Es mediodía, faltan tres horas para el partido de la selección argentina de voleibol ante Polonia y en las inmediaciones del estadio Maracaná las camisetas albicelestes se destacan por sobre las del resto. Los Juegos Olímpicos de Río 2016 se viven así: la rua Euríco Rabélo está cortada. De un lado, está la vereda de acceso al imponente estadio. Del otro, una serie de bares y restaurantes colmados de compatriotas que matizan la espera. Comida, cerveza y sombra. El mejor plan para un sol que cada vez pega más.
En medio de la multitud, hay un chino que parece el señor Miyagi parado al lado de un triciclo. Este hombre no vende nada. Lo primero que ofrece es un folleto que lo presenta: “Un verdadero espíritu olímpico”, se lee debajo de su nombre, Guonming Chen.
No habla español, inglés, ni portugués. Sólo mandarín. Pero el lenguaje gestual y el de su mirada –notablemente pura– junto a las imágenes ploteadas en su triciclo –se lo ve posando junto a su medio de transporte en París, Londres, Roma, Beijing y en muchas otras ciudades– ayudan a entender su mundo: se la pasa pedaleando.
—Señor, ¿tiene un inflador? -le pregunta alguien en chino. El dice que sí.
El recién llegado saca una pelota de voleibol de su mochila y la llena de aire. Le agradece.
—Disculpe, ¿habla inglés? ¿De dónde es usted? -interrumpo al dueño de la pelota.
—Sí, soy de Texas, pero de origen chino.
—¿Me podría ayudar como traductor para hablar con él?
—Sí, claro.
Así descubro que Chen es un granjero de Tong Shang, distrito de la ciudad china de Xu Zhou. Que desde 2001 viaja por el mundo en su triciclo. Ya recorrió 24 países y suma unos 170.000 kilómetros. La mayoría los hizo en los últimos seis años, cuando esos datos duros comenzaron a tomar otro sentido.
“Quiero difundir el espíritu olímpico”, dice desde que los Juegos de Beijing 2008 le rompieron la cabeza y le edificaron el alma. “Soy un gran fan de los Juegos Olímpicos y vengo porque quiero ver a las personas del mundo entero alentar durante esta fiesta y ser parte de ella”.
Abre los ojos bien grandes y relata que antes de los Juegos celebrados en China estuvo tres meses recogiendo basura en las inmediaciones del Parque Olímpico. Como premio, la organización le regaló un ticket para la Ceremonia de Clausura. Y desde entonces pedalea más que nunca.
Cuenta que se mantiene gracias a las donaciones de la gente y a changas de mensajería que hace a bordo de su triciclo y a las experiencias inolvidables.
“En Malasia, Tailandia y Vietnam tuve que exprimir la ropa siete u ocho veces al día por la temperatura de 38 grados. (“Señor, ¿puede ser una foto?”) En Tailandia sufrí grandes inundaciones. Cuando quise irme del Sudeste asiático, me negaron la visa en Birmania y tuve que pedalear hasta el Tibet, atravesando montañas de 7.000 metros de altura. (“Disculpe, ¿usted vino pedaleando desde China?”) En Pakistán, Afganistán e Irán atravesé zonas de guerra y en Turquía llegué a vivir con 30 grados bajo cero”.
Así me doy cuenta que el espíritu olímpico puede llegar lejos, bien lejos.