La enfermera que voló las Malvinas

Las mujeres fueron fundamentales durante la guerra de Malvinas. Una de ellas, fue la enfermera Liliana Colino. La única mujer que pisó Las Islas durante el combate Hoy vive en el barrio porteño de Flores, donde también tiene un consultorio veterinario. Conocé su rol en la guerra, su historia y la importancia de darle voz a las silenciadas del conflicto bélico.


Liliana, con su botiquín de combate colgando de un hombro, caminaba en medio de la noche por la pista aérea hacia el Hércules C-130 para ir a Puerto Argentino. Estaba llegando al avión cuando comenzó a sonar la alerta roja en el hospital reubicable, que la Fuerza Aérea Argentina había montado en Comodoro Rivadavia.

 –Tuuuuuuuuuuuuuuu uuuuuuuuu uuuuuuu –se  oyó cada vez más fuerte.

De inmediato se alejó del avión y empezó a correr, tal como le habían enseñado en su entrenamiento, hacia el refugio que estaba aproximadamente a 100 metros. Sabía que la alerta era señal de que los Sea Harrier se estaban acercando demasiado a la costa argentina y había peligro de que bombardearan la pista de aterrizaje.

Liliana, de estatura mediana y delgada, corría rápido pero el fuerte viento y la poca visibilidad le dificultaban avanzar. Llevaba puesto el uniforme militar verde, el casco y los borceguíes que le pesaban mucho. Mientras tanto, veía cómo pilotos, oficiales y soldados lograban entrar al refugio. Por un momento creyó que cerrarían la puerta y quedaría sola en la pista, donde tal vez moriría.

–¡Vayan a ayudar a la cabo principal! ¡Vayan! –oyó que gritaba el oficial a cargo.

Con la ayuda de dos soldados logró entrar al refugio subterráneo, bajando por escaleras de fierro hacia el sucio y pequeño sótano cuadrado. Adentro estaba completamente oscuro. Eran muchos y se ubicaron uno al lado del otro, apretados. Tenían tanto miedo que empezaron a rezar, después de un rato solo se escuchaban las respiraciones agitadas. Liliana era la única mujer.

 No recuerda cuánto tiempo pasó ahí, no sabe si fueron 20 minutos o 3 horas hasta que alguien abrió la puerta del refugio y le ordenó que se dirigiera hacia el Hércules, ya que en Malvinas había muchos heridos esperando por el avión sanitario y no se podía cancelar la misión.

 –Hay que intentarlo –le dijo un oficial.

¡YO ME METO!

María Liliana Colino tiene pelo negro, ondulado y con flequillo, y sus ojos, pequeños y marrones, se le achinan cada vez que sonríe al recordar el día que leyó el aviso de las Fuerzas Armadas.

–¡Yo me meto!, me dije. Me pareció muy atractivo, era algo nuevo para la mujer, no lo dude y me inscribí.

“Mali”, como la llaman sus más cercanos, nació en diciembre de 1955 en el barrio porteño de Caballito y tenía 26 años en 1982, cuando tuvo un rol clave en la Guerra de Malvinas.

 De chica iba a guitarra, a inglés y era Scout. Amaba estar en contacto con la naturaleza y su ilusión en la vida era ser guardafauna o guardaparque, por eso quería estudiar veterinaria.

Cuando cumplió los 15, los scout le pidieron que realice una acción de bien para poder pasar al siguiente nivel. Fue entonces cuando se anotó como voluntaria en el Hospital Durand. Al principio iba una vez por semana, como lo requerían en el movimiento, pero gustó tanto que terminó yendo todos los días.

«NO INCORPORAMOS MUJERES»

En 1974 terminó la secundaria y no pudo decidirse entre veterinaria o enfermería, así que comenzó a estudiar las dos carreras. Una vez recibida, intentó formar parte de los guardaparques pero siempre le decían lo mismo: “no incorporamos mujeres”.

  Al poco tiempo se enteró por un anuncio que la Fuerza Aérea empezarían a sumar mujeres. En 1980 ingresó como suboficial en el área de sanidad. Cumplía las condiciones para hacerlo directamente como oficial, pero el hecho de ser mujer no se lo permitió.

–En esa época, si eras mujer tenías que hacerte un largo camino para poder ejercer el puesto de oficial. –explica.

LAS MALVINAS SON ARGENTINAS

Los días de María Liliana arrancaban a las 6 con los desayunos que su papá le preparaba. La mañana del 2 de abril de 1982, don Colino abrió la puerta de la habitación de su hija y la despertó a los gritos.

 –¡Lili!, ¡Lili!, ¡Las Malvinas son argentinas!

