En el Día Internacional de los Derechos Humanos, el gobierno nacional derogó por DNU la Ley 26.160 de Emergencia Territorial Indígena. ¿Qué significa esto para la sociedad argentina? El comunicador mapuche Fernando Barraza analiza la situación y plantea que se busca un “nosotros mismos odiándonos a nosotros mismos”. En medio de un país que niega sus raíces: un 75% de los argentinos y argentinas tienen sangre indígena corriendo por sus venas.
La derogación de la Ley de Emergencia Territorial Indígena. En el Día Internacional de los Derechos Humanos, el Poder Ejecutivo de la Nación decidió derogar mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia la Ley 26.160 de Emergencia Territorial Indígena. Esta ley suspendía los desalojos de comunidades de los distintos pueblos nación originarios, hasta que se completara el relevamiento de sus tierras ancestrales. El acto es -como la gran mayoría de las acciones de estado que planean y ejecutan a velocidad extrema- avasallante e innecesario.
¿Qué implicancia tiene la Ley de Emergencia Territorial Indígena?
La Ley fue refrendada en el Congreso de la Nación hace poco más de un año y su plazo de aplicación -es decir el alcance de los derechos que promovía- tenía vigencia hasta el último trimestre del año que viene. Si el gobierno hubiera apostado a traccionar acciones directas al respecto, en vez de destruir el camino legal para hacerlas, se hubiera articulado con las provincias para que en 2025 se trabaje en las carpetas técnicas que mensuren y delimiten legalmente los territorios comunitarios de las comunidades de los distintos pueblos originarios de Argentina. Pero al gobierno ¿le interesa construir? Parece que es una palabra que le cuesta bastante al Ejecutivo actual.
Los problemas surgidos por la falta de delimitación y pertenencia genuinas de las tierras (tanto que les gusta hablar de la importancia de determinar claramente la propiedad privada…) terminarían aquí mismo si se realizara un relevamiento y una delimitación de cada territorio comunitario indígena. Pero no es lo que quieren, eso está clarísimo.
Nosotros mismos odiándonos a nosotros mismos
Lo que quieren es que la sociedad de lo que ellos llaman “la gente de bien” (una sociedad compuesta mayoritariamente por un “nosotros mismos odiándonos a nosotros mismos”) repela con furia sus propias raíces, odie la pluralidad de voces que enriquece a nuestras sociedades y frene el avance de comunidades plurales, más despabiladas y menos reaccionarias.
Es un esfuerzo lava cabezas el que hacen para que entre nosotros no solo abjuremos, sino que odiemos con furia xenofóbica la interculturalidad, esa que siempre suma y suma. Pero pongámonos prácticos por un rato y hablemos un poco de factos, no tanto de batallas culturales groseras y descerebradas:
¿Cómo está compuesto el genoma argentino?
Los últimos estudios realizados en relación a la composición étnica promedio del genoma argentino (desde el publicado en la revista científica PloS One Genetics en 2012, hasta los más recientes publicados por el CONICET en 2019) demuestran:
- En promedio, hay entre un 31% y un 41% de gemoma amerindio directo en la población argentina.
- Entre un 66% y 75% de porcentual de ascendencia amerindia proviene de segunda o tercera generación hacia atrás en nuestros árboles genealógicos familiares.
- Dicho en un castellano raso y divulgable: al menos entre un 30% y 40% de la población argentina es directamente indígena y -en la mayoría de los casos- no lo saben ni se lo plantean, porque la imposición cultural hegemónica es “que aquí nadie sea indio”.
- Y no solo esto, que ya es mucho, sino que hasta un 75% de los argentinos y argentinas tienen sangre indígena corriendo por sus venas, proveniendo de generaciones atrás, y casi nadie lo admite ni conecta con esa raíz.
En algunas zonas del país, como el territorio sur en el que habita este amulzugufe (comunicador) que escribe esta crónica (orgulloso de sus propias raíces mapuche, que dan el don, el contexto y la fortaleza para vivir como küme che, en sintonía con la biodiversidad del lugar y sus comunidades mapuche, criollas e inmigrantes), los porcentajes de población con raíz originaria directa suben a un nivel en el que la supra valorada sangre europea pierde la delantera, y por bastante.
