Nuestros hábitos de consumo dejan huella en el planeta. Desde la procedencia de los alimentos o comestibles que ponemos en la mesa, así como sus envoltorios, generan un impacto directo en el medio ambiente. ¿Qué podemos hacer desde nuestro lugar para minimizar estos efectos?
Por: Florencia Alassia, Licenciada en Nutrición y especialista en alimentación consciente.
Seguramente, si hablamos de alimentación, se nos viene a la cabeza inmediatamente una relación directa con lo social, el placer y por supuesto, con las necesidades de cubrir nutrientes básicos. Pero, en general, no contemplamos las consecuencias y/o el impacto que pueden tener nuestras elecciones alimentarias en el planeta que habitamos.
La ONU estableció que el sector ganadero emite un 40 % más de gases con efecto invernadero que todo el sector del transporte (autos, trenes, aviones, barcos…)
En la actualidad, y a nivel mundial, se ha incrementado de manera exponencial el consumo de carnes y productos lácteos, lo que ha disparado el aporte de gas metano (CH4) a la atmósfera, que como es un gas de efecto invernadero, su emisión ha contribuido al cambio climático.
De todo el ganado, el bovino (vacas y terneros) es el más contaminante, porque tarda más tiempo en crecer, consume más recursos y emite más gases de efecto invernadero. Para dar un claro ejemplo, en un año, una vaca produce las mismas emisiones que un auto que recorre 20.000 km.
Deconstruir nuestra alimentación
Una nutrición basada en carnes, requiere 20 veces más tierra y 14 veces más agua que una dieta basada en vegetales. En producir 1 kg de carne de vaca gastamos la misma cantidad de agua que en todas las duchas de una persona en un año.
Si se recortase el consumo de carnes, podrían liberarse tierras para desarrollar agricultura ecológica. No olvidemos que el uso masivo de fertilizantes sintéticos nitrogenados en la agricultura provoca la contaminación de los acuíferos, ríos y océanos.
La ganadería industrial ocasiona deterioro de los suelos y contaminación del agua, así como una mayor producción de monocultivos de transgénicos, con mayor utilización de agrotóxicos y envenenamiento de los pueblos rurales.
La gran cantidad de antibióticos, utilizados para el engorde de los animales, produce mayor contaminación de las aguas.
Mi mirada como nutricionista es que podemos y debemos, por nosotrxs y las generaciones futuras, hacer una deconstrucción alimentaria urgente. La buena noticia es que son hábitos que podemos cambiar, solo depende de tomar consciencia y elegirlo. La evidencia científica nos demuestra que una alimentación basada en plantas, bien planificada, es factible en todas las etapas de la vida.
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Algunas acciones viables que todos podemos realizar:
- Reducir el consumo de carnes en general y basar nuestra alimentación en plantas.
- Tener en cuenta la procedencia de los alimentos al momento de elegir, optando por una agricultura ecológica.
- Evitar el consumo de productos ultraprocesados, y aquello que venga en paquetes plásticos.
- Consumir frutas y verduras de estación. Ahorran el uso de cámaras frigoríficas, son más económicas, más nutritivas y contienen menos restos de plaguicidas.
- Siempre que sea posible, elegir productos producidos localmente (reduce su transporte).
- Separar residuos y compostar en casa.
- Tener una huerta en casa, por más pequeña que sea.
- Aprovechar el agua de lluvia para riego.
- Reutilizar frascos y bolsas, así como llevarlos cuando hacemos las compras.
- Evitar la mayor cantidad de desperdicios comestibles