Un mensaje viral desató la mayor protesta social en defensa de las mujeres en un país donde la ley islámica limita la protección de las víctimas de abuso sexual. Las principales problemáticas que enfrentan las mujeres son violencia, matrimonio infantil y mutilación genital femenina, a pesar de estar prohibida. El rol de las redes sociales se vuelve clave en un país donde el feminismo lucha por sobrevivir en una sociedad que lo rechaza.
Cuando los hombres terminaron, se retiraron a las carcajadas, como si fueran héroes victoriosos regresando de una guerra donde yo era la única víctima. Me quedé en esa cocina, un pedazo roto de algo que una vez fue humana. Estaba ahí sola, abrazando mi sombra destrozada, tratando de encontrar lo que quedaba de mi. Me violaron, sí… Pero no violaron mi derecho a soñar. (…) Soy una chica que se ha perdido, mi destino está sellado… ¿se perderán otras también?
El “reenviado muchas veces” delata la viralidad de lo escrito y la primera persona perdida en la cadena digital. Ya nadie sabe quien lo escribió y en cierto punto no importa: el relato de Lalla es la voz de muchas otras. Esta es la historia de como un mensaje de texto fue el detonante para la mayor protesta social en defensa de las mujeres en un país profundamente musulmán.
Mauritania: Islam, desierto y tradición
Mauritania está en el noroeste de África, comparte frontera con Senegal, Malí, Argelia y Sahara Occidental (administrado por Marruecos) y más del 90% de su territorio forma parte del desierto del Sáhara. La región del Magreb, compuesta por Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, guarda más relación cultural con Medio Oriente que con la África del sur.
Mauritania se conformó como República Islámica siendo una ensalada de diferentes ascendencias. Es imposible proyectar cualquier análisis de este país sin explicar la profunda, compleja y diversa estructura social que la compone.
La tribu dominante, los «moros blancos», impusieron el idioma hassanía (variante del árabe) y controlan los espacios de poder. Los «moros negros» o haratines son descendientes de esclavos subsaharianos. Mauritania fue el último país del mundo en abolir la esclavitud en 1981 y hasta 20207 ni siquiera era considerado delito. Quienes son descendientes de esclavos tienen la huella muy presente en su identidad. De hecho, hasta hoy en día es posible encontrar situaciones de esclavitud camufladas de trabajo servil. Por último, están las tribus negras no arabizadas, incluyendo a los pueblos fulani, tucolor, bambara, soninke o wolof.La ley islámica, o sharia, rige la vida de todos los ciudadanos. Mauritania es uno de los pocos países del mundo dónde el ateísmo se castiga con pena de muerte y además está prohibida la diversidad de culto: el 100% de la población debe seguir las normas del Islam.
La educación islámica comienza a los cinco años, aprendiendo primero el alfabeto árabe y luego los pasajes del Corán utilizando estas tablas llamadas louha.
Ser mujer en Mauritania
Nuakchot es una capital construída en pleno desierto. Por más asfalto que quieran imponer, las pequeñas dunas se forman en cada esquina y el viento constante me llena la cabeza de arena apenas salgo del hostel. Por eso, la primera necesidad a atender es conseguir ropa adecuada para sobrellevar la hostilidad del entorno.
La vestimenta tradicional de las mujeres se llama melfa: es una tela rectangular muy fina que puede medir hasta 10 metros de largo y 2 de ancho. Se cubre primero la cabeza y continúa envolviendo todo el cuerpo hasta los tobillos. Más allá de cualquier imposición religiosa, la función de la prenda responde al contexto de viento, sol y arena incesante.
De todas maneras, las veo caminar adentro de ese telón colorido y siento que mi motricidad limitada me estamparía contra la arena en menos de media cuadra. Por eso, decido buscar la opción masculina: una tela entre tres y cinco metros de largo pero mucho más angosta que sirve para envolver únicamente la cabeza.
Casi todos los hombres lo usan aunque en distintos estilos: algunos cubren solo la parte superior de la cabeza como si fuera un sombrero, otros cabeza y cuello pero sin tapar la nariz y algunos atan la tela bien tirante dejando solamente los ojos al descubierto. Después de muchos intentos fallidos por ajustarlo sin que se caiga, un chico me explica la manera más sencilla de cubrirme las vías respiratorias. Lo hace con el suyo para que yo lo imite, porque no puede tocarme. Ni siquiera en el transporte público está bien visto que un hombre y una mujer no casados tengan algún tipo de contacto físico.
Mujer de una comunidad nómade en la región de Adrar, Mauritania
Varha tiene 30 años, no la convocan los mandatos de maternidad y estudia un doctorado en Japón. Le pregunto si podemos hacer la videollamada a sus 17:30 horas y me dice que no hay problema. Aunque justo a esa hora es uno de los cinco llamados a oración diarios y tal vez demora unos minutos. Cuando me atiende, lo hace con varias capas de tela que le cubren el pelo, sonrisa ancha e inglés fluido.
