¿Amar se volvió un acto de rebeldía? 

En una época donde se prioriza el ‘yo’, ¿establecer vínculos se volvió algo vulnerable?  Vivimos en una sociedad que quiere todo ya. Nos acostumbramos a la lógica del “si no me gusta, lo descarto”, como si las personas fueran productos que se pueden reemplazar con un simple swipe. Sin embargo, la búsqueda por algo más sostenido persiste. Pero no se logra. Entrevistas a especialistas que nos responden ¿Por qué amar ya no garpa?



Dicen que el amor es eterno mientras dura, pero hoy parece durar menos que un match en Tinder. Nos gusta tener vínculos pero huimos del compromiso. En un mundo donde todo se mide en eficiencia, amar parece haberse vuelto un acto de rebeldía. Ya no garpa enamorarse con la intensidad de antes; garpa no apegarse, garpan los discursos vacíos -que sirven como excusa para tapar el miedo-, garpa el “yo primero” por sobre todas las cosas. 

Parece que promovemos la libertad, pero en el fondo estamos más solxs que nunca. Lo paradójico de todo esto, es que el deseo de conectar persiste pero tiene que ser con nuestras reglas, que son utópicas y no permiten una flexibilidad. Como si una relación -y no hablo de una de pareja- fuera cumplir reglas y listo. Sin negociar, sin pactar, sin fluir. ¿Es que ya no sabemos amar? ¿O estamos reinventando el amor a nuestra manera?

¿Amar se volvió un acto de rebeldía? 

Pilar y Bautista se conocieron una noche de verano, en una juntada entre amigxs. Nada extraordinario: música, birra, risas. Pero entre ellos pasó algo. Una conversación que fluyó fácil, miradas que se sostenían un poco más de lo normal. Y así fue como empezó un pequeño vínculo entre ellos. Pilar recibió un mensaje de él: “Hace tiempo no me sentía tan bien con alguien. Hoy me sentí muy conectado con vos.”

Empezaron a hablar, a buscarse. Mensajes, memes, alguna que otra confesión tímida. Se veían cuando podían, sin etiquetas. Pero con el tiempo, algo cambió. Él seguía, pero no del todo. Respondía, pero cada vez más tarde. Ella no arriesgaba del todo, cada paso era calculado y medido. Aparecían en la vida del otro, pero a medias. Como si la conexión los hubiera asustado. Como si lo que había empezado a importar fuera también lo que más miedo daba. Un tira y afloje donde nadie se animaba a soltar, pero tampoco a avanzar.

Y entonces, la pregunta inevitable: ¿qué buscamos cuando decimos que queremos vincularnos? ¿Amor, compañía, ego, refugio, control? ¿Qué se pone en juego cuando el sentimiento empieza a tomar protagonismo y filtra la compuerta que le pusimos?

Un mundo a toda velocidad

“En un mundo que valora la velocidad y la eficiencia, lo amoroso y el construir con otro se han vuelto lujos que pocos se atreven a permitirse. La cultura del ‘yo’ nos ha enseñado a priorizar la autosuficiencia y la independencia, haciéndonos creer que mostrar vulnerabilidad o necesidad de conexión es un signo de debilidad. Se buscan conexiones profundas y significativas, pero no pareciera estar la disponibilidad para invertir el tiempo y el esfuerzo necesarios para construirlas. Hay deseo sin capacidad de espera y pretensión de resultados sin trabajo interno”, explica a Escritura Crónica la psicóloga Sofía Martinoglio .

Vivimos en una sociedad que quiere todo ya: respuestas rápidas, gratificaciones instantáneas, vínculos sin espera. Nos acostumbramos a la lógica del “si no me gusta, lo descarto”, como si las personas fueran productos que se pueden reemplazar con un simple swipe. En ese marco, el sexo muchas veces aparece como única vía de contacto, pero despojado de importancia o profundidad. 

El encuentro fugaz como única salida

Actualmente pareciera que solo importara el encuentro fugaz donde el límite es el mundo emocional. Se busca el placer inmediato, pero se evita cualquier cosa que implique vulnerabilidad o permanencia. Y así, el deseo se vuelve una carrera de estímulos vacíos, y el otro, apenas un medio para no sentir soledad —aunque al final, la refuerce.

Durante décadas, el sexo fue el gran tabú. Algo que se vivía en la intimidad, se nombraba en voz baja o directamente se evitaba. Con el tiempo, dejó de estar en el closet y pasó a ocupar con liviandad las charlas en la mesa. Pero, hoy pareciera haberse dado vuelta la ecuación: se habla más de sexo que de amor, más de cuerpos que de emociones bajo la excusa de “seres libres”

Para Laura Enriquez, sexóloga y terapeuta de parejas, esta aparente libertad no siempre se traduce en vínculos más genuinos o sanos: “El sexo casual dejó de ser tabú en muchos contextos, pero su mayor visibilidad no significa necesariamente una experiencia liberadora para todas las personas. Al mismo tiempo que se habilita más hablar de sexo, aparece un discurso que parece oponerse a todo lo que implique compromiso, como si una cosa invalidara la otra: o es sexo casual o es sexo comprometido. No hay punto medio.”