La derogación de la Ley de Emergencia Territorial Indígena
En Argentina existen 58 pueblos originarios
A la derecha reaccionaria, la que viene picando en punta a través de nuestros teléfonos celulares cada día y a cada hora con redes sociales manejadas por sus representantes más poderosos, esto le importa la nada misma. Ellos quieren caos, quieren que la gente odie a los mapuche, a los wichi, a los diaguita, a cualquiera de los 58 pueblos originarios que viven y habitan dentro del territorio del Estado Nacional de la República Argentina.
Ellos quieren que nos escupamos, que circulen videos de odio, que entre nosotros mismos nos digamos que nos vamos a correr y a matar por indios, que juremos y perjuremos que las personas de los pueblos originarios somos ventajeros, ilegales, truchos, que no somos quienes somos, sino que inventamos nuestra identidad ancestral, que los únicos legales son ellos. Quieren que el pueblo odie al pueblo, que no haya razones interculturales y plurinacionales para atender, que la persona que es originaria o tiene sangre originaria se niegue a sí misma y se identifique como blanca neozelandesa y millonaria, como Elon Musk; o porteña burguesa, bruta, millonaria y engreída como Galperín.
Siembran el caos, lo riegan y lo cuidan cada día
Por todo lo expuesto, el 10 de diciembre sucedió lo que sucedió, algo trágico: un año antes de tratar en el Congreso la prórroga de la vigencia o el fin de los alcances de la Ley de Emergencia Territorial Indígena, ellos clavaron un DNU que directamente la sepultó y abrió las compuertas del odio de nosotros mismos hacia quienes somos, hacia el centro mismo de nuestra propia e innegable identidad intercultural.
El gobierno promociona la batalla cultural como una cruzada moral que no piensa abandonar. Todo lo contrario. Ponen cada día y a cada hora sus brazos articulados para la acción: sus militantes mantienen la dinámica de difundir la batalla desde la virtualidad, la viven fortaleciendo, la cultivan, la practican a destajo. Y una pandilla de multimillonarios -menor en cantidad humana, pero gigante en alcance social- la financian, porque a ellos les súper rinde que haya un ejército convencido de que lo que hay que hacer es arrancarnos los ojos entre nosotros, sin mirar por donde andan ellos.
La derogación de la Ley de Emergencia Territorial Indígena
Y no hay mucho más que analizar: la derecha nos odia. No solo eso, prestemos atención: la derecha contagia ese odio, lo distribuye masivamente. Ese es su negocio, un simple y efectivo negocio. Pero ellos lo disfrazan de cruzada moral y le llaman “la batalla cultural”. Y allí van sus monigotes de turno a propalarla. Con respecto a esta realidad dialéctica hay algo que es clarísimo y hay que analizarlo fríamente: está en nosotras y nosotros bajar las defensas y ponernos a interactuar con ese odio que nos proponen, aceptándolo sin decir nada; o está en nosotras y nosotros el rechazarlo. Porque si realmente amáramos la libertad -y no esa payasada neurótica de VLLC- al odio hay que rechazarlo de plano como herramienta de construcción social.
La dialéctica de la derecha en redes sociales
Es claro que lo que nos llega a nosotros aquí abajo y a través de nuestros celulares no son propuestas dialécticas que nos abren oportunidades de crecimiento comunitario, no: lo que nos queda es simplemente son ideas para la acción insensata del odiar. Y si abrazamos el odio, el único futuro posible es el que se asegura el bienestar de un porcentaje ínfimo de personas rotas, que viven para sí mismas y nos odian profundamente. A todas y todos odian, ojo: a los que tenemos sangre e identidad originaria y a quienes se creen súper blanquitos también.
