¿Por qué el sexting le ganó al sexo y el texto al cuerpo?

Un extracto exclusivo del último libro de Luciana Peker, Sexteame, que nace en medio de la emergencia sanitaria por el COVID-19 y las nuevas formas de relacionarnos con el otrx. ¿Cómo es el amor, el sexo y deseo en plena era digital y pandemia?


El distanciamiento sexual no empezó con la cuarentena ni se terminó con el fin del aislamiento. Sin embargo, mirarnos sin poder salir puso en crisis el machismo hogareño: la violencia doméstica de la inseguridad puertas adentro. Y la soledad como salvavidas de los insultos, golpes, clavadas de vistos y desprecios.

La revuelta feminista cuestiona la violencia machista y la desigualdad de tareas, sueldos y tiempo en el inequitativo reparto de género. El abuso ya no es tolerado y se combate con la palabra liberada. Pero la violencia recrudece en revancha y toma nuevas formas: la indiferencia, la humillación y el desprecio a las mujeres y diversidades deseantes. La reacción a la revolución feminista es castigar el deseo.

Por eso, el sexo, el amor y el texto (la palabra) –sexteame– son armas de esa revolución que no se disciplina aunque quede encerrada. Por eso, el feminismo deseante promete encuentros y escribe su propia novela erótica mientras se conecta para no perder el latido que implica seguir viviendo.

Violencia en los hogares

El confinamiento obligatorio de más de la mitad del planeta a causa del Coronavirus mostró que los hogares –azotados o desolados– son una muestra de la violencia o de la soledad a quienes no dejaron de salir a las calles para protestar o pelear por un mundo más justo. El aislamiento nos presenta frente al desafío de revalorizar el amor y el hogar sin un formato conservador, sino de cooperación, calor y compañerismo.

Luciana Peker, Sexteame.

¿Qué vimos cuando no nos vimos?

El erotismo fugaz dejó desoladas a tantas y a tantos sin otras manos y cuerpos para compartir el desamparo multiplicado de la mitad de la población mundial encerrada en su propia inconveniencia por miedo a la convivencia. ¿Qué vimos cuando no nos vimos? La sobredosis de soledades, desacuerdos, deslealtades y desidias. La falta de amor no es una excepción, sino el marco de un mundo en el que amar es tan fácil que se volvió difícil, es tan alta la vara que nadie se agacha, son tantas las posibilidades que todas son descartadas.

Y es tan simple tocarse que se desintengró el esfuerezo por llegar a encontrarse. Wl desafío es que no se fuerce ningún amor a la fuerza, pero sí que el esfuerzo sea tan simple como transpirar después de saltar a la soga o de comer ñoquis y quedarse quitando la harina de la mesa. Porque llegar a la cocción justa necesita de ganas y la sobremesa (como la sobrecama) una postal que no puede anularse para que no seamos pacman sexuales, sino cortesanas de nuestras fantasías. El placer no es un sorbo insaciable de satisfacción, sino una construcción que no puede devorarse tan rápido como un combo de comida rápida. El fast food baja sus acciones en cuarentena y gana el pan –aun con la semilla del retroceso– poniendo su postal ancestral, como imán y como un lingote de ajos para el espanto.

La normalidad, una receta nueva

El pan no tiene que ser igual a lo que nos enseñaron, a la normalidad que ya no se quiere, sino que puede ser una receta nueva. Pero la necesidad de más sogas queda a la vista cuando ya no nos podemos esconder de tanto salir y el adentro nos encierra con el engaño de tener mucho y no tener nada. ¿Por qué el sexting le ganó al sexo y el texto al cuerpo? En una historia que nunca antes estuvo escrita (no poder salirnos ni entrarnos) escribirnos es sino la forma de estar vivos frente a la amenaza de la muerte en medio de un encierro global que quitó lo que estaba a la mano – conocerse– y nos volvió desconocidos de nuestro propio hambre.

La revolución del deseo

Fuimos más mansos de lo que creímos, menos blindados de lo que suponíamos, mucho menos autosuficientes de lo que nos proclamábamos. Y esa barrera despertó –tal vez como un Aleluya más fuerte que el amén que no derramó ni caridad ni fe desde las Iglesias más preocupadas en reprimirnos que en redimirnos– el encuentro con una voracidad gloriosamente subversiva.

