Relatos de la primera menstruación, según pasan las generaciones

Cinco mujeres. Cinco relatos. Un mismo hecho: dejar de ser una niña*.

“Tenes una hija señorita”

Mi mamá no me había dicho nada del tema porque yo apenas pasaba los diez años. Estaba en clases cuando empecé con algunos dolores. Iba al baño, pero no me miraba, entonces no me daba cuenta qué estaba pasando. Me habré cortado, le digo a una compañera dos años más grande que yo. Noo, me dice ella. Cuando llegues a tu casa, preguntale a tu mamá que te va a contar más. Pero como me daba vergüenza, me fui a la casa de mi tía que tenía apenas diez años más que yo y le expliqué. Me dio un abrazo y me felicitó. Yo seguía sin entender bien. Cuando fuimos a ver a mi mamá, le dijo “tenes una hija señorita”. A mamá se le llenaron los ojos de lágrimas y se sintió culpable por no haberme contado. Mamá me decía que los hombres de la casa no podían ver las toallitas que me dio porque les podían dar problemas en los ojos. Igual yo me di cuenta que mi papá ya lo sabía porque me trataba diferente. Estaba más sensible conmigo.

(María, 70 años, Buenos Aires)

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“Este es un tema de mujeres”

Recuerdo que tenía 12 años. Me agacho para arreglar un cable del televisor y me veo la pollera manchada. Le cuento a mi mamá y me dice “te hiciste señorita”. Ella ya me venía hablando de menstruar y esas cosas. Siempre fue muy abierta. “Mirá este es un tema de mujeres. No lo vamos a hablar con los hombres.” Y fue así que empezamos a ser cuidadosas con ellos y con mi higiene. Me trajo una pila de tela de sábana, que me hizo cortar como paños, doblarlos y ponerles algodón adentro. En ese momento, no había plástico. Y después de usarlos, se lavaban a mano con lavandina y se reciclaban. Recién cuando empecé a trabajar, me compré mis propios paños de plástico. Y esto me da un poco de vergüenza, pero fue tal cual: mi vieja me decía que no podía mojarme, ni lavarme la cabeza esos días con el período porque podía volverme loca. Los dos primeros años, le hice caso, era una nena. Y bueno, después ya no, y quedé como quedé….

(Estrella, 59 años, Buenos Aires)

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“Flores para mi”

Nunca fui muy buena en los deportes. Pero corría rápido. Estaba por participar de la primera ronda de los torneos bonaerenses en velocidad, cuando antes de empezar la carrera, me empezaron a dar náuseas y mucho dolor abdominal. Yo pensé que era por nervios previos a la largada, que jamás pude concretar por lo mal que me sentía. Desde el colegio, llaman a mi mamá para que me viniera a buscar. Yo tenía 12 años. Cuando llego a casa, voy al baño y descubro que me había hecho señorita. Le gritó a mi mamá: “me hice señorita”. Y ella grita de la emoción. Por la hendija de la puerta, me pasa una toallita higiénica. Yo ya sabía del tema porque mi mamá siempre fue muy abierta conmigo, al igual que mi abuela. Esa tarde, cuando mi papá volvió del trabajo, vino con un ramo de flores, que eran para mí.

La segunda vez más que señorita, me hice mujer. Fue a los 31 años, cuando probé la copa menstrual. Estaba nerviosa, como la primera vez que me vino. Antes de usarla, hay que esterilizarla: lavarla en agua hirviendo. Una vez lista, la usé. Jamás olvidaré los nervios que sentí. ¿La gente se daría cuenta que estaba siendo una revolucionaria? Obvio que no… pero yo así me sentía. Por decisión propia, cambié un método que había usado toda mi vida, sin siquiera habérmelo preguntado. No había tomado conciencia de que las toallitas descartables son desechos graves para el planeta, además de caros. Pero lo más grave de todo es que mes a mes tiraba mi sangre a la basura como si fuera el paquete de un alfajor. Hoy puedo decir que  la honro: es el poder de la vida.  

(Agustina, 31 años, Buenos Aires)

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“Bienvenida señorita”

Siento una sensación extraña y molesta. Voy al baño y me doy cuenta que me había llegado el momento del que me venían hablando en el colegio: me había hecho señorita. Lo primero que se me vino a la cabeza fue ¿cómo se lo digo a mamá? me daba mucha vergüenza. No pude hacerlo. Agarré disimuladamente una toallita de un paquete de muestra de Avon que me había regalado la mamá de mi mejor amiga y me la puse. La noche de mi primera menstruación traté de dormir lo más derechita posible, me habían contado que en la cama no te podías mover mucho porque sino manchabas todo. A la mañana siguiente, me levanté temprano -era invierno- y con mi amiga Viviana nos fuimos a un parque de diversiones. Cuando la llamé a la tarde para contarle a mi mamá que el paseo estaba de lujo, me dijo: ¿Vos no tenías nada que contarme? Ahí me di cuenta que no sé en qué estado habré dejado el baño. Pero era evidente que ella se había dado cuenta de todo. Asi que le dije que sí. Pero que a la noche hablábamos. Cuando llegué a casa, todo era una fiesta. Todos me felicitaban: mamá me abrazada y mi hermano mayor sostenía un cartel hecho en cartulina lleno de dibujos de jeans, remeras y corazones, acompañado por dos palabras que resaltaban: “Bienvenida señorita”. Mis cachetes ardían de vergüenza.

(Cynthia, 29 años, Buenos Aires)

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¡Chicos, mi hija se hizo señorita!

Yo recuerdo que tenía 12 años y ya sabía del tema. Pero el día que me hice señorita me asusté un montón. No era de preguntar mucho. Estaba en casa, cuando me manché la bombacha, la lavé, me fui a cambiar, me puse otra y la volví a manchar. Estaba re asustada porque no paraba de mancharme. La llamé a mi mamá que estaba en el trabajo y le dije “mamá me manché la bombacha, tengo miedo. Estoy asustada”. Y mi mamá me dijo “te felicito, qué alegría”. Y al rato se escuchó su grito: “¡¡Chicos, mi hija se hizo señorita!!” ¿Y sabes la vergüenza que me dio que mi mamá le cuente a todos en el trabajo?

(Erica, 24 años, Buenos Aires)

*Texto colectivo elaborado por Escritura Crónica, a partir del relato de cinco mujeres. Gracias a todas por colaborar.

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