En el norte de Chile, las Golondrinas de Mar anidan bajo la arena del desierto más árido del planeta. Su hábitat está siendo invadido por toneladas de ropa desechada provenientes de Europa y Estados Unidos. En Caleta Buena, el equipo de Hilo Verde fue testigo de cómo el basural textil más grande del mundo amenaza a una de las aves más enigmáticas del Pacífico Sur.
A simple vista, el desierto de Atacama parece un paisaje inmóvil: dunas, viento, silencio. Pero bajo esa superficie árida, la vida resiste a la contaminación. A las afueras de Iquique y Alto Hospicio, en la región de Tarapacá, se levanta el basural textil más grande del planeta. Montañas de ropa descartada, provenientes de Europa, Asia y Estados Unidos, se mezclan con la arena. Jeans, abrigos, vestidos, zapatos. La mayoría llega como “ropa usada” y termina enterrada o quemada en el norte chileno. Un cementerio textil visible desde los satélites.
Entre esas dunas textiles, casi invisibles, anidan las Golondrinas de Mar, pequeñas aves oceánicas que dependen del silencio y de la oscuridad para sobrevivir.
Durante la grabación de Hilo Verde, nuestro equipo recorrió Caleta Buena, una zona donde el desierto, la ropa y las aves conviven en un equilibrio cada vez más frágil.
“Esta es un área de alto rango de conservación”, explica Verónica González, coordinadora de la ONG Golondrina de Mar. “Aquí las aves excavan cuevas bajo el suelo para incubar sus huevos. Pero las telas tapan las entradas, el calor altera el hábitat y muchos pichones mueren atrapados. Es una forma de contaminación que nadie había imaginado”.
Bajo la arena y sobre el mar
Las Golondrinas de Mar son aves pelágicas y nocturnas. Pasan casi todo el año sobre la corriente de Humboldt, mar adentro, y regresan al continente solo una vez por año para reproducirse.
Zona de anidación de golondrinas en Alto Hospicio. Las aves hacen cuevas en la tierra. Crédito: Agustina Grasso
Entre agosto y septiembre los adultos vuelan desde el océano al desierto para ubicar sus galerías subterráneas.En octubre, cada pareja pone un solo huevo. Durante 40 días, macho y hembra —indistinguibles a simple vista— lo incuban alternadamente. Luego, el pichón permanece unos 80 días más hasta iniciar su primer vuelo nocturno hacia el mar.
Ese viaje instintivo, guiado por las estrellas, hoy se transformó en una trampa mortal. “Las luces de la ciudad los confunden”, explica Veronica. “Siguen la luz equivocada, chocan con postes, casas o vehículos. Muchos caen al suelo y no pueden retomar vuelo. Son presas fáciles de perros o gatos”.
La contaminación lumínica es una de las principales causas de mortalidad
Chile actualizó recientemente su norma de luminarias, pero su aplicación sigue siendo desigual. Según el Plan RECOGE Golondrinas de Mar del Ministerio del Medio Ambiente, se registran más de 10.000 aves afectadas por año solo en las regiones de Antofagasta y Atacama.
Durante la recorrida que realizó Agustina Grasso, conductora de Hilo Verde, conversó con Julio Valdivia, ingeniero ambiental especialista en trazabilidad textil, quien detalló el recorrido de los fardos que llegan desde el norte global:
“Los fardos provienen de Estados Unidos y Europa. Llegan en contenedores sanitizados y fumigados, con certificado del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). Se clasifican en galpones: las prendas de primera y segunda categoría se revenden; las de tercera y cuarta, las más deterioradas, terminan en ferias o vertederos ilegales. Ahí se pierde la trazabilidad”.
Ese último eslabón alimenta los vertederos clandestinos de Alto Hospicio, donde toneladas de ropa quedan expuestas al sol y al viento.
Las fibras sintéticas se degradan lentamente, liberando microplásticos y químicos que se mezclan con el suelo del desierto.
Valdivia lo resume con crudeza: “Chile no produce esta basura, pero la padece. El desierto se convirtió en el patio trasero del consumo global.”
Basurero textil en Atacama. Octubre de 2025. Crédito: Agustina Grasso
Las investigaciones recientes detectaron restos textiles y metales pesados en los suelos cercanos a las zonas de nidificación. Algunos trapos, arrastrados por el viento, bloquean las cuevas de las golondrinas o quedan adheridos a sus alas. El ciclo del descarte se hace visible en el vuelo de un ave que no puede alzar vuelo.
Las luces que salvan
Frente a la pasividad estatal, surgen respuestas desde la sociedad civil. Organizaciones como Fundación Cielos de Chile, la ONG Golondrinas de Mar y grupos vecinales de Alto Hospicio promueven las “Caminatas de la Luz”, una iniciativa que recorre de noche los puntos críticos de contaminación lumínica para denunciarlos ante el Ministerio del Medio Ambiente.
“Salimos con linternas y medimos la intensidad lumínica”, explica González. “Cada foco corregido es una posibilidad más de que las aves encuentren el mar.”
Las ONG también impulsan un pedido formal para que la zona de Caleta Buena y el entorno del vertedero textil sean declarados Reserva Natural, una figura que permitiría restringir el tránsito y proteger los nidos. A su vez, el Plan RECOGE avanza en tareas de rescate: cada año, voluntarios recorren las calles para recuperar las aves desorientadas, hidratarlas y devolverlas al mar. En Alto Hospicio, esas madrugadas se repiten como un gesto de resistencia y esperanza.
La historia de las Golondrinas de Mar no es solo la de una especie amenazada. Es también la de un país que recibe la basura del mundo y la de una ciudadanía que decide no mirar hacia otro lado. Por eso, el trabajo de estas agrupaciones debe servir de ejemplo para replicar a nivel global, y para visibilizar un problema que no solo es de Chile sino de todo el Planeta.







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