Estela Lemes (56), directora de la Escuela Bartolito Mitre, en la localidad de Costa Uruguay Sur, en Entre Ríos, Argentina, padece una polineuropatía aguda por exposición a pulverizaciones. Así lo reconoció después de once años la Justicia de Entre Ríos, quien falló a favor de la docente rural, hoy una referente sobre la problemática del impacto de los agroquímicos en la salud humana.
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Texto: Florencia Luján
26 de septiembre de 2012. Costa Uruguay Sur, provincia de Entre Ríos, Argentina.
Trece gurises (niños) juegan al aire libre en el momento del recreo. Mientras Estela Lemes prepara todo junto a otra maestra para celebrar un Encuentro de Escuelas Rurales, un hombre pulveriza sobre el campo lindero a la Escuela Nina N°66 Bartolito Mitre. Estela siente caer el ácido sobre su piel y corre con los trece gurises a esconderlos en un aula. Luego se dirige con uno de sus hijos a pedirle al hombre que deje de pulverizar. A diferencia de otras ocasiones, esta es la primera vez que lo hace en horario escolar.
Estela no sabe cuánto rato estuvo expuesta a los químicos que el hombre aplicaba sobre la plantación vecina de soja mientras ella le pedía con un guardapolvo en la mano que parara. Porque al lado había una escuela y gurises estudiando. Tampoco está segura de cuántas veces ha descrito esta escena. Pero sí de que lo hará las que sean necesarias para generar conciencia sobre el impacto de los agroquímicos en la salud humana. Lo dice parada frente a la escuela donde todavía trabaja, ahora como directora.
Desde 2014, Estela padece una polineuropatía aguda por exposición a pulverizaciones. Así lo reconoció en abril de 2021 la Justicia de Entre Ríos. Falló a favor de la misma docente rural que se ha convertido en una referente para las comunidades rurales sobre la problemática del impacto de los agroquímicos en la salud humana.
Antes y después de su llegada a “la 66”
La crisis social, política y económica de 2001 aún no estallaba en Argentina cuando Estela Lemes migró junto a cinco de sus siete hijos. Desde Ceibas a Gualeguaychú, en Entre Ríos, luego de ganar un concurso para dar clases en una escuela rural.
Lo primero que vio al llegar a la Bartolito Mitre fue un salón grande sin techo, sin puertas, sin piso, sin nada. Solo una luz muy precaria, dos baños pequeños y una casa inhabitable donde los hormigueros llegaban hasta el techo.
Su primer sueldo lo cobró seis meses después de llegar. Durante todo ese tiempo, ella y sus hijos vivieron de la jubilación de su mamá y de la ayuda de vecinas y vecinos de la zona. Gracias a esto pudo sostener no sólo a su familia, sino también a los gurises que asistían a la escuela. “Construimos esta escuela a medida que la habitamos. Yo hacía todo: ordeñaba una vaca, hacía pan en un horno de barro y le daba de comer a mis chicos y a otros gurises. No pasábamos de fideos con tuco y guiso”, recuerda con nostalgia Estela.
De acuerdo a un relevamiento de la Red Comunidades Rurales y la coordinación del Mapa Educativo Nacional, entre 2006 y 2010 funcionaban en Argentina 15 mil 596 escuelas rurales de nivel inicial, primario y secundario. Todos estos establecimientos se encuentran en poblaciones de menos de 2 mil habitantes, o en campo abierto. Este es el caso de Costa Uruguay Sur, un pequeño poblado rural ubicado en el litoral argentino.
Hay un antes y un después, tanto en su vida profesional como personal, marcado por la llegada de Estela a “la 66”, como acostumbra llamar ella a la Bartolito Mitre. “Mis cinco primeros años fueron de mucho aprendizaje, trabajo y amor (entregado y recibido). En esos momentos siempre priorice a los gurises. Ellos tienen que ser felices. Si no son felices y no tienen la panza llena, si su maestro no está feliz, no sirve explicarle las cosas de la manera más novedosa”, explica con una voz clara y tranquila.
Estela y su lucha
Estela nunca demostró miedo o preocupación. Ante esos trece gurises agitó un guardapolvo delante un aplicador de agroquímicos pidiéndole que “dejara de fumigar”. Su prioridad siempre fueron ellos. Pero la exposición a los agroquímicos -agrotóxicos, según ella- también marcaron un antes y un después en su vida profesional y personal a partir de aquella tarde de septiembre de 2012.
“Sentí mucha impotencia porque pensaba: le están haciendo algo a mis gurises, que no eran sólo mis hijos, también eran mis alumnos. Los gurises siempre son nuestra primera responsabilidad. Ante cualquier cosa que pase tenemos que salir corriendo”.
Comenzó así una lucha que duró mucho tiempo. Después de once años, el 27 de abril de 2021, la Justicia de Entre Ríos reconoció que la docente rural padece de polineuropatía aguda, enfermedad causada por las pulverizaciones sobre la escuela donde trabaja.