La búsqueda de algo sostenido

Y sin embargo, la búsqueda por algo más sostenido persiste. “Muchas personas quieren algo más duradero o comprometido, pero se enfrentan a dinámicas donde predomina la inmediatez, la baja tolerancia a la frustración y una idealización de la autonomía. Como si siempre tuviéramos que poder solos”, sostiene la psicóloga Sofía Martinoglio.

La paradoja es fuerte: el sexo se volvió tema de sobremesa, pero el amor —o incluso el deseo de amor— sigue generando pudor. Para la sexóloga Laura Enriquez, “hoy en día es más tabú hablar de sentimientos, de relaciones o de vínculos. El ‘¿qué somos?’ hoy en día es mucho más tabú que el sexo. El problema no es el sexo casual en sí, sino cuando se lo usa o se lo padece como única vía de acercamiento”¿Por qué a las personas nos cuesta tanto la entrega? ¿Qué se esconde detrás de la idea de libertad y plenitud cuando no estás vinculado emocionalmente? -Y con vincularse emocionalmente no me refiero a la idea de pareja, sino a la apertura emocional en una relación sexoafectiva con otra persona.

Las dificultades de comprometerse

Laura y Sofía respondieron a estas incógnitas que suelen aparecer mucho más de lo que creemos. Para Sofía -psicóloga- “la gente suele tener dificultades para comprometerse debido a la ilusión de control, con el fin de evitar el dolor o la creencia de que es posible no sufrir. Esto se asocia a menudo con la idea de no depender de nadie y poder resolver todo por sí mismo, sin darse cuenta de que esta actitud puede llevar a una profunda soledad que, paradójicamente, trae consigo un sentimiento de desolación mucho mayor”

Cambio de paradigma en la forma de relacionarnos

Para Laura Enriquez -sexóloga y terapeuta de parejas- lo que sucede es que “estamos frente a un cambio de paradigma en la forma de vinculación y lo estamos atravesando, estamos en el medio. Entonces esto hace que la mayoría de la gente no sepa bien qué hacer. Noto que estamos muy perdidos frente a estas nuevas formas de vinculación. Estamos frente a lenguajes nuevos y a tecnologías que también alteran esos lenguajes y cada cual va viendo cómo lo hacemos y encontrando las mejores maneras posibles para hacerlo.”

Relacionarse en la era del consumo y la cultura digital 

Lo que vemos hoy no es solo un fenómeno emocional o psicológico. También es social. El sociólogo Zygmunt Bauman definió este tiempo como una “modernidad líquida”, donde nada parece durar demasiado y todo —incluso el amor— se vuelve desechable. En su libro Amor líquido, describió relaciones humanas frágiles, marcadas por el temor al compromiso y por una lógica de consumo: nos vinculamos con otros buscando gratificación rápida, pero cuando el esfuerzo o la incomodidad aparecen, se opta por cortar.

En esa lógica, mostrar interés parece un virus mortal. No se trata sólo de decisiones individuales o “mala suerte emocional”, sino de un contexto que impone velocidad, rendimiento y productividad, también en el plano afectivo. “No me gusta, lo descarto” no es solo un swipe: es una filosofía de vida.

Para la psicóloga Sofía Martinoglio, “en una sociedad del consumo, la distracción es abismal. El hecho de estar para fuera y no estar conectado con lo que uno quiere, con lo que uno siente”. Acá se pone en juego también el rol que ocupamos en la vida de otra persona o viceversa, qué rol ocupan las personas en nuestras vidas y cómo son percibidas. 

“Las personas están posicionadas o se lo se posiciona al otro como un objeto para consumir, para sacarse las ganas en vez de para construir, para crear  para hacer un lazo. Se piensa las relaciones para llenar vacíos y satisfacer impulsos, en lugar de construir un camino y acompañarse con el otro. Puede tener que ver con el miedo al sufrimiento emocional y también con esto de perder la libertad o la independencia”, detalla Sofía. 

La cultura digital transformó radicalmente los modos de encontrarnos y relacionarnos. Las redes y las apps ampliaron las posibilidades, pero también introdujeron lógicas que muchas veces hacen ruido con el deseo profundo de conexión. Para la sexóloga Laura Enriquez “hay también como un efecto de vidriera: lo que se muestra suele ser una versión cuidada, mejorada, idealizada, que promueve la comparación permanente y la sensación de que siempre hay una mejor opción. Eso puede debilitar la paciencia, la tolerancia a la frustración y la capacidad de construir algo que no se resuelva en un click” 

Sexualidad, deseo e intimidad: lo que no se ve

Valentina y Benicio se conocieron hace cuatro años, en un cumpleaños al que casi no van. Se flecharon rápido, como si todo tuviera que empezar en ese instante, pero lo que vino después fue tan intenso como breve: algunas citas, un inicio prometedor que se desvaneció antes de consolidarse. Con el tiempo, dejaron de intentar llamarlo relación, pero tampoco supieron soltarlo. Hoy se siguen viendo, sostenidos por un contrato tácito del que no se habla, pero que ambos cumplen con precisión.

