Locomotora Oliveras tiene 41 años, cuando era chica se dio cuenta que su fuerza no era común: trabajó en el campo, manejó tractores, cargó bolsas de 30 o 40 kilos. Pero recién empezó a entrenar cuando se dio cuenta que estaba siendo víctima de violencia de género. Ganó cuatro títulos mundiales en diferentes categorías y obtuvo un Récord Guinness. Sin embargo, nunca ganó igual que un hombre, ni pudo vivir del boxeo.
—Mi sueño es la igualdad, que la mujer diga ‘nosotras ganamos igual, somos iguales. No existe el sexo débil: existe la mente débil —alienta, en medio de una charla motivacional, Alejandra “Locomotora” Oliveras.
Oliveras levanta los puños y también hace chistes. Sobre el escenario montado en el camping de STIHMPRA (Sindicato de Trabajadores de la Industria del Hielo y Mercados Particulares de la República Argentina), en la ciudad bonaerense de Villa Luzuriaga, “Locomotora” parece una show-woman experimentada. A los 41 años y en el ocaso de su carrera profesional, la mujer que ganó cuatro títulos mundiales en diferentes categorías, otros dos de una entidad no oficial y un Récord Guinness se gana la vida con charlas motivacionales y exhibiciones en clubes y sindicatos de todo el país, mientras entrena hombres y mujeres en el gimnasio que levantó en la localidad santafesina de Santo Tomé, donde está radicada desde 2018.
— Yo siempre trabajé, toda mi vida. Cuando me dediqué al boxeo dije ‘voy a hacer algo paralelo para poder vivir, para poder comer con mis dos hijos’. Entonces empecé a trabajar. Soy instructora en aeróbica y en aerobox, soy personal trainer. Empecé a trabajar en los gimnasios de empleada. Ellos me contrataban y yo les llenaba los gimnasios, porque tengo buena onda, tengo esa conexión con la gente, y porque mis clases dan resultado. Trabajaba cinco, seis horas por día. Dando clases yo hacía 4.000, 5.000 abdominales. Hacía aerobox, agarraba pesitas de un kilo, dos kilos, y daba las clases. Yo trabajaba para poder comer, para darle de comer a mis hijos, para poder pagar el alquiler, porque del boxeo no podía vivir, pero yo soñaba con que algún día iba a ganar plata como los hombres. Así seguí mi carrera, seguí mi sueño -cuenta.
Los bíceps voluminosos de Oliveras conviven con uñas esculpidas, gruesos labios coloreados y una voz de locutora que hace casi 20 años le cambió la vida. Había conseguido trabajo en la radio del pueblo donde se crió, Alejandro Roca, en el sur de Córdoba. Leía los diarios al aire cuando le tocó dar la noticia de la liberación de Mike Tyson y sintió rugir, en su interior, un animal salvaje. Soñaba con, algún día de su vida, ser Tyson. Aunque sea una vez, ser boxeadora. Una vez, ser como su ídolo. Lo confesó ante el micrófono. Minutos después, irrumpió en el estudio un hombre. Lo apodaban “El Perro”.
—¿Vos sos la que dijiste que querés pelear? —lanzó.
—Sí… —se sorprendió Alejandra.
—Bueno, yo te voy a hacer pelear —decretó “El Perro”.
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“Oliveras es, junto a Marcela Acuña y Yésica Bopp, parte del triángulo de las boxeadoras más importantes de Argentina. Ella se encargó de no ir más lejos de lo lejos que fue su carrera, con cuatro coronas mundiales y dos no oficiales, descartables, no reconocidas”, opina el relator Osvaldo Príncipi, protagonista de los últimos 40 años de la historia del boxeo en Argentina. “Locomotora” fue campeona del mundo en cuatro categorías distintas, una menos que Floyd Mayweather, integrante del podio mundial de los más ganadores en diferentes divisiones junto con el estadounidense Óscar de la Hoya —con seis cinturones— y el filipino Manny Pacquiao —con ocho—. Oliveras obtuvo los títulos supergallo WBC (Tijuana, 2006), ligero WBA (Río Cuarto, 2011), pluma WBO (San Antonio de Areco, 2012) y superligero WBC (Santo Tomé, 2013). Entre agosto de 2005 y julio de 2015 peleó en el marco de la Federación Argentina de Boxeo (FAB): de 37 combates, ganó 32, perdió tres y empató dos. En 2017 abandonó la FAB en malos términos —“son una mafia”, dice— y se ligó a una entidad no reconocida, la WPC (Comisión Mundial de Pugilismo, por sus siglas en inglés), donde ganó dos títulos más, el último en mayo de 2019. Su mayor hito fue haber nockeado de visitante a la mexicana Jackie Nava, cuando se alzó con su primer cinturón tan solo un año después de su salto al profesionalismo. Sus logros no tuvieron lugar en las tapas de los diarios y, muy lejos de recostarse sobre los billetes, sonreír con dientes de oro o manejar un Rolls Royce, Oliveras nunca pudo vivir del boxeo.