En 2023, Varha escibió un artículo exponiendo los obstáculos que las víctimas de abuso sexual deben enfrentar en Mauritania. A la conocida vergüenza y humillación que podemos empatizar fácilmente desde el Río de la Plata, acá hay un elemento jurídico-religioso que complica aún más las cosas. La ley islámica prohibe las relaciones sexuales extramatrimoniales bajo el término zina. Es de los pecados más graves después del asesinato y el shirk (idolatría y politeísmo). Bajo este marco jurídico, no es de extrañar que una víctima de abuso sexual sea condenada por zina, incluso siendo menor de edad.
Demostrar la falta de consentimiento es más difícil de lo que imaginamos. Al menos hasta 2018, había un solo médico forense en Mauritania capaz de esclarecer los casos de violación desde el punto de vista físico.
Las pericias son entonces realizadas por ginecólogos (en su mayoría hombres) y tampoco hay procedimientos claros para tratar este tipo de casos. Si bien el Código Penal criminaliza la violación, no hay definiciones específicas sobre lo que significa ese término ni de los distintos tipos de abuso sexual. Todo parecería quedar en manos de la interpretación de jueces hombres, poderosos y relacionados a la élite religiosa.
Varha insiste en que la estructura tribal de Mauritania dificulta la situación. Si una chica queda embarazada tras una violación, la tribu rápidamente le asigna un marido para evitar acusaciones de zina y la estigmatización que salpicaría a toda la familia. El silencio es impuesto por la propia comunidad.
Al menos hasta que llegaron las redes sociales.
Cuatro niñas charlan y juegan en el centro de Tiyikya, un pueblo rural en el centro de Mauritania.
El estallido en redes y las calles
Estaba sentada junto a mi padre, organizando los libros de la Universidad, pensando en mis clases de la mañana siguiente, el barullo de mis compañeros y los pequeños sueños que viven en mi imaginación. Mi padre me observaba con ojos cargados de años y enfermedad, como si estuviera intentando decirme algo, pero el prolongado silencio siguió dominando como siempre. Tal vez podría haberle dicho a mi madre, que recién había salido de la casa, ya que ella era la única que podía interpretar el lenguaje de sus ojos.
De repente, sentí algo que no podía realmente interpretar. Tal vez era el viento que de repente se enfrió, una extraña sensación que pronto me tomó por completo, pero la ignoré… La puerta estaba abierta y quería cerrarla del todo. Y ahí fue cuando la sorpresa terrible apareció: un trío de demonios en la forma de hombres se abalanzó sobre mi a la vez. No podía siguiera preguntar quienes eran o qué querían. Me empujaron hacia adentro con fuerza. Intenté gritar, pero pusieron un cuchillo en mi cuello…
Les dije: “tomen todo -el dinero, el teléfono… solo déjenos en paz”.
Les entregué mi celular con la mano temblorosa.
Estaban a punto de irse, y parecía como si mi simple súplica hubiese tocado sus restos de humanidad. Sin embargo, de repente, uno de ellos se detuvo, miró alrededor y posó sus ojos en mi padre: ese fue el principio del fin.
Dijo en una voz seria: “si gritas, lo mataremos”.
La situación se transformó en una cinematográfica y distorcionada escena. Vi a mi padre tirado en la cama, intentando moverse, intentando hablar, pero la enfermedad era más rápida que cualquier deseo de resistencia. Sus ojos decían todo con súplicas silenciosas.
Me llevaron a la cocina. El sitio era pequeño, lleno de nuestras simples pertenencias. Los hombres se sacaron el velo de cualquier humanidad de sus rostros y se transformaron en bestias despiadadas… Hicieron lo que hicieron, uno atrás de otro, mientras yo intentaba escapar dentro de mí, a esconderme en la oscuridad de mi alma, lejos de ese cuerpo que ya no era más mío…
La crudeza de un relato tan detallado y en primera persona hizo explotar Whatsapp. Enseguida fue amplificado por las dos grandes esferas digitales: los influencers jóvenes en Snapchat y los periodistas e intelectuales en Facebook.
En paralelo, miles de mujeres salieron a las calles en distintos puntos del país con pancartas de “Todas somos Lalla” o “Justicia”, llamando la atención de los grandes medios de comunicación. Incluso quienes suelen quedarse al márgen de las noticias se enteraron del tema. Esta no es la primera vez que un caso de violación se hace público e indigna a la sociedad, pero la respuesta masiva sí es novedosa.
Mujer de una comunidad nómade en la región de Adrar, Mauritania
Feminismo en Mauritania: una lucha silenciada
La ubicación que me envió Rougyu es a 7 kilómetros de mi hostel, atravesando una zona del mapa que no conocía. Es tan frustrante conseguir un taxi a precio justo siendo turista que termino rendida ante la opción de ir a pie con la excusa de “así conozco el barrio”.
