Laura, Débora y Leila ven que comienza a rodar la pelota en el estadio Kazán Arena de Rusia sentadas en fila en uno de los costados más largos de una mesa rectangular de madera. El centro de mesa es un televisor pantalla plana y ellas, un poco apretujadas, buscan el espacio para sus cosas: Laura tiene dos hojas cuadriculadas, dispuestas en forma horizontal, como si fuera el propio campo de fútbol, donde identifica –con bolígrafo y resaltadores naranjas y rosados– la alineación de los equipos. Déborah también tiene a la mano la alineación de Argentina y Francia, pero impresa a computadora; mientras que Leila tiene varias hojas con datos de ambos países.
—Tiene Argentina la pelota, pelotazo largo, pero la falta ya está cometida sobre el capitán, sobre Lio Messi, así que será tiro libre para la selección. Lindo punto tener la pelota parada con Messi en el equipo realmente siempre es negocio —narra Laura a los dos minutos del partido.
—En todos los años que siguieron a su legalización (1979), la cifra total de abortos efectuados por año (en Francia) pasó de 300 mil abortos clandestinos a 250 mil abortos legales y seguros, una cifra que hoy rodea los 220 mil abortos al año —interviene Leila tiempo después.
—Busca un centro para Di María, no le alcanza, no se entienden, la pelota ahora en dominio de Francia, roba, muy bien Marco, muy atento, hay una nueva contra, esta vez domina bien Macherano, entrega para Franco Armani, va a salir del fondo Argentina —sube el ritmo Laura.
—Argentina consiguió el voto femenino en 1947 y Francia, en 1944 —acota Leila en los momentos en los que el volumen está más bajo.
Mientras tanto, una copa mundial de plástico de la FIFA baila en las manos de un niño de 7 años. Damian ve el juego en el bar La Tribu, Almagro, Buenos Aires, junto con su papá Eduardo Duarte.
—La diferencia más importante, para mí, es que los datos de color son mucho más interesantes que un relato tradicional ¿viste? Cuánto valen los jugadores, cuánto se gastó en publicidad, esos son datos que no suman en nada —dice Eduardo quien viste una remera de la selección argentina con la estampa del número 10.
Débora tiene una albiceleste similar, pero no la tiene puesta, sino que la tiene colgada en el espaldar de su silla. La levanta y la agita en el minuto 93 con el gol de Agüero gracias al centro de Messi; en el 94, se muerde las pocas uñas que le quedan al ras de la carne con el último ataque de Argentina para intentar empatar el partido. En el 95, se queda inmóvil unos segundos en su silla y se da por vencida.
Mundial, mundial,
ya somos ganadoras
la voz en el estadio
es de una relatora
Laura, Leila y Débora no están en Rusia junto con las periodistas argentinas Cecilia Caminos, Marirró Varela, Débora Rey, Yésica Brumec, Verónica Brunati, Nati Jota, Agostina Larocca, Laura Couto, Viviana Vila (la primera relatora de habla hispana con participación en un mundial) y Lizy Tagliani (la primera transexual argentina en cubrir un mundial). Pero ellas, desde Buenos Aires, también contribuyen con el incremento de las voces femeninas en el deporte.
***
Sobre la barra, reposan bandejas de tostados y medialunas. Los anfitriones no usan delantales ni uniformes, y los visitantes –en su gran mayoría mujeres– entran y abrazan a sus conocidos. Algunos pasan, identifican a sus amigos, pero primero empujan sus bicicletas por el angosto pasillo entre la barra y el salón, doblan a la derecha por donde están dos baños sin identificación de género, y las dejan en el corredor del fondo. Saben que no se las van a robar. Saben que está permitido.
Los cocineros vigilan una gran olla de metal que no es de lujo, sino que más bien deja ver su aluminio gastado, mientras que una sola máquina es la que sirve los cafés uno tras otro, uno tras otro. Las tazas no son en serie, con un modelo y un diseño único, sino que pueden simular ser las de una abuela, una tía o las que cualquier persona guarda en sus gabinetes: algunas grandes con flores, otras blancas y verdes más pequeñas. El tarro de azúcar se pasa de mano en mano, de fila en fila, entre las casi 60 personas sentadas en las sillas dispuestas en el salón y las otras casi 40 que están de pie, sentados en un escalón o recostados del compañero de lado. Se sienten en casa.
En este espacio donde funciona el bar La Tribu –al fondo está la radio La Tribu, un auditorio y en conjunto forman un centro cultural, un lugar de capacitación– Leila, Débora y Laura son el rostro de un grupo de como 15 personas que integran Feminista Mundial.
Ninguna de las tres se conocía, pero unos chats de Whatsapp activaron el proyecto de la narración femenina en el Mundial. Otro grupo de mujeres que mantenían contacto por la militancia feminista, veían por Facebook Live los partidos de la Copa América Femenina que se desarrolló en Chile del 4 al 22 de abril de este año, los comentaban por Whatsapp y se les ocurrió que podían hacer algo más allá para mantener la atención en lo que acontece en el país mientras transcurre el torneo deportivo.
El nombre “Feminista Mundial” está sellado en una remera de la selección de fútbol de Argentina colgada de una cuerda dentro del bar y sujeta por pinzas de madera. La acompañan otras remeras, también albicelestes, con otros mensajes: Hablemos de la deuda externa. Hablemos de la privatización de los clubes de barrio. Hablemos de infancias trans (la talla de esta es para niños). Hablemos de la inflación y el ajuste. Hablemos de desocupación.
Cerca de las 11:00 am bajan las luces del bar para que se vea la transmisión del juego en la pantalla de proyección, mientras que, desde el fondo, Laura da la bienvenida y comienza su narración.
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