 –¿Cómo que son argentinas, papá? Si siempre lo fueron –preguntó desorientada.

 –Sí, pero ahora las ocupamos.

 Liliana saltó de la cama, se cambió rápido y tomó el café por la mitad. Ese día salió más temprano de lo habitual para el Hospital. Cuando llegó, se encontró con que todos estaban igual de sorprendidos.

 A mitad de mañana les advirtieron que se vayan preparando, ya que comenzarían a derivar personal sanitario para trasladar el hospital reubicable hacia Comodoro Rivadavia.

A fines de abril la situación agravó, las reuniones entre las comitivas británicas y argentinas no funcionaron y el conflicto armado era un hecho inminente. El 1° de mayo, Inglaterra, por orden de la primera ministra Margaret Thatcher, inició sus ataques aéreos sobre Malvinas consiguiendo averiar la pista de aterrizaje de Puerto Argentino. Al día siguiente, un submarino nuclear británico atacó y hundió al buque argentino “ARA General Belgrano”, en un suceso altamente cuestionado, ya que el Belgrano se encontraba fuera de la zona de exclusión que los mismos ingleses habían establecido.

 –Recién empezaba la guerra y ya estaban pasando por alto las reglas. Habrán sido muy señores en algunas cosas, pero no respetaron nada. –recordó con enojo. 

Ante éste contexto, la Fuerza Aérea reunió personal sanitario para enviar inmediatamente hacia el sur del país. “En ésta tanda te vas vos” le dijeron a Liliana.     

La orden no la tomó con sorpresa, estaba acostumbrada a que la derivaran a distintos puntos del país sin previo aviso porque cada dos meses salía a hacer campañas de salud pública por las provincias. “Yo quería ir, nadie me obligó” repite una y otra vez.

CAMPO MINADO

El avión de la Fuerza Aérea Argentina aterrizó, luego de dos horas de vuelo, en la base aérea de Comodoro Rivadavia. A Liliana y a sus compañeras les otorgaron una habitación de 2×2, en la que solo había dos camas triples y rápidamente notaron que los hombres les habían dado la bienvenida: en la puerta del cuarto habían colgado un cartel que decía “campo minado”.

El Hospital Reubicable de la Fuerza Aérea Argentina estaba compuesto por once contenedores, pintados de blanco y con grandes cruces rojas. Tenía quirófano, sala de rayos, de terapia intensiva, de internación general, de odontología, laboratorio, cocina y lavadero.

Las tareas de las enfermeras eran recibir soldados heridos, derivarlos a los centros médicos acordes a la complejidad, atender internados, mantener el aseo del lugar y preparar los materiales para la esterilización. No había tiempo libre, o sí, pero era utilizado para hacer compras y reponer materiales.

Los aviones sanitarios comenzaron a aterrizar cargados de heridos al día siguiente. Cuando un avión llegaba, tanto médicos como enfermeras corrían hasta la pista con camillas y botiquines para atender las urgencias. Los cuadros más comunes eran estadillos de tímpanos, pie de trinchera, quemados, fracturados y mutilados.

Durante las tardes, Liliana recorría cada sala del hospital controlando el suero y suministrando las medicaciones a cada herido.

 –Señora, ¿a usted le parece que podré volver a Malvinas? –le preguntó un herido al que le curaba heridas de pie de trinchera

 –Primero tenés que recuperarte.

 –Quiero volver, allá están mis compañeros, no puedo dejarlos solos. 

 –Los soldados tenían una fuerza de voluntad enorme, eso era lo que más me llamaba la atención de ellos. Llegaban en cualquier condición posible, pero querían recuperarse para poder volver al frente. –recuerda.

LA ÚNICA MUJER EN MALVINAS DURANTE EL COMBATE

 Liliana fue la enfermera que se ocupó de armar los botiquines de emergencia médica, que se llevaban en el Hércules C-130 cada vez que se iba a Puerto Argentino en busca de soldados heridos. Por eso, una noche uno de los médicos le propuso acompañarlos.

 –Me enganche enseguida –cuenta Liliana.

 Los viajes a Malvinas eran siempre de noche. Unas horas antes se preparaba el avión, se cargaban los containers donde se llevaban insumos para los soldados y los botiquines de emergencia médica. La aeronave llevaba pintada una gran cruz roja porque era de uso sanitario, sin embargo volaba con silencio de radio y a baja altura, casi al borde del mar para no ser detectada por los ingleses, podían atacarla y derribarla.

Esa noche, el avión fue cargado con tantos containers que no quedaba lugar y la tripulación debió viajar acostada arriba de ellos. En Puerto Argentino, quedó carreteando: no podía parar porque debía estar siempre listo para levantar vuelo.