Este fallo jurídico marca un precedente histórico en el país, donde aún quedan sin casos cerrar. Casos como los del aplicador Fabian Tomasi y la docente rural Ana Zabaloy. Estela es hoy una testigo viviente de lo que es llevar veneno en sangre, así como de los impactos que ello genera día a día en su salud. “Falta de aire constante, dolor muscular y a veces pérdida de equilibrio”, detalla una y otra vez, como en loop.
El impacto de los agroquímicos en la salud humana
Una vez liberados al ambiente, los agroquímicos se quedan en la tierra, en el agua y en el aire. Así lo evidencia una investigación de 2013 sobre el glifosato en aguas superficiales y suelos de cuencas agrícolas. No se puede negar la exposición de los seres humanos a estos productos. Ahora: ¿qué impacto tienen en su salud?
Miguel Lovera, Ingeniero Agrónomo de Paraguay y expresidente del Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semillas (SENAVE), menciona algunas de las enfermedades que pueden producir estas sustancias en las personas. “Cánceres linfáticos, trastornos cognitivos, malformaciones congénitas, daño cromosómico, alergias, afecciones respiratorias y enfermedades cutáneas”.
Ante la pregunta de qué tan tratables o curables son, Lovera explica que “todos estos males son tratables siempre y cuando se los trate desde sus primeros estadios de desarrollo”. Sin embargo, algunos casos son letales.
Un ejemplo emblemático de ello en Argentina es el caso de Fabián Tomasi, un hombre oriundo de la localidad de Basavilbaso, también en Entre Ríos. En 2005 comenzó a trabajar como aplicador de agroquímicos en una empresa agrícola de su ciudad. Después de confirmar que llevaba agroquímicos en su cuerpo, fue testigo, hasta su muerte en 2018, de lo que pueden hacer estos productos en el organismo.
Argentina y las regulaciones en el uso de agroquímicos
Agustina Etchegoyen, Química Ambiental, se permite una breve reflexión sobre los agroquímicos. “No podemos ya estudiar el impacto de los agrotóxicos en la salud humana desde el paradigma biomédico, que reduce la misma a los procesos individuales y biológicos. Debemos entender que el estado individual de salud, es una construcción compleja y multidimensional subsumido por los procesos económicos, políticos y culturales de la sociedad”.
Los impactos de los agroquímicos en la salud humana están comprobados científicamente. Pero parecieran no bastar para generar un cambio de paradigma desde el sector político o el agropecuario. No existe una ley nacional que regule su uso. El único instrumento legal vigente en el país en relación a esta temática es la Ley Nacional 27279, sobre el tratamiento de los envases vacíos de agroquímicos.
En lo que respecta al plano provincial, en Entre Ríos rige un decreto que regula el régimen del uso de plaguicidas en la actividad agropecuaria y reglamenta la Ley de Plaguicidas N° 6.599, cuya publicación data del 9 de septiembre de 1980 (aún no se ha actualizado). Entre otras cláusulas, el documento “establece la exigencia de contar con receta agronómica, confeccionada por un Ingeniero Agrónomo, a toda persona física o jurídica que realice la aplicación de plaguicidas en el ámbito provincial”.
La génesis de los agroquímicos en Argentina
Una premisa: la producción agropecuaria siempre fue la base más sólida del desarrollo económico en Argentina. Su trayectoria contempla hitos que marcaron un antes y un después en la historia social, política, económica y ambiental del país. Uno de ellos fue la Revolución Verde entre 1960 y 1980. Allí fue cuando se impulsó el incremento de la productividad agrícola a través de nuevas prácticas y tecnologías, como el uso de agroquímicos, para combatir el hambre en el mundo.
En Argentina, la aplicación de agroquímicos (herbicidas, fertilizantes e insecticidas) se formalizó a partir de la década del ‘90, con la expansión del sistema de siembra directa. El sistema necesita de estos para el control de las malezas en los cultivos. Por lo general, los cultivos que más los necesitan para lograr una mayor productividad son los denominados extensivos. Entre ellos están el maíz, el sorgo, la soja y el trigo.
Al margen de estos, los cultivos que más suelen ser pulverizados con agroquímicos son los frutales y hortalizas como la frutilla, la manzana, el durazno, la espinaca y el tomate, entre otros. Esto se debe a que con ellos no solo se busca mejorar el rendimiento productivo, sino también la calidad de presentación.
Es el modelo de producción agropecuaria que eligen hoy por hoy las empresas y agricultores para hacer rendir sus cosechas año a año. El mismo que, junto con el mal o inapropiado uso de ciertas tecnologías para su aplicación en los cultivos, ha generado un impacto negativo en la salud humana.
