Nosotras al volante

Empecé a manejar después de morir.

Claramente es una metáfora sino no estaría escribiendo esto. A lo que voy es que aprendí a manejar cuando me di cuenta que el siguiente paso, si quería hacerme cargo verdaderamente de mi misma, era tomar el volante.

A medida que iba acumulando kilómetros, el empoderamiento femenino se iba aferrando de mí. Corre por mis venas cada vez que acelero, freno y llego a destino. Subirme al auto es sinónimo de que un par de alas salgan de mi espalda. Ya no más “¿Me llevás? Es acá al toque…”. Ya no más “¿Me vas a buscar? Así no me vuelvo sola”…

Al bajar la ventanilla, dejo que el viento me pegue en la cara…

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Una vez tuve un sueño: en el mundo, la mayoría de las conductoras éramos mujeres. Íbamos por las calles, a velocidad promedio, tocando bocina cuando queríamos, escuchando cada tanto “qué bien lo haces” o “dale qué vos podes”; y en los semáforos, aprovechábamos y nos remarcábamos de rojo los labios.

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No es que de la noche a la mañana me animé a todo. Fui despacio. De a poco. Mientras iba tomando confianza en el instructor de manejo, después en el auto y finalmente en mí.

Lo más complicado, al principio, eran los cambios. Qué dónde queda la primera, la segunda, la tercera. Tardé meses en que me interesaran la cuarta y la quinta.

Ni hablar de la primera vez que me subí a la autopista. Sentía una sensación de adrenalina pura. Tampoco me voy a olvidar de recorrer Costa Brava con una amiga, a las pocas semanas de conocernos. Muy Thelma y Louise, mientras escuchábamos “Like A Prayer” de Madonna.

Con el tiempo, descubrí que es uno de mis lugares favoritos para reír fuerte, llorar con ganas, cantar desafinando, discutir a los gritos, reconciliarse o todo eso junto a la vez.

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En el sueño, la mejor nafta era Super Fem, un combustible libre de competencia y soberbia; y a base de sororidad, autenticidad y empatía. Si algo andaba mal, íbamos a los talleres mecánicos, donde las chicas salíamos de los pósters, nos poníamos la ropa que queríamos y nos subíamos a nuestros coches.

Nosotras al volante. Ya nadie nos mandaba a lavar los platos.

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En los años 20, a la famosa escritora argentina Victoria Ocampo,  le gritaban “¡machona!” al verla pasar manejando su Packard último modelo por las calles de la Ciudad de Buenos Aires…

Cien años después, es decir, hoy, por la Avenida Rivadavia, Buenos Aires, pasan hombres y mujeres al volante: hombre, mujer, hombre, mujer, hombre, hombre, hombre, hombre…

Se me viene a la mente un tuit que leí hace poco: “En Argentina, solo el 8% de las mujeres usa el auto para ir a trabajar y cuando hay un auto en la familia, lo suele usar el hombre”.

Recuerdo otra noticia, que si bien parece de la edad media, es actual… En Arabia Saudita se levantó la prohibición de que las mujeres pudieran conducir. Aunque se detuvo a las activistas que lucharon por ello.

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Mientras espero en un semáforo, me llega un mensaje de WhatsApp de una amiga:

¿¿Alguien conoce algún mecánico para recomendar??

Siii, el mío es re copado. Ya te lo paso. –respondo, hasta que llega el verde.

Lo poco que queda de camino, sigo pensando en la idea de nosotras al volante…

Pienso en quienes me llevaron y me trajeron mucho tiempo; pienso y agradezco a quienes me enseñaron a manejar; pienso en mi abuelo que era mecánico y en mi abuela que jamás manejó; pienso en mi otro abuelo que le prestaba el auto a mi primo y que a mi jamás se me ocurrió pedírselo, ni a él dármelo; pienso en mi mamá que empezó a manejar a los 40; pienso en mi hermano menor que manejó mucho antes que yo; pienso en mi papá que me iba a buscar a la madrugada al salir de bailar; pienso en los novios que me pasaban a buscar motorizados y en mi amor que tenía un Torino; en mis amigas que manejan y las que aún no se animan a sacar el registro; pienso en un grupo de hombres que una vez me dijo “qué bien que manejás” con algo de sorpresa…; pienso en nosotras al volante, al mando de nuestras vidas, sin que nadie nos juzgue, respetándonos, prendiendo nuestras propias luces…

Llego a destino. Estaciono. Apago el motor. Cierro la puerta. Sobre el agua de la zanja, se van flotando un par de plumas…  

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