El género musical nació en Corea del Sur. Sus videos en Youtube tienen miles de millones de reproducciones. Pero, su masividad en redes sociales dio un giro en el último tiempo que hizo que llegaran a la política. Piñera y Trump los acusan de avivar revueltas populares en su contra.
—No son chinos, son coreanos -me repetía Evelyn a cada instante. Es que yo odiaba su fanatismo extremo por el k-pop y el santuario en el que había convertido cada rincón del departamento que compartimos en Chile, mientras éramos estudiantes universitarios.
Evelyn Álvarez tenía los ojos un tanto alargados, como algunos habitantes de Perú. Pero para convertir eso a lo que ella llamaba “la ola coreana”, se embadurnaba con toneladas de crema aclarante y se alisaba el pelo. Ella aspiraba, en aquel entonces, a ser parte del fandom oficial en Chile del cantante surcoreano, Jung Yong Hwa. Para lograrlo, me dijo una vez, debía sumarse a una campaña que buscaba reunir fondos para financiar un regalo inédito para el cumpleaños 25 del líder de la banda CNBLUE. Sus seguidoras chilenas querían comprarle una estrella, a través de una campaña virtual de crowfunding #UnaEstrellaParaNuestraEstrella.
¿Qué es el k-pop?
El k-pop es una industria que nació en Corea del Sur a inicios de los años 90. Pero terminó expandiéndose a nivel mundial recién una década después. No fue casualidad, por supuesto. Se trata de una maquinaria que ha pensado en todos los detalles: desde la puesta en escena, hasta el life style de su fanaticada. En el mundo, por ejemplo, la Fundación Corea calcula que la cantidad de adeptos bordea los 90 millones de personas en 113 países. Es decir, casi diez veces la población de ciudades como Nueva York.
En Chile, solamente, en el año 2017, la presentación del grupo BTS destronó el récord de ventas que consiguió Madonna en su visita del 2008. Pasó lo mismo con el nivel de ruido emitido durante el concierto.
Volviendo a Evelyn
Me acordé de Evelyn y de la estrella que finalmente consiguieron las “armys” para su “idol”, cuando en diciembre de 2019, a poco más de dos meses de iniciado el estallido social en Chile, el gobierno de Sebastián Piñera culpó a los fanáticos del k-pop de avivar la revuelta popular.
El supuesto llegó incluso hasta los noticieros surcoreanos, quienes lo presentaban como una suerte de extravagancia exclusiva en este bloque del mundo, resaltando imágenes viralizadas en redes sociales de los integrantes de EXO o BTS, sosteniendo carteles donde se leía “Renuncia Piñera”, o de stencils de “El Che” Guevara con los ojos de un animé asiático.
K-popers y la revuelta en Chile
Contra las cuerdas de la peor crisis social vivida en Chile desde hace 30 años, el gobierno había presentado un informe denominado Big Data, en el que se analizaban las cuentas de los jóvenes chilenos, concluyendo que se trataba del grupo etario que más compartía mensajes a favor de las protestas y que, además, eran “aficionados al k-pop”.
Por supuesto, no tardaron en aparecer diversos especialistas en ciberseguridad que apabullaron esta relación calificándola de absurda y ridícula. Pero si bien no existían las pruebas suficientes para determinar la influencia de una corriente musical generada a más de 18 mil kilómetros de las costas chilenas, ¿cuán probable era que efectivamente los jóvenes k-poppers estuviesen a favor de las manifestaciones y visibilizándola en sus redes sociales?
El odio de Trump contra el k-pop
En junio de 2020, los fans estadounidenses del k-pop se atribuyeron el haber reservado tickets para el lanzamiento de la campaña de reelección de Donald Trump en Tulsa, Oklahoma. Una movida, promovida en redes sociales de manera casi invisible a los ojos de Trump. Mientras éste se paseaba frente a las cámaras, en medio de la pandemia por el Covid, mandándose la parte de que sus tickets se agotaban, el día del evento no podía creer lo sucedido: casi 12 mil lugares vacíos en el estadio.
