciares
Este fue uno de los avances más importantes de la ley. Por primera vez, un equipo técnico del IANIGLA (Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales) relevó uno por uno todos los glaciares y cuerpos de hielo del país.
Y no sólo los grandes, como el Perito Moreno o el Upsala. También los más pequeños, los que están en altura, los que están en zonas sin turismo, pero que igual cumplen función hídrica.
Este inventario es clave porque establece, con evidencia científica, dónde se puede y dónde no se puede tocar. Y muchas veces, lo que se quiere modificar es eso: el límite entre lo protegible y lo explotable.
El conflicto con las mineras: el caso Barrick Gold
Uno de los principales motivos por los que se sancionó esta ley fue el avance de la megaminería a cielo abierto sobre zonas glaciares. Y en ese sentido, el caso más emblemático es el de Barrick Gold, una empresa canadiense con varias denuncias por daño ambiental.
Barrick explota el yacimiento Veladero, en la provincia de San Juan. Y proyectaba desarrollar Pascua Lama, un megaemprendimiento minero binacional entre Argentina y Chile.
El problema es que esas explotaciones estaban sobre glaciares o en zonas periglaciares. Es decir, en lugares que debían estar protegidos.
Y acá hay que decirlo con claridad:
Barrick Gold tuvo derrames tóxicos comprobados en Veladero en 2015, 2016 y 2017. En uno de ellos, se derramaron más de un millón de litros de solución cianurada que terminó en los ríos de la zona.
Por eso, hoy más que nunca decimos: el agua vale más que el oro.
No te pierdas la columna de la periodista Agustina Grasso sobre el tema
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