Tosqueras: piletas de la muerte

Allá al fondo, bien al fondo. Lejos de la civilización, de la modernidad, hay una ruta. Es la Ruta Provincial 1001, que divide los partidos de La Matanza y Merlo, en el oeste del conurbano de Buenos Aires. Una vía donde es habitual ver camiones pasar repletos de basura y autos con baúles llenos de residuos, que arrojan al costado del camino, y se cristalizan en una típica postal de un paisaje gris.

A tan sólo una hora de la Ciudad, el olvido se respira junto a los olores nauseabundos que dejan las botellas, los pañales, las cáscaras de banana, los saquitos de té y hasta los animales en estado avanzado de descomposición que rodean la 1001.

A la altura de González Catán, La Matanza -uno de los partidos más pobres y grandes del Gran Buenos Aires- la ruta se vuelve más desolada.

Al final del camino, se puede acceder al relleno sanitario de la Ceamse, donde durante años llegaron los residuos de gran parte del oeste del conurbano. Hasta que los vecinos empezaron a contraer distintas enfermedades, que van desde complicaciones respiratorias a cuadros todavía más graves, como cáncer. Por esa razón se organizaron y lograron —entre otras conquistas—, que el relleno sanitario de aquella localidad ahora solo reciba los desechos de La Matanza.

Pero antes de llegar al relleno, algunos camiones o autos particulares dejan desechos. Del otro lado de la 1001, está el partido de Merlo, Pontevedra. A mitad de camino, entre pastizales, residuos desperdigados y transformadores eléctricos, sale una calle angosta y de tierra desprolija.

—Acá hay que doblar −advierte Ninfa Mora, la copilota.

Sin su observación, jamás le hubiéramos prestado atención a esa calle.

—¿Doblo acá a la derecha?

—Sí, porque hay que girar y volver para acá, para atrás.

—Bien.

No vamos en una 4×4. Esto es un Clio negro. Esperamos que no nos abandone.

—Mandé hacer un cartel bastante duro.

—¿Qué dice?

—“1001, frontera de la muerte. No más tosqueras”. No más a las tosqueras, no más a los pozos de la muerte. Basta de muertes de niños adolescentes, jóvenes, a veces familias enteras. Que diga bien grande: “BASTA”.

***

Pocas personas saben lo que son las tosqueras. Sin embargo, para la mayoría de las construcciones se necesita una. Edificios, rutas, calles, autopistas, aeropuertos, obras públicas: todo lleva tosca. La tosca es una tierra de color rojizo que se extrae de capas inferiores del suelo y es muy requerida por ser un “suelo de alta resistencia” que sirve de base. Una vez extraída, quedan pozos, que a veces llegan a 25 metros de profundidad, y son conocidos como “cavas” o “tosqueras”, que se terminan llenando de agua (que proviene del nivel freático” y luego se recargan con agua de lluvia) y forman lagunas que parecen naturales.

***

El camino continúa. Ya estamos en medio de un campo. Se nos cruzan vacas por delante. Frenamos. No sabemos qué hacer. Ni qué pensar. Sólo que el Clio resista. Los animales nos ignoran.

—¿Color del cartel?

—Negro con letras blancas.

—¿Te reuniste con autoridades de La Plata por el tema de tu hijo?

—Sí, y bueno, la charla fue exhaustiva. Lo bueno es que nos recibieron, vinieron los de la Ceamse. Se comprometieron a hablar con Minería de la Provincia, que son los responsables, pero nos dijeron que de las tosqueras no sabían nada. Que nunca habían escuchado nada.

A lo lejos, en medio del descampado, se vislumbra algo así como un oasis: lagunas de agua azulada, aves que vuelan por arriba de los pastizales altos, el paisaje perfecto para cualquiera que quiera refrescarse en medio del calor.

—¿Tenés más hijos?

—Me queda uno solo, Ciro, que es más grande que Lautaro.

—¿Tenía 18?

—Había cumplido 18, sí. Recién cumplidos, pobre hijo. Era un chico muy sano, fuerte, lleno de vida. Estudiaba, trabajaba. Pero murió ahogado el 17 agosto de 2014.

—Igual en agosto no hacía tanto calor, ¿no?

—El 17 agosto de 2014 hizo 28/29 grados.

Bajamos del auto. El paisaje es de cuento. Un oasis. Pájaros, agua, verde. Pero el peligro está en el interior.

