Un 25 de mayo, pero de 1925 nacía Rosario Castellanos , estudiosa de temas relacionados con la situación de la mujer y las comunidades indígenas. En sus últimos años, fue embajadora de México en Tel Aviv. Desde ahí continuó su labor en defensa de los derechos feministas y fue catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Texto: Neus Crous Costa urismóloga de formación interesada en la cultura, la educación y las cuestiones medioambientales. He colaborado con varias organizaciones de tipo social. Aprendiz en el campo de las artes y las artesanías.
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Primeros años de Rosario
Rosario Castellanos Figueroa nació en la Ciudad de México el 25 de mayo de 1925 en el seno de una familia comiteca. El 15 de agosto del mismo año se establecieron de nuevo en la villa chiapaneca. Su infancia y adolescencia transcurrieron, pues, en tierras mayas.
Un capítulo importante de esa época fue la muerte de su hermano menor en 1933, cuando éste tenía siete años. Tras la tragedia, ella siempre se sintió culpable por seguir viva en vez del varón. Posiblemente, este sentimiento se veía azuzado por el talante conservador de la familia. Por ejemplo, su madre remarcaba que para una mujer era menester contraer matrimonio. Paradójicamente, de su crianza se ocuparía básicamente la criada Rufina, a través de quien Rosario se introduciría en la realidad indígena.
Así se esbozaron los que serían dos grandes temas de su obra de vida: la situación de la mujer y la de las comunidades indígenas.
Regresar a la capital federal para dedicarse al ejercicio intelectual era ya romper un molde para el que la habían querido preparar. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en 1950 leyó su tesis de maestría “Sobre cultura femenina”. En ella, se preguntó si existía tal cosa como la cultura femenina y terminó por dar una respuesta negativa.
Rosario y su imagen de mujer
Según recoge una entrevista de Elena Poniatowska, a partir de aquí buscará articular un razonamiento que la satisfaga a ella misma. Así, razonará Castellanos en su tesis, hacer cultura es una forma de obtener un grado de eternidad.
Si bien la misma autora reconoce, unos años después, que resultaría conveniente revisar el enfoque de esa investigación (por ejemplo, en ese momento no conocía El segundo sexo de Simone de Beauvoir), el documento asentará algunas de las líneas intelectuales sobre las que iría volviendo a lo largo de su vida.
Son precisamente los que desafían a la sociedad los que se ganaron la admiración de Castellanos. Se interesa en la figura de la mujer contrabandista: aquella que logra esquivar los muros masculinos. <<Si planeo un trabajo que para mí es el colmo de la ambición y lo someto al juicio de un hombre, éste lo califica como una actividad sin importancia. Desde su punto de vista yo (y conmigo todas las mujeres) soy inferior>> (palabras de Castellanos recogidas en el blog de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México).
Subraya que este desvío de una forma de vida socialmente aceptada con el tiempo genera conductas equivocadas. Por ejemplo, en sus tiempos seguía muy presente la presión para que la hija mantuviera la honra de la familia (virginidad), bajo amenaza de muerte o exilio. Paralelamente, en otros ambientes se daba la situación opuesta: se presionaba para que mantuviera el mayor número de encuentros sexuales posible, para que coqueteara con las drogas y otras conductas tenidas por liberales. Castellanos concluirá que la cuestión es que la mujer tenga el control sobre su cuerpo y pueda seguir sus impulsos naturales. Un cuerpo que en ese momento en México solamente se revelaba a través de un intermediario, el marido, que le iba a decir quién era ella.
Rosario y su literatura
En lo extenso de su producción literaria, trató temas que todavía hoy son de rabiosa actualidad, como la construcción del género o el mandato cultural de la feminidad.
En Ciudad Real la autora escribe: <<Y si el texto decía espíritu santo, Mariano interpretaba Sol y principio viril que fecunda y azada que remueve la tierra y dedos que modelan el barro. Y si decía demonio no pensaba en el mal, no temía ni rechazaba, sino que se inclinaba con sumisión, porque después de todo el demonio era sólo la espalda de la otra potencia y había que rendirle actos propiciatorios y concertar alianzas convenientes. Lo que echaba de menos, porque no se mencionaba jamás, era la gran vagina paridora que opera en las tinieblas y que no descansa nunca>>.
Cabe destacar que Castellanos nunca se consideró dentro del movimiento de la literatura indigenista, ya que decía perseguir otros motivos: <<uno de sus defectos principales reside en considerar el mundo indígena como un mundo exótico en el que los personajes, por ser las víctimas, son raros, poéticos y buenos, Esta simplicidad me causa risa. Los indios son seres humanos absolutamente iguales a los blancos sólo que colocados en circunstancias desfavorables>> (palabras de la autora recogidas por Jessica Martínez Suárez).
Fue precisamente su origen chiapaneco el que permitió a la autora tener una perspectiva propia respecto a las comunidades nativas y una comprensión de los términos en sus lenguas. Se la reconoce como la primera escritora de Chiapas y, de acuerdo con Mónica Mansour, su aportación más importante a la literatura fue abrir caminos a las mujeres que buscaban poder hacerse un lugar en estos terrenos.
Por otra parte, Marta Lamas analiza sus textos periodísticos y apunta que es en donde su feminismo es más frontal. Un claro ejemplo es el artículo “La mujer ¿ser inferior?” (Agosto de 1968), en el que se articula otra de los grandes argumentos: el peor enemigo de las mujeres no es el varón, sino ellas mismas. Ellas son las que defienden valores que redundan en colocarlas en posición de inferioridad: la inexistencia de sororidad, la individualidad y el narcisismo femenino. Más todavía: entre ellas no se detecta una verdadera rebeldía, sino que siguen predicando valores como la abnegación (negarse a sí misma), la humildad y la paciencia. En otro artículo califica a las mujeres como parásitos <<lo cual no deja de tener su encanto>> y las exime de responsabilizarse de su vida.
Una vida entregada a su obra
Su obra de vida no se limitó al plano intelectual. Fue también gestora cultural. Por ejemplo, colaboró con el Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil en varias tareas. Recorría el territorio chiapaneco en compañía exclusiva de hombres cargando el Teatro Petul. Se trataba de un teatro guiñol con el que se pretendía salvar los problemas de comunicación con las comunidades indígenas. Ella, además de viajar, escribía los textos en coordinación con los jefes de sección de salubridad, educación o comunicaciones y luego negociaba la traducción con sus colaboradores tzeltales y toztziles.
Invariablemente toda la comunidad a donde llegaba el Teatro Petul acudía a la representación, lo que también le daba ocasión para entrar en contacto con las mujeres del lugar.
Con todo, el éxito de la empresa era paradójico. Según ella misma recoge sobre uno de sus colaboradores: <<uno de sus hijos había muerto de tifoidea. En su casa no hervían el agua. ¿Por qué habrían de hacerlo? ¿Por qué él, Pedro, lo predicaba? Pero no era Pedro el que había hablado, el que había aconsejado. Era el muñeco, era su personaje y de lo que éste dijera o hiciera no podía volverse responsable>>.
Y mientras que el grupo, una ladina y seis renegados de su raza, eran tratados con reticencia, al protagonista <<a Petul le regalaban naranjas, porque las caminatas tal vez le daban sed. A Petul le barrían los atrios de los templos o los patios de las escuelas para que su recibimiento fuera digno de su rango. Se le solicitaba para padrino de los niños, para influencia benéfica sobre los animales. El hubiera sido huésped de honor de las celebraciones religiosas, hubiera presenciado los ritos secretos, hubiera presidido las ceremonias últimas. Petul, en quien veían a un protector de la tierra y los hombres. Petul, de quien quisimos hacer un hombre de razón y se nos convirtió en un mito y en una fuerza natural>>.
Rosario y sus ideas feministas
El 15 de febrero de 1971 habló en un gran acto público en el Museo Nacional de Antropología, con un discurso que le valió una ovación del público y el estupor de sus compañeros de la UNAM.
Siguiendo sus ideas feministas, habló de que no se debe hablar de “la mujer” sino que se deben tener en cuenta las diversas situaciones y desarrollos de ésta. Más importante todavía, hizo uno uso visionario del término ”equitativo” (igualdad con reconocimiento de diferencia) a la vez que criticó duramente la búsqueda de igualdad:
<<No es más que un reconocimiento del modelo de vida y de acción masculinos como los únicos factibles, como la meta que es necesario alcanzar a toda costa. (…) Esta investigación va a conducirnos a un descubrimiento muy importante: el de que no existe la esencia de lo femenino. Porque lo que en una cultura se considera como tal, en otra o no se toma en cuenta o forma parte de las características de la masculinidad. Pero entonces, si no existe la esencia de lo femenino, tendremos que admitir que lo que existe son las encarnaciones de la feminidad>>.
Pocos días antes de ese evento había sido nombrada embajadora de México en Tel Aviv, por lo que se trasladó ahí con su hijo. Desde ahí continuó su labor en defensa de la mujer y de las comunidades indígenas e incluso fue catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Murió en 1974 ocupando este puesto diplomático, electrocutada por una lámpara en su residencia oficial. Sus restos fueron colocados en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México.