Las felicitaciones de Anonymous
Esta especie de ciberactivismo digital no fue para nada un juego de niños. Ya en el 2019, el posicionamiento del k-pop en redes sociales llegó a convertirlo, por ejemplo, en el género sobre el que más se tuiteó.
Pero si es que este complot se hubiese gestado allí solamente, quizás no habría logrado el éxito que tuvo. Contrario a esto, los adolescentes aprovecharon la poca vigilancia estatal dentro de TikTok, e impulsaron también una serie de iniciativas alrededor de la campaña #BlackLivesMatter -por el reciente asesinato del afroamericano George Floyd- que incluían hackeos a sistemas de vigilancia para proteger las identidades de los manifestantes en las calles.
Hasta el grupo ciberactivista más famoso del mundo, Anonymous, expresaron su apoyo y respeto para los fanáticos del k-pop. Por su parte, los medios surcoreanos consideraron el episodio una broma de seguidores adolescentes del K-pop y usuarios de TikTok de Estados Unidos.
Una novia k–poper
Cuando esto paso, volví a recordar a Evelyn primero, y al instante a María Naoko.
Había salido con ella no más de tres veces, pero las suficientes para que me confesase que, logró salir de la anorexia gracias a terapia, la banda BTS y al k-pop.
María Naoko no era su nombre oficial, sino el apelativo que utilizaba para pasearse en Tinder y el que le gustaba le escribiesen en los vasitos descartables que se gastaba en su cafetería favorita.
La primera vez que me invitó a su habitación lo primero que noté fue un inmenso póster que tenía frente a su cama. María Naoko a simple vista no parecía una kpopper. Tenía las ojeras profundas que le hacían parecer una niña salida de un videoclip gótico, y completaba esa facha con un atuendo negro de pies a cabeza y el cabello sin ley. Pero detrás de eso, Naoko era una especialista en el tema y preparaba incluso una tesis sobre la polémica que lapidó a la empresa Noix en la escena k-pop chilena.
El detrás de escena: una industria despiadada
Hasta inicios de 2019, Noix fue en Chile la responsable de traer al país los más mentados espectáculos de k-pop, y planeaba consolidarse con una nueva realización del SM Town Live de ese año, el evento más grande de la industria que traería a las principales bandas pertenecientes a la productora surcoreana S.M.
Pero las denuncias en redes sociales por la desorganización del evento terminaron por sepultar la imagen de la empresa. Se inició como un inofensivo fandom de pop asiático, pero luego se sumaron testimonios de abuso sexual y deudas en contra de su dueño.
Todo a través de la web nuevamente, todo a través del hashtag #NoixIsOverParty.
La esperanza de los barrios pobres
“Los hashtags son las molotov del k-pop”, decía María Naoko, pero ¿cómo se pasa de eso al compromiso social y político que en los últimos meses ha puesto al género en los ojos del mundo, y que ha sabido burlarse en la cara de los sofisticados equipos de ciberseguridad del mismísimo Donald Trump?
La respuesta, pienso ahora, quizás estaba escondida en el póster de Naoko.
Año 2016, ceremonia de premiación de los Mnet Asian Music Awards (MAMA). BTS, el grupo estrella de la hasta ese entonces modesta compañía Big Hit Entertainment, ganaba por primera vez en la categoría artista del año, destrozando a los favoritos de EXO. María Naoko decía que la Big Hit empezó haciendo casting en los barrios pobres de Corea del Sur y que para la mayoría de integrantes de BTS, el k-pop no solamente era un pasatiempo, sino su única esperanza de movilidad social.
—¿Es cómo el fútbol? -le pregunté a Naoko, mientras mirábamos a los siete jóvenes que se abrazaban en la foto del póster, como si fuese un equipo a punto de enfrentar la tortuosa tanda de los penales.
Algunos años después, veo el vídeo de esa premiación y recuerdo a Naoko diciendo que cómo no iba a lograr lo que sea -terminar la tesis, aceptarse y superar la anorexia- si es que ellos también lo hicieron. Entonces, escucho con atención a Nam Joon -el rapero del grupo- repitiendo su discurso: “Armys, gracias por hacerlo realidad. Que la música pueda ser la esperanza para mucha gente en el mundo”, y pienso que aquello es quizás más potente que la más nociva molotov.