La “bolsa” —así se le llama a la ganancia del boxeador profesional— depende de un arreglo entre privados. Un empresario, denominado “promotor”, organiza los eventos, contrata a los boxeadores y les paga por pelea. La negociación tiene muchos matices, según la relación entre las partes: por lo general, uno de los dos púgiles tiene un vínculo con el promotor y está en mejores condiciones, mientras que el otro es contratado para la ocasión. El prestigio, el “valor de mercado” del boxeador, la cantidad de rounds, la importancia de la pelea y el interés del municipio donde se disputa son las variables que determinan el monto final. “Entre mujeres y varones existe, sobre todo mientras va subiendo el nivel de lxs boxeadores (no los debutantes) una diferencia de paga, en general a favor del hombre, que tiene que ver con una situación de desigualdad, como en otros ámbitos de la sociedad, y con una situación de mercado, porque el boxeo femenino no es un producto tan vendible, especialmente a nivel mundial, donde no se consume mucho. Argentina es uno de los países donde más se consume, donde más se televisa y más competencia hay. Pero como en otros deportes, la escala de mercado es menor, entonces la paga a las deportistas es menor”, explica Manuel Vilariño, de la FAB, el ente rector del boxeo en Argentina. El directivo reconoce que hay mucha diferencia de números: “Hoy el boxeador más taquillero del mundo puede llegar a cobrar USD 15.000.000 una pelea, y la boxeadora más taquillera con suerte puede embolsar USD 200.000. En Estados Unidos casi no hay mercado para el boxeo femenino”.
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Oliveras nació en El Carmen, provincia de Jujuy, el 20 de marzo de 1978. Su familia se mudó a Córdoba cuando ella tenía apenas un año. Cuarta de siete hermanos —cuatro varones y tres mujeres—, transitó su niñez en el campo, donde manejaba tractores, recolectaba maníes y cargaba bolsas de arpillera de 30 o 40 kilos. Sus padres alentaban el goce de su cuerpo, de la naturaleza.
— Yo veía que hacía lo mismo que mis hermanos, y a mis hermanos cuando les tocaba lavar los platos nadie les decía nada, era normal. Yo veía igualdad -recuerda.
En la escuela primaria, Alejandra aborrecía la quietud de sus compañeras. Quería correr, saltar, jugar al fútbol, hacer fuerza. Quería ser libre. Estar a la par de los hombres. Retarlos a una pulseada y ver cómo, uno tras otro, caían derrotados.
— Desde que era chiquita yo me di cuenta que tenía mucha fuerza, que tenía un don -dice. Un día, mientras las demás callaban, se hartó de un compañero que les tocara la cola en la fila. Liberó su fiera interior y lo tumbó de una piña en el estómago.
A los 15 años, Alejandra se enamoró y quedó embarazada. Su pareja la doblaba en edad. Se mudaron juntos, pero al poco tiempo la relación empeoró.
— Me pegaba por todo: porque no le gustaba el mate, porque no le gustaba, qué se yo, el puchero, porque venía de jugar al fútbol y le salía mal el partido me pegaba. Yo dije ‘no quiero que me pegue, no quiero vivir este infierno, no quiero esta vida para mi. ¿Por qué me pega? Por todo… no había motivos’. Él era más grandote que yo, tenía más fuerza. Y yo dije ‘me voy a poner fuerte y me voy a defender. Voy a demostrar que él no tiene derecho a pegarme’ -relata Oliveras.
