Cuando pase el temblor

Es casi la medianoche. El bar está colmado de gente. Los mozos desbordados van de una mesa a la otra. Traen toda clase de platos, salvo machas a la parmesana que ya no le quedan. En el Liguria de Providencia, un barrio de Santiago de Chile, las lucen alumbran poco y la música suena fuerte:

Yo… caminaré entre las piedras hasta sentir el temblor… en mis piernas. A veces tengo temor, lo sé… A veces, vergüenza… oooooh….

— ¿Ves?

— ¿Qué?

—Otra razón para pensar que Cerati era chileno.

—Andaaaa.

—Que sí.

Estoy sentado en un cráter desierto, sigo aguardando el temblor en mi cuerpo.

—Es imposible acostumbrarse –le responde la chilena a la argentina.

—Te lo pregunto porque en Argentina escuchás por todos lados que con los años ustedes se fueron acostumbrando.

 —Sí, pero ¿sabes qué? hay un momento, por más que dure un minuto, en el que el miedo te domina y piensas que esta vez sí puede ser la última y abrirse la tierra.

— A tu mamá le había pasado eso ¿no?

—Sí, ella vivió el terremoto del 60, el más fuerte de la historia del mundo. Hasta hoy, cada vez que hay un temblor se le viene todo a la cabeza y se angustia.

Nadie me vio partir, lo sé nadie me espera…

—El otro día me estaba haciendo las uñas cuando hubo una réplica. Tranquila, le dije a la chica del negocio. Se puso a llorar porque su guagua estaba solo con su nana.

— ¿Y qué hay que hacer en caso de que haya uno?

—Antes que nada, estar tranquilo y mirar para arriba. Hay que estar atento a lo que tenemos sobre nuestras cabezas porque se puede caer y golpearte.

La argentina, instintivamente, mira hacia el techo: hay una fila de espejos y unos carteles de chapa viejos que dicen telégrafo, se alquilan cocheras.

—Sino se cayeron hasta ahora, no se van a caer. Quedate tranquila.

—Y ¿qué más?

—Ponerte abajo del marco estructural. Si no lo hay, debajo de algo que te cubra y sea firme, como una mesa.

—Si

—Y si estás adentro de tu casa, saber dónde están tus llaves. Hubo mucha gente que se quedó encerrada después de los terremotos.

—Hay gente que escuché que duerme vestida…

—Según el miedo. Tu bienvenida a Chile va a ser que dejes los zapatos al lado de la puerta.

El mozo, que lleva un chaleco negro sobre una camisa blanca, se acerca a la mesa con un plato repleto de fiambres y quesos. Mientras lo apoya, las observa reírse.

Hay una grieta, en mi corazón, un planeta, con desilusión.

Sé que te encontraré en esas ruinas ya no tendremos que hablar del temblor.

Te besaré en el templo, lo sé, será un buen momento…

— ¿Sabes que hay muchas parejas que después de los temblores rompen su relación? Los terremotos se vuelven algo así como un antes y un después. En un segundo, te preguntas si te gusta cómo es tu vida o si quieres cambiarle algo.

—Es que literalmente se les mueve todo ¿no? Como si eso los volviera más conscientes de la fragilidad… –dice la argentina y la chilena asiente con la cabeza.

Hay una grieta, en mi corazón un planeta, con desilusión.

En el diario de mañana una nota hablará sobre los problemas de insomnio que generan los temblores y las más de 400 réplicas que se dieron la última semana, desde el fuerte temblor de escala 8.3 del miércoles 16 de septiembre de 2015.  Ahora la música de fondo continúa…

Despiertame cuando pase el temblor…

Despiertame cuando pase el temblor…

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