Por Flavia Fiorio
—Gracias.
Argentina es uno de los pocos países donde “gracias” quiere decir “no quiero más”. No está escrito en ningún lugar, pero, sea de la provincia que sea, gracias también quiere decir basta.
Aquí también se puede decir “dale, che, que no es micrófono” fuera del contexto de un recital para que pase el mate.
Esto se aprende desde la infancia, tomando mate, preguntándose por qué le dejaban de cebar cada vez que agradecía y por ser parte del tradicional ritual en distintos espacios, siendo parte de la ronda en donde pasaban un mate, mano a mano, historia tras historia.
Pero fuera de Argentina la realidad cambia, es distinta. Quien no nació con la palabra yerba en su vida cotidiana se extraña al ver “la bebida exótica de Sudamérica”. No sabe bien qué hacer con ella.
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Karla Johan Lorenzo -misionera por nacimiento, porteña por adopción, matera por profesión- tiene 42 añosy toda una vida dedicada a difundir la yerba mate, aprender sus beneficios y hablar de sus propiedades. Trabaja, aunque suene surrealista decirlo, como sommelier de yerba mate y es conocida como embajadora del brebaje en el mundo.
Gracias al mate de coco que tomaba junto a su hermano cuando era chica, al mate de pomelo que la desvelaba en el secundario y al olor que salía de la cocina en la chacra de su abuela cada vez que ponían agua caliente en una olla con cáscara de naranja secas, azúcar y yerba, Karla se dedica a viajar difundiendo la yerba mate y ve qué pasa, alrededor del mundo, cada vez que introduce el concepto de mate cebado en las distintas culturas.
Si bien ella busca adaptar la yerba a distintas opciones, no tan argentinas, para poder exportarla al exterior (le pone lavanda al mate, crea cerveza con mateína y busca llevar la yerba hasta a un marco gourmet), en sus viajes, fuera del país, siempre muestra cómo se toma y ceba propiamente un mate en Argentina. Y guarda las anécdotas de qué pasa cada vez que la ven.
El mate por el mundo: del lado de allá
La feria del libro en Frankfurt, Alemania, es grande, caótica, imponente. En ella se escuchan idiomas mezclándose entre sí, en una fiesta de nacionalidades y de stands. Los libros le ceden algo de espacio a otros productos y Karla aprovecha para desplegar, en un stand que dirige ella misma, productos nacionales, mates, porongos y bombillas.
Mientras charla con los que se detienen y admira el lugar, conoce a una pareja que se le acerca muy interesada en la idea del juego de mate completo para pasar tardes amenas y paseos en pareja. Ante la predisposición, prepara un set matero para que se lleven y les entrega una bombilla, un porongo, un yerbatero y un bolso para guardar todo junto. Ellos la miran, extrañados y educadamente le dicen: “Otro juego completo más, por favor”. Compartir bombilla no es opción.
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Fuera del país, Karla viaja con una valija llena de distintos tipos de mate. Tiene de calabaza, de vidrio, vasos de plástico (poco ortodoxo para un argentino) en donde permite cebar y su viaje a China no es la excepción.
Sabe que, en un país en donde se usa barbijo en transporte público, compartir bombilla no está dentro de las posibilidades y por eso viaja con vasos para poner yerba, en donde les enseña a los orientales a cebar.
Llega a China y, sentada en una mesa rodeada de orientales acostumbrados a calentar agua para ponerla en tazas de té y al ritual social de compartir una bebida, ceba un mate argentino y los invita a tomar. La similitud del mate con la bebida tradicional oriental hace que no sea difícil que acepten la propuesta pero hay que disimular el sabor fuerte, la amargura del primer sorbo.
Para eso, Karla saca lavandas y hace un mate saborizado, que es bienvenido y hasta aceptado por los orientales pero, sorprendida, ve que usan la bombilla para revolver el contenido del porongo. La confunde con cuchara y desafía las leyes gauchezcas.
El mate por el mundo: del lado de acá
Hay otro lugar en el mundo, muy lejos de Argentina, donde también toman mate. En Siria, acostumbran a despertarse, encender la pava y cebar un buen amargo y también acostumbran a compartir… el termo. El mate no.
Desde la guerra en Siria y por los refugiados, en varios países de Europa se comenzó a conocer el brebaje pero, aún así, la bebida no es tan popular como en cuatro países de América Latina que la toman, eso sí, de maneras muy distintas.
En Brasil, comparten el chimarrao, en Paraguay, preparan hielo para el tereré. En Argentina, dicen “poné la pava” para avisar que habrá visitas y en Uruguay caminan con el termo bajo el brazo. Pero todo acabará cuando alguien no quiera seguir tomando. Y entonces diga:
—Gracias.
SOBRE FLAVIA: egresada de Tea y Deportea, licenciada en Comunicación Audiovisual (UNSAM) y asegura que desde que descubrió el periodismo no se imagina haciendo otra cosa. Trabajó en medios como Política Argentina, El Destape y colaboró con portales nacionales como Revista Brando, Cosecha Roja e internacionales como El Toque y Distintas Latitudes. Desde que especializó en periodismo narrativo (Fundación TEM) disfruta ir por la vida buscando personajes curiosos, particulares, a los que ella llama «esos que parecen salidos de un cuento de García Márquez».