Empezó a entrenarse a escondidas, en una pieza de la casa donde vivían “en la total miseria”. Hacía abdominales, flexiones de brazos, hacía como que boxeaba. Vio cómo sus músculos, de a poco, se fortalecían. Al cabo de dos meses, cuando un día él le fue a pegar, ella pegó primero. Fue una piña en la punta de la pera, cargada de dolor acumulado. Él cayó y ella huyó. Agarró a su hijo Alejandro en brazos y volvió a la casa de sus padres.
Mientras vivía de changas, a los 18 años, Alejandra intentó seguir los estudios, pero el objetivo quedó trunco:
— En el pueblo no había universidad. Quise estudiar ‘profe’ de Educación Física, hacía dedo y dos veces intentaron violarme. Hice tres meses dedo, y en esos tres meses una vez un camionero se me tiró encima, y yo lo saqué, le dije ‘yo voy a estudiar, no soy prostituta’. Paró el camión y me bajé llorando. La segunda vez, un auto, un tipo me dijo ‘bueno, ahora pagáme el viaje’, antes de llegar, y se bajó el pantalón y se empezó a masturbar. Yo lo traté de todo, me bajé, se me tiró encima y me acuerdo que le rompí la ropa. Y dije ‘no estudio, me van a matar, me van a violar’. No pude estudiar. Por eso digo que es tan duro ser boxeador, pero más ser mujer.
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En un audio de WhatsApp, Oliveras me pregunta cómo estará el clima el domingo en Buenos Aires. Le informo que se espera sol y me responde alegre, con el “emoji” del golpe de puño. Pasaron dos semanas desde que la escuché narrar su historia por primera vez, en una audiencia pública sobre “equidad en el deporte” en la Cámara de Diputados de la Nación, donde estoy acreditada.
En el Hotel Sarmiento Palace, a cuatro cuadras del Congreso, “Locomotora” no tiene rastros del cansancio que le produjo haber manejado su camioneta toda la noche desde Santo Tomé. La multicampeona desayuna café negro, tres o cuatro fetas de jamón y queso, bizcochos de arroz que saca de su mochila y un plato de huevos revueltos. Desde que inició su carrera, no come papas fritas ni toma Coca-Cola. Por madrugar estuvo ausente en muchos cumpleaños y fiestas. Recorría 90 kilómetros en moto al pueblo donde estaba su entrenador, y 90 de vuelta, con los ojos como dos melones negros por los golpes de los hombres.
— No había mujeres boxeadoras en ese momento, había pocas en el país, y a mi me tocaba en el mismo camarín que todos los hombres. Estaban todos desnudos, porque se cambian ahí. A mi no me importaba verlos desnudos, yo quería pelear.
—¿Y ellos qué hacían? —pregunto.
—Algunos bien, otros se agarraban el ‘coso’. Yo no les daba pelota. Yo decía ‘boxeadora’ y la gente era como si yo dijera ‘delincuente’, o ‘villera’, no sé. Pero a mi no me importaba. Yo seguía adelante porque a mi me encantaba entrenar, me encantaba hacer dieta, me encantaba la concentración, me encantaba superarme, y soñaba con ser profesional —dice con convicción mientras abre la mirada y gesticula con sus puños.
Oliveras montó su propio gimnasio hace un año en Azcuénaga 2516, Santo Tomé, a cuatro kilómetros de la capital santafesina. Hombres y mujeres de distintas edades hacen step, saltan la soga, le pegan al saco y trotan al ritmo de Daddy Yankee y Nene Malo. Se dan el lujo de entrenar con la “Locomotora”, la misma que triunfó en el mundo y que, en un video promocional de su cuenta de Facebook, anda en una bicicleta de “Rodados Ardana”, luce unas trenzas de “Eugenia López Peluquería”, compra un pollo al spiedo en “Parada Mitre”, se lleva una pila de bandejas de pastas de “Qué pastas”, y se prueba unas gafas tornasoladas de “Optilent” (“La vida es bella, no te pierdas ningún detalle!!!”).
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Antes de subir a un ring por primera vez en su vida, a Oliveras le temblaban las piernas. Apenas se había entrenado cuando “El Perro” organizó un festival, lo anunció en la radio y convocó a todo el pueblo. Alejandra se enfrentaba a una villana del pueblo, apodada “La Yarará”. Su única preparación había consistido en pegarle a una bolsa y guantear con un gaucho amigo de su padre. Antes de su debut, vio cómo uno de sus hermanos, que se había ejercitado con ella para pelear en el evento, quedaba desfigurado al segundo round.
—Papá, metí la pata, dije que quiero ser boxeadora y yo no sé pelear… ahora se me van a cagar de risa toda la vida en el pueblo, me van a cagar a palos… -le dijo a su padre temerosa, como si su vida fuera una escena de Million Dollar Baby.
—Mirá, hija, si tu sueño es ser Tyson una sola vez, aunque sea una vez, nunca te vas a arrepentir de haberlo intentado. Pero te vas a arrepentir toda la vida de no haberlo intentado.
Oliveras molió a golpes a “La Yarará”.
— La cagué a palos, así, con zapallazos, revoleando las manos -recuerda, con la mímica de los golpes desenfrenados.
Durante el entrenamiento improvisado, le habían inventado un apodo en honor a su estilo: “Autito Chocador”. A Alejandra no le gustó. “No, no, no. No soy un autito chocador. Soy una locomotora”, retrucó. Escogió ese sobrenombre porque “las locomotoras son de fierro, van para adelante, son muy fuertes”.
Nada la detuvo hasta obtener su licencia profesional, y apenas un año después de dar ese paso, en mayo de 2006, el boxeo internacional se rindió a sus pies. Oliveras viajó a Tijuana, México, para enfrentarse a la local Jackie Nava, quien no perdía desde el mismo mes de 2003 y estaba invicta en su país. Dos años menor que “Locomotora”, que entonces tenía 28, Nava llevaba dos defensas exitosas del título supergallo. Semejante diferencia de trayectorias contrastó con una coincidencia curiosa: al momento de la pelea ambas registraron exactamente el mismo peso (53,900 kilos) y altura (1,60 metros).
— Fue la pelea más dura que tuve, por tener a todo un país en contra y por tener al jurado en contra -afirma Oliveras.
Subió al ring con pasos de cuarteto, al ritmo de “Soy cordobés”, el hit de Rodrigo, en honor a su provincia adoptiva. Su físico trabajado impresionó a los relatores de Fox Sports. Mientras “Locomotora” daba pequeños saltos y lanzaba golpes al aire, hizo su entrada triunfal “la princesa azteca”, con el cinturón en alto.
La sorpresa del público fue total al ver que, tras sonar la campana, la favorita fue vapuleada. Oliveras se volcó al ataque y le sacó lustre a su apodo. Jab, giro, jab, pausa, cross, jab, giro. Su rival no tuvo otra opción que bloquear los golpes, y la argentina terminó intacta el primer asalto. En el minuto 1.08 del segundo, tumbó al suelo a Navas de un derechazo, y a los pocos segundos la volvió a tirar contra las cuerdas.
Eléctrica, “Locomotora” desplegó un monólogo ofensivo y el nocaut se presentaba como el desenlace natural de la pelea. Pero al tercer round, la visitante se quebró su mano hábil, la derecha, lo que le permitió a Nava emparejar el duelo hasta ganar el séptimo asalto.
— A pesar del dolor que tenía en la mano, a pesar de que no podía seguir pegando, porque en cada round, en cada minuto se multiplicaba el dolor, yo sabía que no podía abandonar -recuerda. Durante los descansos, con poco aliento y empapada de sudor, preparó junto a su entrenador, Carlos Tello, una estrategia para nockear a su contrincante con la mano izquierda. Cuando faltaban 19 segundos para finalizar el octavo asalto llegó el golpe definitivo: un cross izquierdo directo a la mandíbula de Nava, que no tuvo nada más que hacer.
—Argentina te quiere, México también te quiere, ¿qué opinas de la gente de aquí? Te aplaudieron también… —la abordó un periodista arriba del ring, en medio de los festejos.
—Me encanta México y lo que importa no es el país, sino que salgan grandes boxeadoras. Yo peleé con la mejor, con una gran boxeadora. Fue una pelea dura, ¡estoy re feliz! Lo que te puedo decir es que se cumplió el sueño de mi vida. ¡Y me gustaría encontrar un novio acá en Mexico, porque estoy sola! —remató Oliveras, todavía con lágrimas en los ojos, y se paró de manos con el cinturón WBC brillante alrededor de su cintura. La victoria aun hoy le causa emoción:
— Me demostré a mi misma que pude lograrlo, que pude ser campeona mundial, pasando hambre, porque en ese momento yo ni siquiera tenía para comer, dormía con un colchón en el piso, no tenía heladera, no tenía lavarropas. Sentí que superé todos mis miedos, sentí que derroté a mis rivales, que eran la pobreza, el miedo, la desesperación. Ahí me sentí una verdadera campeona.
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Voy y vengo con cajas pesadas en la Hemeroteca del Congreso Nacional, los amplios ventanales dejan entrar la luz de una mañana gris. Quiero saber qué dicen los diarios sobre la campeona que hizo historia. Uno de los hombres del mostrador, regordete, de remera naranja y lentes de mucho aumento, me pregunta, curioso, qué busco. Le cuento quién es mi objeto de estudio.
—Aaaah, síii… ¿una de pelo cortito, no? Nunca tuvo mucha prensa… siempre fue la “Tigresa”… una vez pelearon en el Luna Park, que perdió… algo ahí hubo… —sugiere el empleado.
Oliveras y Acuña se enfrentaron el 4 de diciembre de 2008. La foto previa al gran combate fue un auténtico duelo de estilos. La “Tigresa”, con sus rulos morochos, una malla azul de cuerpo entero y la sonrisa distendida. La “Locomotora”, con un brushing en su melena rubia, una mueca desafiante y el torso apenas cubierto con un bodypainting negro y el dibujo de una corona anaranjada rodeada por laureles en el abdomen.
En la foto posterior a la pelea, Acuña despliega aún más su sonrisa y levanta los puños con los cinturones AMB y CMB supergallo rodeando su cintura y su hombro izquierdo. A su derecha, Oliveras también eleva los puños, pero bajo la sombra de una gorra blanca, su boca y sus ojos redondos no pueden disimular una resignación sin atenuantes. Al día de hoy, Locomotora mastica bronca. “Me robaron esa pelea. Me pegó en la nuca”, sostiene. La “Tigresa” nunca le dio revancha.
Cuando fue tricampeona mundial, en 2012, Oliveras pudo viajar a Miami para participar de la Convención Mundial de la WBO y se paró frente a su presidente, Francisco “Paco” Valcárcel.
—Le dije ‘presidente, con lo que estamos ganando las mujeres nos alcanza para nada. Por favor aumente las bolsas femeninas porque se va a terminar el boxeo femenino, porque no ganamos dinero’. ¿Y sabés lo que me ofreció? Que me acueste con él, que me encame con él. Yo le dije ‘yo no soy una prostituta’. Y él ‘no, no, pero esto no es prostitución, es porque me gustás…’. Recién me conocía y ya… yo le pedí que aumente la bolsa y él me invitó a…. eso es prostitución. Y hay muchas boxeadoras que se prostituyen, lamentablemente, para ganar un poco más de plata. Pero eso no es boxeo. Eso no es boxeo.
«Locomotora» tampoco tuvo éxito en la FAB, donde también enfrentó al entonces presidente, Osvaldo Rafael Bisbal. En la entidad aclaran que no tienen potestad para regular las bolsas. “Ella tuvo problemas con todos los promotores”, se defiende un funcionario que mantiene su nombre bajo reserva.
En 2013, Oliveras consiguió el cuarto cinturón mundial, se convirtió en Récord Guinness y fue invitada a Crónica TV. Con la melena más corta y liberada de las trenzas, “Locomotora” sonreía a cámara y mostraba los puños con el entusiasmo de un niño que se ve por primera vez en televisión. La pantalla mostraba el certificado enviado desde Inglaterra, que acreditaba el logro: Oliveras era la primera y única mujer en la historia mundial en ganar cuatro cinturones de boxeo en distintas divisiones.
—No pudiste ir a recibir el premio… —introdujo el periodista.
—No, porque salía USD 8.000 el pasaje para ir hasta Londres. Me llamaron desde Londres para ir a recibir el premio en persona, pero yo no tengo USD 8.000 dólares para ir. Les pedí por favor, con una maestra de inglés, que me mandaran el certificado mio del Guinness porque yo no podía viajar a recibirlo, y bueno, me lo enviaron, me llegó hace poquitos días a mi casa, a mi domicilio. Y estoy tan feliz… Héctor, si vos podés leer lo que dice ahí… —, le pidió al conductor.
Héctor tradujo al aire el documento, que al pie de la hoja tenía un sello plateado y dos palabras finales: “Oficialmente sorprendente”.
Oliveras contó en esa entrevista que su mayor ganancia fueron USD 4.000.
— A las boxeadoras se les paga muy poco y es una vergüenza -reconoce el periodista especializado Andrés Mooney- El boxeo argentino sobrevive desde hace años y mantiene sus transmisiones de televisión gracias al boxeo femenino. El boxeo masculino hoy no tiene un campeón mundial y las chicas hoy sí son un montón y se les paga $2,50. Oliveras bien lo sabe: ella fue campeona mundial en cuatro categorías, en 2006 metió el nocaut a Jackie Nava, que fue un resultado impresionante, una argentina yendo como visitante a México contra una pionera del boxeo mundial, que hoy sigue boxeando en un gran nivel. Oliveras fue y la nockeó. Fue un resultado increíble. Parece absurdo que estas mujeres deportistas hoy no puedan vivir del boxeo. Son muy pocas las que pueden. Vemos que hay muchas metiéndose en política, intentando insertarse en algún municipio para que el Estado contenga y les pague lo que ellas no pueden tener con su profesión.
Fabricio Nieva, entrenador de la Selección Nacional de Boxeo desde 2019, coincide sobre el lugar que ocupan las mujeres en este deporte: “El boxeo femenino nacional está mucho más desarrollado que en la mayoría de los países. Tenemos proporcionalmente muchas más competidoras. Hemos ido a Estados Unidos y nos pasó de no encontrar rivales para guantear contra nuestras chicas”.
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En el camping de STIHMPRA hay globos, gazebos, inflables, muchos colores, árboles, una piscina, un carrousel, parlantes con música pila-pila, familias que comen asado. El sol pega sobre las brasas y el humo se confunde con la brisa suave de un domingo de noviembre. Son las dos de la tarde cuando el presentador, un hombre con la remera del sindicato, le da la bienvenida a la estrella de la tarde.
—Vine a dar una clase de boxeo para todos y todas. Que se pongan acá adelante, porque van a entrenar con la “Locomotora” —anima Oliveras con su micrófono vincha, mientras se desplaza por el escenario.
Las familias se acercan de a poco al escenario y la campeona presenta a su equipo: los hermanos Nicolás y Carlos Leguizamón, boxeadores amateurs de 18 y 16 años categoría welter que van a su gimnasio; Macarena Figueroa, instructora de zumba; y el mayor de sus dos hijos, Alejandro, de 26 años. Ellos son el “team Locomotora”. Lo dice con letras de molde en sus remeras, lo dice en sus gorras, en los guantes que usan los dos púgiles. Oliveras vende. Hace de su historia un producto, de su nombre una marca.
—Las mujeres estamos a la par de los hombres. A la par. Por eso yo peleo por la igualdad. Igualdad significa estar a la par. Ni atrás ni abajo. A la par. Si no, portáte bien… —bromea ante el público y vuelve a exhibir sus músculos de acero, que lleva con gracia, con naturalidad, como si los tuviera incorporados desde su nacimiento, como si no fueran el fruto de un sacrificio inmenso.
A la charla motivacional —que incluye su historia de vida, críticas al machismo, una oda a las bondades del deporte y varias consignas del manual de la resiliencia— le sigue una presentación a cargo del “team”, con música de Rocky Balboa. En la primera parte, los dos jóvenes hacen “boxeo en sombras”: tiran golpes y contragolpes al aire, mueven las piernas, calculan la distancia, giran de un lado a otro como si su rival estuviera frente a ellos. “El boxeo es pasión, el boxeo te permite soñar, con el boxeo bajás de peso, porque movés todo el cuerpo. El boxeo te permite ser fuerte porque aprendés a defenderte, y si sabés defenderte, no tenés miedo”, relata Oliveras. En la segunda parte, los púgiles saltan la soga, simple y doble, “como Mayweather”. Aplausos, aplausos, aplausos. Luego, “Locomotora” y Nicolás se calzan los guantes y enseñan al público cuáles son los golpes de boxeo. El jab va a la cara o a la panza, el uppercut va a la pera o a la panza, el cross va a la mandíbula. Después es hora de poner los golpes en práctica: los hermanos guantean tres minutos, lo que dura un round en boxeo masculino. El público alienta a uno y a otro. El show sigue con golpes a manoplas, donde se pone a prueba la velocidad y la justeza. Termina con una serie de abdominales, donde los jóvenes se despegan de las colchonetas y terminan parados lanzando golpes.
