El político y docente universitario, cuya zona de confort siempre fue manejar los hilos de la política, muy a lo Frank Underwood –aunque reniega de la serie de Netflix porque, cree, “es una ficción sobre lo peor de la política”- hoy sale del detrás de escena. ¿Quién es este hombre que, desde que sabe que es el nuevo Presidente de Argentina, sigue paseando a su perro instagramero, se posicionó sin dobleces a favor de la legalización del aborto y siguió yendo a dar clases a la Universidad?
Por Melisa Marturano
-Los paseos diarios con Dylan, un perro raza collie que tiene su propia cuenta de Instagram con 130 mil seguidores, a horas de ser electo presidente.
-Su presencia como docente universitario en la Facultad de Derecho de la UBA para tomarle examen a alumnos y alumnas, a horas de ser electo presidente.
-Los acordes setentistas que forman parte del cancionero popular entonados en su guitarra y su voz afónica, a horas de ser electo presidente.
-La decisión de ponerse la gorra, a horas de ser electo presidente, de Brian Gallo, un joven popular de Moreno, corazón de la zona oeste del Conurbano bonaerense, que había sido estigmatizado en las redes el mismo día de la elección al presidir una mesa electoral.
-Su presencia sorpresiva, pañuelo verde en mano, en la presentación de un libro a favor de terminar con los abortos clandestinos. Su discurso en México que recogió la potencia del movimiento feminista que copó las calles en 2018 para exigir la ley que legalice la práctica.
-Su verborragia tuitera contestando mensajes espontáneos para desear suerte a quienes están a punto de recibirse, a quienes perdieron su trabajo en estos años, o para confirmar que es fanático del jugo de pomelo.
Todo, a horas de ser electo presidente.
¿De dónde surgen estas actitudes, señor Presidente?
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Alberto Fernández nació el 2 de abril de 1959. Su carta astral dice que es ariano, con ascendente en Piscis y luna en Acuario. Hijo de una familia de clase media del barrio porteño de La Paternal, entre esas calles cultivó el amor por la camiseta de Argentinos Juniors que lo acompaña hasta hoy.
Es el primer Presidente que llega al poder como pieza de una familia no tradicional: vive en un departamento en Puerto Madero que le presta un amigo, el empresario Enrique Albistur, con su pareja Fabiola Yáñez. No está casado y su hijo, Estanislao, es un activo militante LGTBIQ y pisa fuerte como Dyhzy, su alter ego drag queen y cosplayer. “¿Cómo me va a joder que me pregunten por mi hijo, si yo siento orgullo por él?”, cortó en seco la intención mediática de hacer de esa identidad un morbo.
Fue Carlos Galíndez, el segundo esposo de su mamá, Celia Pérez, quien como juez de la Nación lo inspiró a estudiar Derecho en la Universidad de Buenos Aires, donde obtuvo su título de abogado en 1983, en pleno retorno de la democracia argentina con Raúl Alfonsín. Durante ese gobierno radical, que signó el final de la dictadura cívico militar iniciada en 1976, empezó su carrera política en 1985, como asesor del Ministerio de Economía.
Sus inquietudes políticas lo habían asaltado mucho antes: empezó a militar como delegado estudiantil a sus 14 años en la Unión de Estudiantes Secundarios y, durante sus veintipico, pasó por distintos partidos de corte nacionalista hasta sumarse definitivamente al PJ, del que nunca más se separó.
Siempre fiel a su estilo de honestidad casi brutal, fue disidente a la primera candidatura presidencial de Carlos Menem, quien gobernó por el peronismo entre 1989 y 1999. A pesar de las diferencias internas, continuó su carrera en la función pública como Superintendente de Seguros de la Nación hasta 1995 y, un año después, se sumó al equipo del entonces Gobernador bonaerense, el también peronista Eduardo Duhalde.
Pero su salto a la primera plana de la política nacional comenzó a escribirse en 1996, cuando conoció al entonces Gobernador de la provincia de Santa Cruz, Néstor Kirchner.
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1996
—A los diez minutos, parecía que se conocían de toda la vida. Hubo empatía de inmediato y empezamos a juntar a todos los de nuestra generación que no estaban a gusto con Menem -cuenta Eduardo Valdés, hoy diputado nacional, compañero de militancia de Alberto desde la adolescencia y testigo de la primera cena entre Néstor Kirchner y Alberto Fernández.
Siete años después de ese encuentro, la dupla se haría cargo de gobernar un país sumido en la crisis económica, política y social de 2001. Luego de que el peronismo perdiera las elecciones de 1999 frente al radical Fernando de la Rúa, la debacle financiera del país se aceleró y la renuncia del entonces presidente inició una nueva etapa, mucho más oscura, de la crisis que se gestaba hacía años.
Tras el paso de cinco presidentes en una semana, fue Duhalde quien se hizo cargo del Gobierno nacional en un período de transición y, finalmente, convocó a elecciones en 2003. Menem volvió a presentarse, Kirchner también se postuló. El expresidente se bajó ante la certeza de su derrota y Néstor llegó a la Presidencia. Alberto había sido clave en el proceso.
Desde el momento en que se conocieron, había empezado a trabajar para instalar al santacruceño como un dirigente que merecía protagonismo nacional. Y así fue recompensado: Kirchner lo designó jefe de Gabinete y hombre fuerte de la Casa Rosada, a la que este 10 de diciembre regresará como Presidente.
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2017
Alberto Fernández fue una figura clave en la primera etapa del kirchnerismo. Pero en 2008, renunció a la jefatura de gabinete de la primera presidencia de Cristina y se convirtió en un crítico agudo de sus dos gobiernos.