Un mensaje, un histeriqueo de semanas, una cita que finalmente se concreta. Tienen el discurso aprendido: solo sexo, nada de sentimientos. Y en ese pacto no escrito, no hay lugar para gestos tiernos ni para zonas blandas. Una cena, una copa de vino, y se entregan al deseo.

—¿Y? ¿Cómo te fue? —escribe la amiga de Valentina.
—Bien. Vino, charlamos, estuvimos. Lo mismo de siempre —responde ella, con un tono apagado, casi sin entusiasmo.
—Pero… —insiste la amiga, sabiendo que hay algo más por descifrar.
—Yo soy muy del afecto físico —agrega Valentina—, pero cuando lo quiero acariciar o tener otro tipo de contacto, es como si mi cuerpo se paralizara y se pusiera tosco. Y a él le pasa igual. Cuando me acaricia sin darse cuenta, fluye… pero en cuanto el cuerpo le manda la señal de lo que está haciendo, se nota que se frena.

—Sé que esta relación no me suma en nada. Pero tampoco me resta – Reflexiona ella.
—¿Y si no te suma en nada, para qué lo seguís viendo?
—Ya nos conocemos. Sé lo que le gusta, él sabe lo que me gusta. Podemos charlar… y fin —remata, con una mezcla de resignación, comodidad y entrega. Como si se aferrara a un vínculo que conoce de memoria, aunque ya no le prometa nada nuevo.

El sexo entre Valentina y Benicio no incomoda: es intenso, desafiante, casi automático. Lo que perturba viene después, cuando aparecen las caricias fuera de guion —una mano en la espalda, un roce en la mejilla, un quedarse un poco más—. No incomodan por lo que son, sino por lo que insinúan. Se buscan sin poder evitarlo, se necesitan sin animarse a nombrarlo. Y aunque ambos saben que no están listos para algo más, también saben que hay algo ahí, latiendo, que se les escapa cada vez que intentan atraparlo.

Tanto el deseo como la intimidad se complejizan. “La intimidad, otro concepto clave en sexualidad y en lo vincular, se volvió algo más compleja. En parte por el ritmo de vida acelerado y en parte por el miedo a la vulnerabilidad. Hay una búsqueda muy fuerte de conexión, pero también temor al costo emocional que implica o que se cree que va a implicar. La intimidad real no se construye solo con cercanía física o tiempo compartido, sino con la posibilidad de habitar zonas de incertidumbre, y eso hoy no siempre encuentra espacio”, sostiene la sexóloga Laura Enriquez. 

Desaparecer sin decir nada El desafío de vincularse (de verdad)

Lo fácil es desconectarse. Desaparecer sin decir nada, correr cuando las emociones se vuelven densas o dejar de responder porque “no sé qué decir”. Pero vincularse —de verdad— implica todo lo contrario. Y supone un gran desafío. 

“Son varios los desafíos, porque tiene que ver con habitar la incertidumbre sobre cómo abordar una relación, cómo relacionarse con un otro, cómo compartir. Eso requiere una comunicación efectiva: marcar límites, expresar lo no negociable, las propias necesidades, y hacer saber cómo uno se siente querido”, señala la psicóloga Sofía Martinoglio. También agrega, que estar en una relación implica mirar para adentro: “Están las influencias de las expectativas sociales y culturales, que muchas veces nos condicionan a vivir el vínculo de una forma que no es la que realmente necesitamos en ese momento de la vida.”

La comunicación afectiva como salida

Frente a eso, la comunicación afectiva aparece como una herramienta clave. No solo para vincularse con otros, sino para vincularse consigo mismx. “Está muy relacionada con la habilidad y el conocimiento que uno tiene para establecer límites saludables, y después lidiar con los miedos, las inseguridades, las cosas no resueltas que cada uno trae. Eso puede ser un desafío, pero en una relación también está el escenario perfecto para poner todo eso a trabajar.”

Tal vez amar hoy sí garpa.

Pero no como se pensaba antes. Tal vez lo rebelde no sea huir del compromiso, sino construirlo. No como deber, sino como elección. Apostar por un vínculo real en tiempos de simulacros emocionales, abrirse al otro cuando todo empuja al encierro narcisista, ser auténtico cuando lo fácil es desaparecer, puede ser el acto más contracultural de esta época.

Porque al final, amar sigue siendo una revolución.
Pero primero, hay que animarse a estar disponibles.

Entradas recomendadas

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *