Mujeres, la primera línea de batalla por el COVID-19

Según datos de Naciones Unidas, el 70% de trabajadoras del sector sanitario y social son mujeres. Trabajadoras sociales, mujeres de la limpieza, el sector de los cuidados, voluntariado, enfermeras. ¨Quienes, por cierto, cobramos menos y trabajamos más precariamente¨, crónica en primera persona de una voluntaria española de la Cruz Roja en Barcelona.


Quién me conoce bien sabe que en más de una ocasión he fantaseado con el hecho de que nos viésemos obligades a quedarnos en casa una buena temporada. Es por esto que, en los días previos a la declaración del Estado de Alarma en España, bromeaba con mis amigas y familiares sobre el hecho de confinarnos en casa.

Yo, tan acostumbrada y encariñada con la soledad, pensaba que, cuando un momento como éste llegara, sería la persona más feliz del mundo.

Leer, meditar, escribir o, simplemente, no hacer nada. Siempre había tenido una firme convicción de que, en la sociedad en la que vivimos, que nunca nos permite parar y que nos empuja a ser excesivamente productives todo el tiempo, era necesario un parón como este. Creo que muches lo estábamos esperando.

Sin embargo, jamás me imaginé que sucedería de esta manera, ni que este tan necesitado respiro nos fuera a imponer, como moneda de cambio, el hecho de llevarse tantas vidas por delante.

Tampoco nadie se imaginó que, una ciudad tan masificada y llena de turistas como es Barcelona, de repente se iba a ver completamente vacía. Y no solo eso, sino que además los hoteles iban a terminar convertidos en hospitales.

Las noticias sobre cómo se estaba afrontando la pandemia del COVID-19 en Italia nos empezaron a llegar y, sin embargo, durante muchos días seguimos pensando que no nos iba a tocar a nosotros.

Actualmente, España es el segundo país con más contagios por COVID-19, superando a Italia.

En Europa funcionamos así, nuestros problemas nunca son “nuestros”, sino que siempre pertenecen al otro. Incluso aunque haya muertes de por medio.

Pero, poco a poco, empezamos a ser conscientes de que la situación distaba mucho de ser una broma y de que la posibilidad de vernos obligados y obligadas a encerrarnos en casa como medida para contener el contagio era cada vez más real.

Sin embargo, cuando empecé a tomar consciencia sobre la posibilidad de tener que pasarme casi un mes completamente aislada y lejos de mi familia, tuve sentimientos contradictorios: por un lado, caí en esa romantización del confinamiento, con reflexiones del tipo: “Esto es lo que el mundo necesitaba” o “Nos empujará a ser más humanos, mejores personas”.

Pero no puedo negar que, a la par que hacía ese tipo de afirmaciones, la angustia y el miedo me iban invadiendo: “¿Y si no salimos?” “¿Y si realmente no sé estar sola?” “¿Y si echo de menos a los míos?”.

El viernes 13 de marzo hice un par de compras (confieso que me dejé llevar un poco por el pánico y la presión social) y me confiné en casa. Seguidamente desde el sofá le mandé un mensaje a mi amiga Andrea, enfermera en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, para preguntarle cuán preocupante era la situación.

En aquel momento creo que ni siquiera ella sabía del todo cuál era la gravedad del asunto, a día de hoy todavía no lo sabe nadie. Estábamos improvisando. Todavía hoy lo estamos.

La solidaridad nos salvará

Empecé a buscar opciones de voluntariado y me ofrecí a mis vecines a traerles la compra o medicamentos, colgando un cartel en mi comunidad. Necesitaba moverme, sacarlo todo, expresar mi Dharma. No podía simplemente #quedarmeencasa. En este tipo de situaciones, siento que lo único que nos puede salvar es la solidaridad y el ser más humanos/as entre nosotres.

Me llamaron de Cruz Roja cuando tan sólo llevaba unos días de confinamiento y ese mismo fin de semana empecé a trabajar en un albergue con 56 personas sin techo.

Poco después, me trasladaron a Fira Barcelona, donde se había habilitado un espacio para acoger a más de 200 personas que, en el momento de la declaración del estado de alarma, se encontraban durmiendo en la calle.

El confinamiento puede resultarnos angustioso, agobiante. Pero imaginarse pasar por algo así viviendo en la calle es algo que pocos podemos imaginar. Y es por esto que en estos momentos la ayuda humanitaria resulta imprescindible.

¿Número de registro? ¿Número de consigna? ¿Nombre y apellidos? ¿Tiene permiso de residencia? ¿DNI? ¿Pasaporte? ¿Dónde reside habitualmente? (Sin duda, la pregunta más incómoda para mí). ¿Yo? Pues en la calle… (Esta es, en la mayoría de los casos, la respuesta).

Cuando nos responden eso tenemos que preguntarles por qué zona de la ciudad suelen “moverse”. Casi haciendo como que normalizamos el hecho de que la calle es un lugar digno y acogedor para vivir.

Para suavizarlo, les explicamos que todas esas preguntas se las hacemos para que Servicios Sociales se pueda poner en contacto con ellos una vez se termine el confinamiento, con el objetivo de ofrecerles algún tipo de ayuda. Algo que yo, como una simple voluntaria de Cruz Roja que soy, desconozco y no puedo garantizar, aportándoles esa seguridad que, muchos de ellos, en este momento necesitan. Pero ni siquiera yo me siento segura del todo, a pesar de mi privilegio.

Esta situación produce una angustia casi inetivable y también inexplicable para la mayoría de nosotres. Esto es debido a la novedad de la situación. Es como estar ante un precipicio, a punto de saltar, y no saber lo que hay debajo.

¿Cómo debe ser, pues, para esas personas que se han encontrado, de repente, con esta situación sin tener un hogar al que volver cuando todo esto termine, un lugar en el que refugiarse?

Marcadas de por vida

De la misma manera, tampoco podemos imaginarnos lo que está suponiendo esta crisis para aquellas personas que están trabajando en primera línea de batalla: Las médicas y enfermeras.

Mi amiga Andrea, quién me tranquilizó pocas horas antes de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciara las medidas de confinamiento y la declaración del Estado de Alarma, me explica dos semanas después cómo está siendo su experiencia trabajando en el Hospital de la Vall d’Hebron de Barcelona.

Según ella, la preocupación que impera entre el personal sanitario es el miedo al contagio, a poder ser partícipes de la propagación del virus:

“A mí lo que más miedo me da es que yo no tengo la posibilidad de hacer la cuarentena como cualquier otra persona que trabaje en otro sector. Somos muchas personas las que estamos expuestas y evidentemente nos da miedo coger el virus. En mi caso, yo voy a seguir estando en contacto con gente enferma una vez pase este tiempo. Estamos privándonos de muchas cosas para evitar que esto vaya a más, pero yo me planteo el hecho de ver a mi familia. Yo no los voy a poder ver hasta que no pase por lo menos un mes y medio o dos meses. Muchos enfermeros y enfermeras tenemos ese miedo. Yo vivo sola, y a mí me da igual, pero siempre tengo ese miedo: El de poder contagiar a otras personas.”

Sin embargo, existe otro miedo que el personal sanitario también comparte, y es la posibilidad de caer enfermos/as y de no poder seguir ayudando. Para Andrea, hay algo que está muy por encima de estos miedos, y es su vocación: “Yo no estoy trabajando ahora porque “me haya tocado”. Yo trabajo porque quiero y porque es mi vocación, cuidar a otras personas. Aunque me tuviera que ir a la guerra, lo haría. De hecho, nosotros ahora estamos en la guerra, porque nos estamos poniendo en peligro sin saber si, además, estamos propagando el virus.”

Y entre toda esta incertidumbre, son muchas las incógnitas y preguntas que están todavía sin responder. Por ejemplo, tal y como se plantea Andrea y muches de nosotres: “¿Por qué, por ejemplo, a muchos futbolistas se les está realizando la prueba, sin tener ninguna sintomatología clara y, sin embargo, a los sanitarios no se les hace la prueba semanalmente?”.

Una petición: Los sanitarios no quieren regalos. No quieren cenas, vestidos de novia, aplicaciones ni viajes gratis. Quieren que no se recorte más en Sanidad.

“No tenemos material, nos estamos haciendo nuestras propias mascarillas, algunos días nos hemos tenido que proteger con bolsas de basura. Trabajamos 12 horas con la misma mascarilla. Salgo a las 7 de la tarde de casa con la mascarilla puesta y me paso hasta 13 horas llevando la misma.”

Las marcas físicas que queden después de esto son provocadas por el uso de los EPI (Equipos de Protección Individual). La sensación de Andrea al levantarse después de un turno de noche es la de tener la nariz rota.

Pero, por supuesto, las peores cicatrices son las psicológicas, porque perduran más en el tiempo, y no se ven: Las personas que están trabajando con pacientes de COVID-19 tienen el cansancio y sentimientos de impotencia acumulados. Mucha gente después de todo esto va a tener que ir al psicólogo.”

Si esto es una guerra, las mujeres somos los soldados

Según datos de Naciones Unidas, el 70% de trabajadoras del sector sanitario y social son mujeres. No me da miedo afirmar que, en medio de esta crisis, que muchos gobiernos se han atrevido a calificar como “guerra”, las mujeres estamos en primera línea de combate.

Trabajadoras sociales, mujeres de la limpieza, el sector de los cuidados, voluntariado, enfermeras… Es una evidencia que la gran mayoría del personal que se expone, día tras día, no solo para salvar vidas, sino también para atender a todas aquellas personas que a menudo quedan invisibilizadas durante una crisis como ésta, son mujeres.

Quienes, por cierto, cobramos menos y trabajamos más precariamente.

Esto va a dejar una marca en el seno de nuestras sociedades que nos va a hacer replantearnos muchas cosas, entre ellas nuestro estilo de vida. El hecho de comer animales. La precariedad de ciertos sectores. La desigualdad de género. La deshumanización de los problemas y de las enfermedades, siempre que estas afectan solamente a aquellas personas que tienen un color de piel diferente al nuestro.

Pero, a su misma vez, hay un lado positivo en todo esto: se están tejiendo redes, se están conectando personas, energéticamente y a través de las redes sociales. Estamos echando de menos y, ¿por qué no? Muchas personas estamos reflexionando y trabajando para generar un cambio.

ONGs, políticos y el ejército están trabajando codo con codo, y todos los colores políticos se están acercando (por lo menos un poco) y están dejando a un lado sus diferencias para podernos salvar a todes de esta situación.

Cuando esto termine, los abrazos, los orgasmos, las borracheras y las cervezas con amigos van a tomar un significado distinto.

Sin embargo, esto llegará a otros lugares, en los que tal vez no estarán tan preparados, y tendremos que seguir demostrando nuestra humanidad y capacidad de unión para, cuando esto deje de ser “un problema del primer mundo”, poder ayudar a aquellos que no cuentan con las condiciones ni estructuras para poder afrontarlo.

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1 Comentario

  1. ¡Bravo, así se dice! Gracias por tus palabras.


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