Al llegar a Medellín, pensé que me iba a encontrar con una fiesta, más allá de las cumbias colombianas que suenan por la noche y las parejas que bailan, sin importar si nadie más sigue el compás en todo el bar.
Allí están ellos, en el medio del salón, meneando sus caderas espejadas.
El tema es que pensé que todos iban a aclamar la paz. Error. Dicen que quien hace realmente periodismo, es aquel que se enfrenta sus más grandes prejuicios.
Medellín es verde, muy verde. Una ciudad en medio de la selva. Donde gires, hay vegetación y casas. Hay pobreza, hay modernidad. Hay contradicción.
En estos días, en Medellín, se habla del plebiscito que hoy determinó que no al acuerdo de paz del gobierno de Juan Manuel Santos con las FARC.
Hoy, la mayoría dijo que no.
Se escuchan bocinas de festejos. Se ven caras de sorpresa. «Ahora hay que ver cómo reaccionan las FARC con la gente en los montes», dice un joven que no sale de su asombro y su tristeza.
En la calle, días previos ya se olía el resultado: que no pueden darle tanto poder a las FARC, después de lo que hicieron al tomar las armas. Que les avergüenza ver «cómo todos los medios entrevistan a un asesino», por Timochenko.
Algunos, con menos filtro, hasta se animan a confesar que más que una cámara, «deberían ponerle un tiro en la frente». En Colombia, tanto la política como la Justicia no tiene el mismo peso que en otros países de Latinoamérica, pienso. Acá la justicia por mano propia tiene valor, al igual que el perdón.
Un taxista dice que a él le resulta muy difícil perdonar. Que «al pueblo se le pide mucho. Los de la FARC mataron mucha gente».
En el metrocable que va al barrio San Javier, uno de los más pobres de Medellín, un hombre dice que prefiere a Pablo Escobar, antes que a las FARC porque al menos le daba algo a los pobres. «Era un asesino pero también como un Robin Hood». Frase que no dice Netflix, sino un hombre de carne y hueso, mirándome a los ojos. «El quiso pagar la deuda externa y no lo dejaron. Ahora los de la FARC van a estar en el Congreso, después de matar miles de personas. Eso yo no lo quiero. Que no toquen a mi pueblo porque sino saltamos».
En el parque Pies Descalzos, uno de los parque más famosos de Medellín, ya no importan tanto las manos, sino los pies. La regla es sacarse los zapatos «para conectarse con el planeta». En general, son los niños los que se descalzan y meten sus pequeños pies en una pileta con agua que les llega hasta las rodillas. Patalean y se salpican. Se ríen fuerte. Con paz.
En el Parque Lleras, una de las zonas más acomodadas de Medellín, un hombre está de rodillas, sosteniéndole las piernas a una mujer que está sentada en un banco. En la misma plaza, que en 2001 un atentado de un coche bomba de una banda de sicarios mató a ocho personas, ahora tres hombres le cantan una serenata a esta pareja. A ellos no les importa que los músicos estén casi pegados, como rozándolos, mientras les cantan.
Se besan sin parar, sin paz.