Con el avión en movimiento Liliana se arrastró por encima de los containers y bajó a tierra. Estaba todo oscuro y se escuchaban los bombardeos. El Hércules seguía carreteando mientras la mujer corría detrás de él, esperando que quedara vacío para volver a subir y poder cargar a los heridos.

 Cuando por fin se vació, se acercaron unas 8 ambulancias, Liliana continuaba corriendo detrás del Hércules, hasta que vio que el avión comenzaba a levantar vuelo, significaba que los ingleses los habían detectado y aproximaban al lugar, tenían que abandonar Malvinas lo antes posible.

«LA PRIMERA VEZ QUE PISÉ MALVINAS»

 Liliana seguía corriendo y para ayudarla un oficial se sujetó de una manija, otro lo agarró de una mano e hicieron una especie de cadena humana. El segundo oficial estiró su brazo y comenzó a hacerle señas para que acelerara el trote e intentara tomar su mano. La cabo principal empezó a estirar su brazo derecho mientras corría, hasta que por fin logró tomarle la mano al oficial y quedó con los pies colgando a unos cuantos centímetros del piso. El hombre se sujetó del otro con mayor firmeza y con fuerza la tiró hacia arriba, Liliana voló por el aire hasta que cayó de panza dentro del avión. No había tiempo para respirar y liberar las tensiones del momento, inmediatamente se paró y comenzó a tratar de subir a cuanto herido pudiera.

  Los camilleros tomaban a los heridos de las piernas y Liliana los agarraba de las manos y arrastraba hasta el interior del Hércules, colocándolos uno al lado del otro en el piso. Los soldados que estaban en mejores condiciones la ayudaban, se debían cargar la mayor cantidad posible. Esa era la orden que le había dado el piloto, Cristóbal Villegas, “cuando veas que se levanta la panza no pueden subir más pacientes, asique subí a todos los que más puedas”. Luego de dos minutos, el Hércules tomó vuelo y abandonó Malvinas, ya no podían permanecer allí. 

–Esa fue la primera vez que pisé Malvinas. Fue pura adrenalina, creí que el Hércules iba a levantar vuelo sin mí y quedaría en medio de los bombardeos. Años después, en un reencuentro de oficiales que se hizo en Morón, un oficial me preguntó si yo era la mujer voladora. –recuerda entre risas y reflexiona -Para mí no significó nada en especial ser la única mujer en estar en Malvinas, fui una persona más ahí. Era mi trabajo, mi vocación y lo hice voluntariamente.

NO PODÍAN CREER QUE ESTUVIERAN VIVOS

 El último vuelo del Hércules a Malvinas fue la segunda y última vez que Liliana estuvo en las Islas. Fue una noche de fines de mayo, donde solo se pudieron subir 80 soldados, el resto quedó allí.

 Mientras se cargaban heridos, el piloto ordenó a los gritos cerrar las puertas de inmediato, debió despegar de urgencia y abandonar las islas. Dos aviones Sea Harrier detectaron la presencia del Hércules y comenzaron a perseguir a la aeronave argentina.

El piloto comenzó a improvisar rutas para salir del territorio Malvinense y estar lo antes posible fuera de los límites legales para el combate. Direccionaba el timón de un lado al otro, para quitarse de encima a los dos aviones ingleses que venían por detrás. Desde la cabina solo se veían las olas del mar, parecía que iban en bote y que en cualquier momento se irían hacia el fondo.

 El comandante Villegas abandonó la ruta directa hacia Comodoro Rivadavia, fue hacia el sur y bordeó las costas de Tierra del Fuego. Los Sea Harrier seguían detrás del Hércules, por lo tanto no podían ingresar al continente argentino, no era seguro. Continuando con las maniobras improvisadas, el piloto decidió desviarse de Argentina, y volar hasta Chile. Cuando el avión nacional ingresó a los límites geográficos del país vecino, los británicos por fin dejaron de perseguirlo.

 El vuelo duró mucho más horas de lo normal y en Comodoro Rivadavia creyeron que los habían bajado.

 –Nos persiguieron aun siendo un avión de sanidad, teníamos una cruz roja así de grande –dice mientras abre los brazos– lo mismo pasó con el Belgrano y con todo, ellos no perdonaron nada, no respetaron ninguna norma.

Cuando el Hércules por fin volvió a la base aérea de Comodoro Rivadavia, ya era media mañana. Todos los que estaban en el predio del hospital reubicable empezaron a correr hacia el avión. Fueron a recibirlos con gritos de alegría y emoción. No podían creer que estuvieran vivos.  