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El mexicano Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo desde 2014, publicó en 2017 un artículo titulado “Round 12: El riesgo de tres minutos en el boxeo femenino”*, donde explicó por qué las mujeres pelean a diez rounds de dos minutos y no a doce rounds de tres, como los hombres. El funcionario cita estudios de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) que indican que “la estructura ósea de las mujeres es diferente a la de los hombres, específicamente en la región del cuello”; “las mujeres tienen casi un 80% más de probabilidad de sufrir concusión que los hombres”; y que “tienen un tiempo de recuperación más lento”. “No voy a subirme al tren sólo para ver a peleadoras ser arrolladas”, avisa Sulaimán. La decisión de permitir estos combates depende de cada jurisdicción, de los promotores que quieran organizar estos eventos y, por supuesto, de las mujeres dispuestas a participar.
En mayo de 2019, Oliveras quiso volver a quedar en la historia. Promocionó el combate como “La pelea del siglo” y le ganó por nocaut técnico a la mexicana Lesly “La Explosiva” Morales en la localidad santafesina de Las Heras, con las reglas de los hombres. “Con esto hay mucha discusión médica, si se trata de una cuestión de sexismo o si evidentemente está bien que las mujeres no puedan hacerlo”, indica el periodista especializado Mooney.
Para Oliveras, no hay obstáculos: “En Las Vegas ya están peleando a 12 rounds. ¿Sabés por qué? Porque yo fui la primera. No me lo reconocen, pero yo fui la primera. Sentí que gané una guerra. Lo hice por todas, no por mi. Las maratones son de 40 kilómetros para hombres y mujeres. Los partidos de fútbol son de 90 minutos para los dos. El rugby lo juegan igual. El tenis igual. En el boxeo nos pusieron eso para sacarnos los millones que nos pertenecen. Ellos sí estudiaron, pero estudiaron para jodernos, para robarnos, para esclavizarnos”.
“Locomotora” lleva como un mantra la historia de Kathrine Switzer, la estadounidense que en 1967 se coló en una maratón de hombres y a pesar de que intentaron apartarla mientras corría, siguió, siguió, siguió, y llegó a la meta.
“No hay algo que el hombre pueda hacer y la mujer no. A mi me gustó ser boxeadora, y soñaba y lo hice. ¿Mirá si yo me hubiera frustrado con todo lo que la gente me decía que no haga? No debe haber cosa más fea que llegar a grande y estar frustrada y decir ‘ahora no lo puedo hacer’. La mujer puede hacer lo mismo que el hombre, lo mismo, lo mismo. Imagináte: yo superé a todos los hombres en Argentina. Ninguno tiene mis títulos. Ninguno: ni Monzón, ni Falucho Laciar, ni ‘Maravilla’… nadie. Superé a todos los hombres”, presume.
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Termina el primer segmento del “team Locomotora” y hombres, mujeres y niños se agolpan en el ingreso al escenario. Le piden fotos, le dan besos, le dicen que la admiran. Oliveras se da un baño de popularidad: abraza gente, levanta niños, sonríe ante los celulares. Aplica siempre la misma pose boxeadora, que deja en primer plano el enorme tatuaje que lleva sobre su hombro derecho, el símbolo del gimnasio de su maestro, Amílcar Brusa, histórico entrenador de Carlos Monzón.
— Mi sueño es la igualdad, que la mujer diga ‘nosotras ganamos igual, somos iguales, somos seres humanos, somos personas’. No existe el sexo débil: existe la mente débil -remarca Oliveras.
En el salón de eventos de STIHMPRA, “Locomotora” se retoca el labial rosa flúo, enchufa su celular y queda tendida en una silla. Todavía falta el segmento de zumba-box, a cargo de Macarena. Sobre la mesa hay bolsos y una valijita de metal. La abro y me encuentro con el cinturón WBO, rosa, con espejos redondos a los costados y un relieve de águila dorado bordeando las iniciales del título. Me sorprende el peso; debe rondar los ocho kilos.
—¿Sabías qué? Los cinturones de hombres son de oro y piedras, pero los de las mujeres no —comenta.
1 Comentario
¡Qué crónica tan buena! ¡Me encantó! Excelente narración, excelente presentación del personaje, excelente jerarquización de la información. ¡Felicidades para la cronista!
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