En 1976, una monja murió de una terrible enfermedad que más tarde bautizarían como ébola. Al parecer, la infección saltó de la entonces Zaire, actual República Democrática del Congo, al resto de África. 38 años después, se convirtió en tinta: «El ébola llega a América», tituló la revista Time, el 2 octubre de 2014.
Unos días antes, Teresa Romero, una enfermera española casi muere de una terrible enfermedad que ya todos conocían como ébola. Al parecer, la infección saltó por una falla en el traje que vestía mientras atendía a un paciente contagiado en un hospital de Madrid.
En la pantalla de un televisor plasma que cuelga en una de las paredes de un bar de Barcelona está puesto el noticiero: «Pueden llegar a matar al perro de la enfermera por posible contagio de ébola».
«Preocupa más la vida de un perro, que las de miles de personas que mueren de ébola en África», dice el estado de un amigo de Facebook.
El pequeño televisor encastrado en un mueble de cocina de un departamento en Barcelona es una ventana a una pasarela de talkshows españoles: «que el presidente no salió a decir nada de la enfermera, que los controles en el aeropuerto no son suficientes, que el sistema sanitario, que los…»
Apago la tele. Vuelvo a la realidad (que no es la africana con casi de 7000 muertes): me voy caminando por las angostas, empedradas y chulas siete cuadras que separan el departamento donde vivo de la estación de trenes de Gracia. Bajo las escaleras automáticas para subirme al tren de asientos naranjas acolchonados y respaldos que sobrepasan mi cabeza. Tras media hora de viaje, entre lomadas de pastos altos, llego a la Universidad. Tomo dos clases de cuatro horas sobre literatura, en una de ellas hablamos sobre el libro «Diario del año de la peste» del escritor Daniel Defoe que trata sobre «La gran peste» de 1665 en Inglaterra, una plaga que mató en un año a una quinta parte de la población de Londres. Cuando vuelvo a casa a la noche, me entero que ya vinieron a instalar el Wi-Fi: estoy conectada con el mundo.
Luego de revisar la casilla de mails, llamo por Skype a mi mamá en Argentina que hacía semanas que no veía mi cara pixelada.
-¿Cómo está el tema del ébola por ahí? ¿Ya murió la enfermera? -me pregunta.
Levanto las cejas, cierro los ojos y niego con un movimiento de cabeza. Le digo que las pruebas le dieron bien, que por acá todo sigue igual, que la gente no anda con barbijos por la calle, que hago la misma vida de siempre, que la realidad (que no es la africana con casi 7000 muertes) la exageran los medios y que en la tele se la pasan criticando a los políticos.
-Ah, pero estás como en casa… -me dice.
Parece que sí, pienso, aunque no sé bien qué responderle.