Los primeros días de junio terminó la misión de María Liliana Colino en Malvinas y fue enviada a Buenos Aires. Luego la Fuerza Aérea la trasladó hasta la Escuela de Aviación Militar de Córdoba para que realizara el curso de oficial. Haber estado en la guerra exigía que le otorguen el cargo de oficial, su género ya no era un impedimento.

NO PODÍA QUEDARME

Muchos meses después de terminar la guerra, la Fuerza Aérea Argentina organizó un evento para condecorar a los oficiales que habían ofrecido sus servicios durante el conflicto armado. Cuando la nombraron, resaltaron su valentía por haber sido la única mujer en haber estado en territorio malvinense durante el combate.

 Para Liliana era un orgullo pertenecer a la Fuerza, pero ocho años después de la Guerra presentó la baja porque no la ascendían por el simple hecho de ser mujer. Se fue en 1988 y un año después comenzaron a ascender a las mujeres.

 “Me arrepentí de irme, pero no podía quedarme, sentía que me estaba defraudando a mí misma por no pelear por lo que era justo. Supongo que mi queja, en parte, hizo que comenzaran a ascender a las mujeres”. Dijo al respecto.  

Veinte años después de la guerra la invitaron a un evento en su reconocimiento en el Hospital Aeronáutico. Allí colocaron una placa en su honor, pero con el nombre equivocado, en vez de Liliana dice Ileana. El error nunca fue corregido, y hasta el día de hoy sigue con el nombre de una persona que no es ella.

 –Cuando vi que se habían confundido de nombre pensé que eran unos pelotudos. –dijo, mientras miraba los innumerables diplomas que tiene colgados de la pared del consultorio de la veterinaria que funciona en su casa.

LA POSGUERRA

 Luego de dejar la Fuerza Aérea, comenzó a trabajar en la Fundación Favaloro y continuó dedicándose a la veterinaria. En el 2000 comenzó con infecciones: de repente tenía otitis o sinusitis, llegó a tener 5 neumonías en un año y a pesar 40kg. No lograban diagnosticarla. 

Un día despertó con 41° de fiebre y un derrame pleural, su mamá la llevó a la guardia del Hospital Durand. La derivaron a la sala de inmunología y le dijeron que tenía una inmunodeficiencia común variable, tendría que recibir una medicación de por vida. Era una enfermedad de las consideradas raras, en ese momento solo había 5 pacientes diagnosticado con esa patología en el Durand, que consistía en el bloqueo de la formación de anticuerpos.

Los médicos comenzaron a indagar para poder dar con el origen de la enfermedad, hasta el momento no había indicios para que una mujer joven de 45 años presentara dicha patología. Le comentaron que podría deberse a algún tipo de estrés postraumático.

 –Yo fui a Malvinas. –les dijo a los médicos, hasta el momento nunca lo había mencionado, tampoco había hecho terapia psicológica.  

Liliana debe inyectarse 80 mililitros simultáneos de inmunoglobulinas una vez por semana. Los medicamentos son importados de Suiza y tienen un costo altísimo de 4 mil dólares cada frasco, ella necesita dos frascos de 40 mililitros por semana.

 –Si no fuera por la pensión de veterana no podría comprarlos –dice y suspira.

Psicológicamente cree que la guerra la fortaleció y que le cambió la vida.

–Sentir que te están persiguiendo, bombardeando o que en cualquier momento le pueden tirar un misil al avión en el que vas volando,  hace que no le des importancia a las cosas superfluas. Aprendí a disfrutar de lo que pasa sin cuestionarme y vivir del presente. –reflexiona.

LA VIDA CONTINÚA

 Actualmente vive en Flores, un barrio porteño de casas bajas en donde todos se conocen. Trabaja como veterinaria y se reúne todos los primeros miércoles del mes con sus compañeros de la Fuerza Aérea durante la guerra de Malvinas.

 Cree que el desinterés social por la labor de las mujeres durante el conflicto bélico en realidad se debe a la ignorancia, “la mayoría de las personas ni siquiera saben que fueron mujeres a Malvinas” comenta.

 En el barrio se siente feliz y acompañada, lo que más le gusta es que la gente allí es muy solidaria y nunca dan vuelta la cara cuando a alguien le pasa algo. Son muy pocos los que saben que estuvo en Malvinas.

 –No me engancho en salir de este ambiente, acá me siento cómoda, soy feliz y es como si estuviera en medio del bosque.

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1 Comentario

  1. Eterna gratitud y reconocimiento a la ex combatiente Sra. María Liliana Colino. Gran profesional y ser humano. Mi mayor admiración y Gratitud!!!


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