Subimos a pie hasta la orilla de una de estas lagunas, que están rodeadas de pastizales. Desde lo alto, se ve el agua bien azulada, con un islote en el medio. A simple vista, no se sabe bien qué profundidad tiene. Pero se nota que mucha. El viento sopla fuerte. El sol nos pega en la cabeza. Las aves nos sobrevuelan. No hay ningún cartel que indique que es peligroso acercarse a esa zona.

—¿Qué hizo Lautaro ese día?

—Vinieron entre 14 y 15 chicos de 14 a 19 años, a acampar desde la noche anterior. Al otro día, amaneció un hermoso día como hoy, pero caluroso… fue el primer día de calor de agosto. Se pasaron a la mañana sacándose fotos, lindo paisaje… Y bueno, después se quedaron a jugar, estuvieron jugando y al mediodía se les ocurrió entrar a nadar. La idea era saber quién podía llegar más rápido a la otra orilla. La mezcla de la corriente del agua chupó a mi hijo. Se produjo un remolino que lo llevó y no lo soltó. A uno de los jóvenes también le pasó lo mismo, pero llegaron a agarrarlo y lo trajeron. Pero él no pudo… no podían agarrar a los dos.

—Pensaron que estaba jugando, que hacía una broma, pero no, no fue una broma. Después ingresó su primo, Víctor, a buscarlo, pero ya no lo encontró. Pasaron las horas y pidieron ayuda. Nadie le brindó ayuda porque la gente de ahí sabe que siempre ocurre esto. Llamaron a los bomberos, a la policía… Lo sacaron a las tres de la tarde de ese día, y a las tres y veinte me notificaron que mi hijo estaba fallecido.

Esto es un oasis. Pero el peligro está en el interior.

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“Estos sitios tienen corrientes submarinas, diferencias de temperatura, que generan como remolinos. A lo que se suman algas y bordes muy altos, que generan grandes problemas al momento de intentar salir”, (palabras que alguna vez no dijo Leandro Varela, coordinador de académico de la maestría Paisaje, Medio ambiente y Ciudad de la Universidad de La Plata y presidente de la ONG Nuevo Ambiente).

El caso de Lautaro no es el único. Las autoridades dicen que no hay cifras oficiales que den cuenta de la cantidad de muertos en estos espacios.

—Decenas de centenares de niños y adolescentes, jóvenes y, en algunos casos, familias enteras mueren en estos lugares –dice Ninfa mirando el horizonte.


***

Según la Acumar (Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo), “se relevó, sistematizó y georreferenció información sobre 47 sitios de extracción de suelo. Se identificaron nueve emprendimientos activos, de los cuales dos no registran movimiento de suelo, lo que reduce el número de activos a siete; 38 inactivos, de los cuales dos no se encuentran inundados, y 36 son sitios inactivos inundados (lo que se consideran “cavas críticas”). “Estos últimos son los que resultan más riesgosos por ser sitios atractivos para la población en busca de áreas recreativas, sobre todo en el período estival”, explican.

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A casi cinco años de la muerte de Lautaro, Ninfa sigue luchando. Nadie se hace responsable. En este tiempo, ella inició la causa judicial, se reunió con autoridades locales y provinciales, golpeó la puerta de despachos y la recibieron secretarios de secretarios. Tiene el sostén de las organizaciones sociales del territorio.

“Deberían estar alambradas y señalizadas. Además, tendrían que estar tapadas por quienes usufructuaron esa tierra”, cuenta Pablo Pimentel, presidente de la APDH de La Matanza. Alejandra Fernández, subsecretaria de Políticas Sociales y representante del Municipio de Merlo ante la Acumar, plantea que el hecho de que se trate de una actividad de privados “no exime de responsabilidad al Estado”. “En el caso puntual de las cavas de Merlo (donde murió el hijo de Ninfa), nos encontramos con un privado que, en un momento, explotó estas tierras dejando este pasivo que son las tosqueras. Después se llenaron con las napas de agua, siendo hoy también parte de un reservorio y modificando, así, la construcción geológica del lugar”, agrega.

—Hoy, lo único que me queda es mi dolor. Ya hicimos demanda pero nada. Quiero encontrar a los responsables de la muerte de mi hijo. Algunos me dicen que de este lugar han sacado la tosca para hacer la Ruta 3. Pero no hay informaciones seguras. Las tosqueras son las piletas de los pobres –dice Ninfa, antes de emprender la vuelta para la 1001, entre vacas, pastizales, camiones y basura.

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