A 28 años del atentado extremista contra la AMIA, recordamos esta historia tan especial de Sofía Kaplinsky, una madre que a partir de la pérdida de su hija, comenzó a escribirle y su arte llegó más lejos de lo que jamás pensó.
Sofía Kaplinsky Guterman tiene la voz acaramelada. Saborea cada palabra antes de pronunciarla. Quizás se deba a su alma de poeta u oradora. Pero detrás de su tono azucarado, hay una historia impensada, dolorosa: de esas que parece una trama de ficción, aunque lastimosamente no lo sea.
Sofía tuvo una sola hija: Andrea Judith, de 28 años, maestra jardinera.
Si bien, durante gran parte de su vida, Andrea vivió con sus padres a pocos metros de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), jamás había puesto un pie en el edificio ubicado en pleno centro de Buenos Aires. Pero, como su madre le había recomendado que fuera a dejar su currículum a la bolsa de trabajo que allí funcionaba, lo hizo. Y justo fue a las 9:53 del 14 de julio de 1994. Siete días después del atentado, que se cobró la vida de 85 personas, el equipo de rescate levantó una pared que era de esa área de la AMIA, y allí fue encontrada sin vida.
Madre, quiero tener un hijo que sea mi prolongación, que sea sangre de mi sangre, muy sanito y juguetón.
Será tu nieto mimado, consentido y regalón.
Terroristas asesinos. Cuando la AMIA voló acabaron con mi vida y mi hijo no nació.
Ganó el terrorismo, madre, te quedaste sin los dos
Si bien Sofía no estaba embarazada, trabajaba con niñxs en el jardín de infantes Gotita de Agua, que pertenecía a Obras Sanitarias, pero cuando se convirtió a Aguas Argentinas, la echaron, junto a todas las docentes de allí, por recambio de personal. Ella ya tenía otro trabajo, pero como pensaba casarse a fines de 1994, quería un empleo de jornada completa.
—Yo le sugerí que fuera a la AMIA por la bolsa de trabajo. Pero después, sentí tanta culpa. Si bien no le sugerí el día, ni la hora, yo le dije que vaya allí -relata hoy Sofía Guterman.
Madre, quiero vivir muchos años, tengo mil cosas que hacer.
Envejeceremos juntas, con dignidad y placer,
y cuando seas anciana, siempre a tu lado estaré.
Terroristas criminales, nada de eso pudo ser.
Ganó el terrorismo, madre ¡Qué será de tu vejez!
—Al principio, no quería saber nada. Pero cuando empecé a ir a las reuniones de familiares de víctimas, vi que muchos hermanos luchaban y como mi hija no tenía hermanos, si yo no tomaba la posta ¿quién iba a hacerlo? Y ahí empecé a tocar timbres en las escuelas para que me dejaran estar con los chicos a darles charlas. Solo me respondían los colegios judíos, pero yo quería llegar a todos. Entonces, les decía a los chicos judíos que llevaran un amigo católico y así, de a poco, me fui metiendo -rememora hoy Sofía.
Madre, quiero la paz en el mundo, quiero una vida mejor.
Que todos se den la mano, en sangre, raza y color.
Terroristas despiadados que siembran muerte y horror, barren la paz con violencia, matan gente sin razón.
Sofía cuenta que en los inicios, se hablaba del número 85 (por la cantidad de víctimas)..
—Pero nadie conocía sus historias, sus rostros. Entonces me interioricé y empecé a humanizar ese número: quién era cada una de las víctimas, qué les enojaba, qué soñaban, cuáles eran sus gustos. Les hablo de los sueños truncos.
Ganó el terrorismo, madre, el mundo está cada vez peor.
Quedaste muy sola, madre. No sientas tanto dolor, yo te cuido y te protejo desde el sitio donde estoy.
Así, Sofía, a partir de 1994, se convirtió en una luchadora incansable por la Justicia y por la Memoria del atentado de la AMIA. Y no se quedó sólo con eso: dentro suyo empezaron a aflorar poemas. Escribió cinco libros en prosa sobre “el dolor, la impotencia y la exigencia por el esclarecimiento del atentado”.
Los regala, no los vende “porque no soy escritora”.
Sus textos viajaron por el mundo, “tratando de informar y formar, sobre todo, a las nuevas generaciones”.
Hoy continúa dando charlas…
—Eso es lo que yo he elegido como forma de sobrevida -dice.
Cuando te llegue la hora que el destino te marcó, te estaré esperando ansiosa en los umbrales de Dios, y muy juntas de la mano, transitaremos felices el mundo que habito yo.
— ¿Qué pensás de la esperanza?
—Tengo que ser honesta, yo ya perdí las esperanzas en la Justicia. Son muchos años, muchas mentiras, muchos cachetazos. Aunque algún vestigio de esperanza me debe quedar porque cada día me levanto y sigo la lucha.
Ni la bomba más intensa nos separará a las dos, porque estamos fusionadas por un infinito amor. Terroristas desalmados, ¡ellos qué saben de eso si no tienen corazón! Ellos aman la violencia, ni conocen el amor. Perdió el terrorismo, madre, esta vez, les gané yo*.
*Madre, poema escrito por Sofía Kaplinsky Guterman.