Agroquímicos en informes e investigaciones
De acuerdo con un informe publicado en el marco del Primer Encuentro Regional de Pueblos y Ciudades Fumigadas de Argentina, realizado en 2018, “más de 700.000 niños, niñas y adolescentes son fumigados en horarios de clase”. Cuenta de ello da el reportaje “Las manchas de la fumigación”, publicado en Gatopardo en 2016, sobre las secuelas que causaron las pulverizaciones en Avia Terai, una ciudad del norte argentino.
Por otra parte, un estudio de 2017 elaborado para la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por los expertos en productos tóxicos y derechos humanos en materia de alimentación Hilal Elver y Baskut Tuncak, revela que “el uso masivo e inadecuado de algunos insecticidas y herbicidas provoca la muerte por intoxicación de unas 200.000 personas al año”.
Aunque el Grupo de Evaluación de Glifosato (AGG) de la Unión Europea (UE) concluyó recientemente que el uso de glifosato es seguro cuando se utiliza según las instrucciones y no produce carcinogenicidad, los técnicos responsables del informe han pedido datos adicionales para confirmar esta conclusión.
No obstante, dichos factores parecen no ser suficientes para alterar el actual modelo de desarrollo agroindustrial. Según la Prospectiva Agrícola 2030 realizada por la Subsecretaría de Agricultura de la Nación, en Argentina se prevé para la próxima década un aumento de las tierras destinadas a los cultivos. El objetivo declarado es de incentivar la producción agrícola en el país.
Apuesta oor la agroecología
Sin embargo, hay que destacar que, si bien no en su totalidad, se están realizando esfuerzos dentro del mismo sector agropecuario para disminuir el uso de agroquímicos en los cultivos. Un ejemplo de ello es la apuesta por la agroecología. Rafael Lajmanovich, profesor titular de Ecotoxicología en la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad del Litoral, menciona que esta es la única alternativa para restringir el uso de agroquímicos.
En un artículo publicado en Mongabay sobre agroquímicos y desechos industriales en el Gran Chaco argentino, Lajmanovich dice que “es la única manera de continuar cultivando, tal vez con rindes menores, pero también con menor gasto de insumos”. Esta precisión no es menor, ya que en esta disputa de los agroquímicos también surge la pregunta de si estas alternativas de producción más amigable con el medioambiente son realmente rentables para los productores .
“Los agrotóxicos enferman y matan”
Horas después de conocerse el fallo de la Justicia de Entre Ríos sobre el caso de Estela Lemes, ella insistió en una entrevista con Radio Nacional Gualeguaychú en llamar a estas sustancias “agrotóxicos”. Y no “agroquímicos” o “fitosanitarios”. Algo que desde entonces se ha generalizado entre quienes están en contra de las pulverizaciones con fines agroindustriales.
“Me dejaron una afección muscular muy grande. Se me están atrofiando de a poco los músculos de todo mi cuerpo; principalmente en el lado derecho. Además, la parte neuronal no tiene vuelta atrás. Los agrotóxicos enferman y matan”, sentenció.
Pese a ser hoy una referente en comunidades rurales sobre la problemática del impacto de los agroquímicos en la salud humana, Estela reconoce que al principio estuvo muy sola en su lucha personal y colectiva por tratar de generar conciencia al respecto. “El gremio docente recién hace tres años se acercó y la gente del campo me veía como una traidora. Entonces muchas veces decía: ya está, hasta acá llego”, recuerda sentada en una cafetería de Gualeguaychú.
Aún con el peso que conlleva su enfermedad nunca dejó a un lado sus responsabilidades como docente rural. A diferencia de lo que sucede en una escuela de ciudad, son muchas más: enseñar, cocinar, limpiar, cuidar, administrar y gestionar siempre. “El maestro rural sabe que cuando suelta la tiza tiene que ser enfermero, ordenanza, cocinero, lo que sea. Porque ahí no sólo se enseña frente al pizarrón. Es una labor que va mucho más allá del trabajo en el aula. Es un compromiso con los gurises”.
«Esta escuela no es del Estado, sino mía»
Estela está en edad de jubilarse pero aún no quiere hacerlo, mucho menos imaginarlo. Siente que todavía le queda tiempo para ejercer su rol de directora, sobre todo lo que tiene que ver con gestionar, para lo que reconoce que tiene mucho éxito. “Aunque en broma digo que esta escuela no es del Estado sino mía, sé que en algún momento me voy a tener que jubilar, pero acá pasé los años más lindos de mi vida personal y profesional. Me va a costar mucho. Me van a tener que jubilar”, ríe.
En muchas oportunidades, cuando sentía que no daba más, Estela intercambiaba correos con Fabián Tomasi, quien de muchas maneras la alentaba a seguir porque la sociedad tenía que saber lo que estaban viviendo ambos. Fabián se refería a Estela como una “hermana”. Una vez, en el marco de una entrevista en la que pudieron verse personalmente, él dijo que cuando alguien quisiera saber lo que significa llevar el veneno en su sangre, le preguntara a Estela.
Esas palabras, para Estela, se convirtieron en un legado.