Un empujón a que el deseo deje de ser mecánico y vuelva a ser una rebelión a salir sin permiso de circulación. Este libro se llama Sexteame después de pensar en decirlo de forma más tajante: Cogeme. Así se escribe un libro y un chat hot en el que tenés ganas de dejar las inhibiciones y entregarte. Con dudas. Con miedos. Con pulsión de pedir y de dar. De dar y pedir. De no medir y de confiar. No es una demanda, no es una súplica, no es una humillación, no es una forma de dominación. Es decisión: escribir como una pancarta de deseo.

«Lo que jode es el deseo«

Una noche del final del verano, quien diría que del final de la libertad, en Montevideo, me llegó una amenaza al teléfono. Defender a víctimas de abuso sexual deja atenta a los pasos que traen pesadillas antes de llegar. El sexo puede ser un arma contra nuestras palabras. Por eso nombrarlo es tan o más liberador que ejercerlo. No se trata de lo que se hace, sino de lo que se desea. Escribir es tan liberador como provocador.

El río moja aunque no se llegue ni a la punta de los pies. En la mañana de café, dulce de leche y frutas, el filósofo Darío Sztajnszrajber me dijo que no hiciera lo que no quisiera temer y me dijo más cosas de las que dijo con risas, con preguntas y con cuidados a punta de chocolate rojo y castañas endulzadas en una vista que ahora parece recortada apenas por recuerdos de barcos que no amarran ni esperan.

Darío y lo que me dijo

Darío dijo escuchando que es un verbo perdido y que decodifica el erotismo del interés de saber esperar para poder llegar. De ir más rápido de lo que podés, de ir más lento de lo que el otro se apura. De caminar sin que el ritmo te olvide y sin la comodidad de no responder a las propias piernas, sino a las piernas que sincronizan sus pasos, siempre cediendo, siempre aprendiendo, siempre llegando más lejos de lo que llegarían.

La escucha y el río tal vez están flotando como el mundo, mientras todavía no se llega, mientras no se va, mientras nos quedamos en medio de un mar sin rumbo pero con más sed de amor que antes de zarpar. El amor no es saber, sino reírse. Y tener miedo. Tener miedo pero nadar igual. Igual pero distintas. A la noche en el pañuelazo del 18 F –para pedir por el aborto legal seguro y gratuito– cuando contábamos los días y nos contábamos a nosotras entre la multitud que es una fiera que nos mantiene vivas empecé a deletrear Sexteame.

Sexteame

Tan literal como la fuerza de ser nuestras propias musas y nuestras propias protagonistas de una historia que no nos contaron sino que escribimos, con nuestras manos alzadas y arriba. En una provocación a ser escrita y tan deseada como cogida. Pero, a la vez, por sus vocablos sueltos como en un tipeo, porque están juntas las formas que separadas dicen sexo, texto y amor. Y a veces pueden ir sueltas, pero lo mejor es cuando se suman. Sexteame nació entre el río y la marcha, entre el miedo y las ganas, entre lengua que arde cuando la boca acaba y el libro que empieza cuando se escribe para que alguien venga. Sexteame nació de quitarme puñales de venganza por escribir y duelos por amar.

Porque ni escribir, ni coger, ni amar son postales que se envían sin precio para las que no nacimos con la potestad de salir. Y no pedimos permiso para entrar. No es la primera vez que estamos encerradas las que fuimos brujas, niñas, costureras, tejedoras, obreras, cocineras, nietas, novias y madres en puerperio. Sabemos levantarnos en la noche y no vestirnos antes de desnudarnos para dar la leche del cuerpo y el tiempo de nuestra existencia, no es la primera vez que cerramos la puerta para abrirnos y que entregamos la calle como una forma de cuidados que nos amansa y nos enfurece. No es la primera vez que tenemos miedo y que deseamos más tenerlo que volvernos engranajes que no necesitan respiro. El encierro nos volvió devoradoras de nuestra propia libertad y rebeldes hasta en la intimidad que hace del agua un recreo.

Libro Sexteame, de Luciana Peker

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