El proyecto del que Alberto había sido pilar fundacional, iniciado en 2003, signó los siguientes doce años de la política argentina con tres presidencias sucesivas –una de Néstor y dos de Cristina-, hasta que en 2015 culminó, tras el triunfo de Mauricio Macri, candidato de Cambiemos, una alianza de la centroderecha. En 2017, el armado volvió a ratificar su hegemonía cuando ganó las elecciones legislativas con contundencia y parecía encaminarse a una reelección casi certera en 2019.
En esas elecciones de medio término, el peronismo estaba fragmentado y la batalla más fuerte se libró en la provincia de Buenos Aires, que concentra a casi el 40 por ciento del padrón de todo el país. Además de Cristina, se había presentado su exministro Florencio Randazzo con una fuerza propia. Después de alejarse del kirchnerismo en 2015, cuando la expresidenta no avaló su candidatura presidencial, Randazzo se acercó a Alberto, que se convirtió en el mentor de su candidatura y en el articulador de su campaña. Sus 500.000 votos hubieran aportado a la victoria del PJ. Pero la falta de un armado de unidad hizo que eso no sucediera. Otra figura con fuerza del peronismo bonaerense, Sergio Massa, aliado y discípulo de Alberto, con quien compartía su desencanto con el kirchnerismo, había armado una alianza con el progresismo y alcanzado más de un millón de votos.
El escenario de fragmentación aportó a que el candidato del oficialismo, Esteban Bullrich, le ganara a Cristina por 400.000 votos en el territorio en el que concentraba a su núcleo duro de votantes.
—Una de las cosas que el peronismo tiene que entender, y creo que el domingo tocamos fondo, y espero que todos hayamos tocado fondo, porque perdimos todos, es que el secreto es ver de qué modo nos unimos porque enfrente están unidos contra nosotros y les quieren hacer creer a todos que somos culpables de todo lo que nos pasa –dijo públicamente Alberto Fernández el 27 de octubre de 2017, a siete años de la muerte del expresidente Néstor Kirchner y a cinco días de la victoria legislativa del macrismo, que tomaba cada vez más contundencia nacional.
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2018
Con un escenario marcado por un plan de ajuste cada vez más radical de Cambiemos, acorde a las medidas solicitadas por el FMI, la alianza gobernante inició la espiral que lo llevó a culminar sus cuatro años de gobierno con una pobreza superior al 40 por ciento -en el que 6 de cada 10 niñes y adolescentes viven debajo de esa línea-, con una inflación anual de 55 por ciento, una industria paralizada y un endeudamiento que llega al 83 por ciento del PBI, incluido el préstamo récord de 57.000 millones de dólares con el FMI.
Alberto empezó a repetir una frase como un mantra: “Sin Cristina no alcanza, pero con ella sola no es suficiente”.
Sabía que había que reunificar al peronismo, una tarea en la que se inmiscuyó desde el 16 de diciembre de 2017: mientras Cambiemos intentaba imponer en el Congreso una reforma previsional que llevó a recortar los aumentos de los haberes de jubilados y pensionados y las fuerzas de seguridad reprimían a los manifestantes que se oponían a esa iniciativa, Alberto empezaba a desandar el camino de la unidad. Casi diez años después de renunciar a su gobierno y convertirse en un crítico agudo de su modo de gestionar, esa tarde lluviosa, volvió a encontrarse con Cristina.
—El reencuentro fue enorme. Pasaron nueve años sin vernos, casi diez, y ese tiempo hizo que el reencuentro haya sido un reencuentro donde recuperamos la amistad que habíamos tenido y saldamos todo lo que nos cuestionamos -diría Alberto el 19 de mayo de 2019, sobre esa tarde.
Desde ese día, dedicó casi dos años, en silencio, a trabajar por la reunificación del peronismo.
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2019
—El país no necesita a alguien como yo, que divido, sino a alguien como vos, que suma -le dijo la ex presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, a Alberto Fernández el 15 de mayo de 2019, tres días antes de que se conociera públicamente que él sería cabeza de la fórmula “Fernández-Fernández”, que lo llevaría a él como candidato presidente y a ella como candidata a vicepresidenta.
Hasta ese 18 de mayo, Alberto había hecho lo suyo: el detrás de escena de la política. Armar acuerdos para que cada pieza encajara en el rompecabezas. Hasta que, esa mañana, se abrió el telón: un video colgado en las redes sociales de Cristina lo convirtió en el actor principal.
La jugada, que Alberto había tejido con paciencia, terminó con el resultado que esperaba: la victoria del Frente de Todxs en las elecciones presidenciales de 2019.
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Hoy, a sus 60 años, asumió como el Presidente número 54 de la Argentina y empieza el desafío mayor: el de liderar una coalición de gobierno que se hará cargo, hasta 2023, de un país con indicadores sociales y económicos que encienden varias alarmas. Y que requerirá que Alberto demuestre, una vez más, su cintura y su vocación de diálogo para conciliar intereses de las distintas patas de esa alianza electoral que, hasta hace poco, cruzaban críticas por el pasado y que se unieron sólo ante la certeza de que no había otro camino para derrotar a Mauricio Macri.
Algunos gestos entusiasman a muchxs: el anuncio de un gabinete con cuadros de amplia trayectoria política, académica y con experiencia en la gestión de la cosa pública. Las promesas de ampliación de derechos sociales y de volver a poner la mirada sobre sectores vulnerables. La creación, por primera vez, de un Ministerio de las Mujeres, los Géneros y la Diversidad que pondrá como prioridad la agenda feminista, protagonista de la resistencia de estos años.
—Volvimos y vamos a ser mejores -dijo Alberto la noche de su triunfo.