Y ese ínfimo porcentaje de rotos y despiadados tiene el poder corporativo económico del planeta en sus manos, en sus puños cerrados, eso no lo niega ni la revista Forbes. Contra esa realidad de escucharlos, hacerles caso y beneficiarlos está lo otro, lo que nos está pasando en este mismo instante en Argentina: la caída en desgracia de una enorme parte de una sociedad que en vez de reaccionar para empezar a construir algo mejor, mira el teléfono con ganas de aislarse y odiar, soñando que compra un arma y que le dispara en la cabeza al hermano que tiene al lado, porque le hicieron sentir que ese es su enemigo.
Sin relevamiento territorial no hay dignidad
Pero no nos vayamos tanto por las ramas y volvamos puntualmente a lo que hicieron el 10 de diciembre pasado, que es gravísimo por la violencia y el desorden civil que propone. Sin relevamiento territorial no hay dignidad posible para los pueblos originarios, es cierto, pero tampoco la hay para sus vecinos, para cada uno de los colectivos sociales que habitan este país. Despojarnos progresivamente de nuestros territorios, negarlos, quitarnos a los pueblos originarios la posibilidad de delimitar legalmente y habitarlos bajos nuestros preceptos comunitarios, filosóficos y espirituales inventando demonios donde no lo hay, es una canallada innecesaria, por momentos asesina.
La Corte Interamericana de DDHH falló en contra de la Argentina por no implementar la Ley
Ni hablar de que -encima- nos compromete jurídicamente, porque la Corte Interamericana de DDHH falló en contra de la Argentina por no implementar la Ley, algo que a los descerebrados con poder pareciera no moverles un pelo, porque así son ellos: odio ciego y temeridad frente al caos que ellos mismos provocan, como esos villanos psicópatas de las películas y series de Hollywood que tanto admiran. Lo peor del caso es que, lejos de reconocer cualquier insensatez en tales comportamientos, día a día te venden que con estas actitudes antiderechos y violentas están curándote de un gran mal. Ese discurso prende cada día más. Pero los invito a pensar un rato antes de comprar un paquete all inclusive de odio.
Puede que sientas la necesidad de rebelarte contra las injusticias históricas de este siglo y de todos los siglos. Pero que el guasón elija pegarle un tiro en la cabeza al periodista que lo denigró para salir bailando del plató, mientras se convierte en héroe de las masas, sólo pasa en una ficción. Pensar que algo así es la solución posible a las rasgaduras fatales del tejido social es -como mínimo- infantil y en todo sentido insensato.
Dejemos de escuchar los gritos de odio que nos venden como “comunicación libre” a través de las redes y vayamos escuchando el grito interno de nuestras comunidades, analizando lo que en verdad nos está pasando, no lo que ellos avientan. Se va haciendo tarde para mejorar el panorama de desolación en el que nos están introduciendo cada vez más rápido. Pero ojo: aún hay tiempo para la reflexión y la acción.
Aún hay tiempo para la reflexión y la acción
Vamos con un dato que puede aportar a un pensamiento positivo en medio de toda esta gran desazón:
Para la Universidad de Oxford el término semántico más importante de 2024 es “brain rot”, que puede traducirse como “podredumbre de cerebro”. Es un término de uso global y popular que se emplea para describir el impacto negativo sobre los individuos y las sociedades que tienen los contenidos de baja calidad hallados en redes sociales e internet. Quienes acuñan este término aseguran desde la ciencia o simplemente desde el llano que las fakes news, la circulación en redes de brutalidades dadas por verdades científicas y el bombardeo de publicaciones odiantes no conducen a otro sitio que a una catarsis básica e inútil socialmente. Sería el reemplazo de la sensatez por una reacción emocional catártica que anule el verdadero ejercicio crítico sobre los asuntos de la realidad que se pueden cambiar de manera colectiva para la mejoría de todas y todos.
Lo importante del asunto “brain rot” es que durante 2024 el uso de este término -es decir, la cantidad de personas y comunidades que se dieron cuenta de lo nefasto de este padecimiento- aumentó en un 230%. Son millones de personas cansadas de esta porquería odiante disfrazada de cruzada moral.
Pensemos. Sintamos. Actuemos en consecuencia. Abrazo grande. O como decimos en la lengua de nuestro pueblo: füta pagko, que es un abrazo más grande que un abrazo grande.
La derogación de la Ley de Emergencia Territorial Indígena
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