En esa caminata de casi dos horas, descubro callejones repletos de botellas de plástico, trancazos de tráfico imposibles de resolver, caminos con más arena que una playa, mujeres con baldes en la cabeza, carros con mulas cargando toneladas de pescado, picaditos de fútbol en cualquier pedazo de arena libre y varios enjambres de niños persiguiéndome al grito francés de “cadeau”(regalo). Llegué al punto de encuentro media hora antes de lo pautado, bañada en transpiración y rogando por un baño.
Rougyu tiene 31 años, es periodista y la primera vez que escuchó hablar de “feminismo” fue en 2017. No recuerda los detalles de ese acercamiento, pero sí que se armaron grupos de Facebook y Whatsapp para compartir información relacionada mayoritariamente con la violencia sobre las mujeres.
―Es muy difícil ser feminista en Mauritania, la sociedad nos odia.
En un país profundamente religioso como Mauritania, el feminismo está asociado al secularismo (separación entre la religión y el Estado). Es una narrativa que parte de los extremistas religiosos para no ceder un milímetro en la tutela moral sobre las mujeres. Son los mismos que deciden no profundizar en una definición de “violación” o “abuso sexual” en el Código Penal para que cada caso siga sujeto a la interpretación del juez a cargo.
Rougyu Soumare, feminista y periodista mauritana.
Sin embargo, el feminismo no es una moda reciente
Aminetou Mint Moctar tiene 68 años y es, según sus propias palabras, la primera feminista de Mauritania. Es la fundadora y presidenta de la Asociación de Mujeres Jefas de Familia, preseleccionada para el Premio Nobel de la Paz en 2015 y una rebelde histórica frente a cualquier forma de opresión.
La Asociación de Mujeres Jefas de Familia existe desde 1999 y tiene su sede principal en la capital Nuakchot, pero el despliegue territorial alcanza a todas las ciudades mauritanas. Sin fondos gubernamentales, es el principal centro de referencia para las mujeres en situación de vulnerabilidad.
La sede es una casa de tres pisos, paredes amarillo gastado llenas de afiches de distintas campañas, testimonios desgarradores y números de teléfono. Aminetou camina por el edificio con la soltura de quien se sabe jefa, no toca ninguna puerta ni titubea para pedir cosas. Mientras una empleada nos trae algo similar a empanaditas de pescado fritas y botellas de agua, Aminatou me habla en un francés para principiantes. Mi racha de 50 días en Duolingo (App para aprender idiomas que celebra la cantidad de días de corrido que la utilizas) es suficiente para entender el énfasis en algunas declaraciones.
―El mayor enemigo del feminismo es el extremismo religioso. No hay empoderamiento femenino bajo su órbita.
Según relata, las principales problemáticas que enfrentan las mujeres en Mauritania son:
- Violencia física, psicológica y sexual.
- Matrimonio infantil (niñas casadas desde los 8 años).
- Falta de manutención tras el divorcio.
- Mutilación genital femenina, a pesar de estar prohibida.
La Asociación es el brazo ejecutivo del feminismo mauritano: organizan campañas de alcance nacional y brindan apoyo económico, médico, psicológico y educativo a las mujeres que lo necesiten. Además, un equipo de abogados elabora proyectos de ley para presentar en el Parlamento, aunque hasta ahora los dos intentos más importantes fueron rechazados.
Aminatou Mint Moctar en la Asociación de Mujeres Jefas de Familia, Nuakchot.
¿Cambio real o ilusión digital?
Rougyu reconoce que la conciencia sobre la violencia de género aumentó, en gran parte, gracias a las redes sociales. Sin embargo, casi tres meses después de la denuncia de Lalla, el caso no tuvo las consecuencias esperadas. «Unas mujeres ricas abrieron la billetera y la llevaron a una casa bonita. No se supo más nada», lamenta. De todas maneras, eso no afecta su convicción para seguir peleando por una ley que proteja a las mujeres de todo tipo de violencia.
Aminatou, por su parte, aunque se reconoce como la máxima referente del feminismo en Mauritania, es consciente de la necesidad de involucrar voces jóvenes. Mucho antes de la explosión en redes sociales, Aminatou aseguraba que “esta nueva generación promoverá el feminismo de manera transversal y ganará más a través del conocimiento, la convicción, la lucha y el activismo real”. Si la vieja guardia sentó los cimientos del feminismo en Mauritania, esta nueva militancia moderna y digital le dio el empuje necesario para llegar al público masivo. Más allá de los obstáculos, contradicciones y ataques que sufre el feminismo en el país, parece estar lentamente permeando la corteza conservadora de la sociedad.
Todas las fotografías son autoría de Franca Levin. Epigrafe de foto de portada: mujeres vestidas con el melfa tradicional caminan por la aldea rural de Tiyikya