La primer pieza de este dominó de hechos la puso Quique Domínguez, uno de los entrenadores de Messi en Newell’s. En la producción de «Diario del primer 9 que jugó con Messi», una de las historias de la revista Don Julio #1 (donde se publicó esta historia), Domínguez le contó al cronista que en las Inferiores de Newell’s había otro crack además de Lionel: Maradona, Sergio Maradona. ¿Cómo llegar a él? A través del entrenador que había tenido en el club, Carlos Morales. Pero, a partir de ese momento, el falso Maradona se convirtió en una figurita difícil: Sergio no contestaba los llamados ni los mensajes. Salvo una vez en la que aceptó que le hiciéramos una entrevista en Rosario, pero cuando lo volvimos a llamar para confirmar la hora y el día, desapareció. Domínguez nos pasó el teléfono de una tía que vive a dos cuadras de su casa. La llamamos, charlamos, nos dijo que volviéramos a llamar a tal hora, que Sergio estaría ahí. Llamamos: Sergio no estaba ahí. El mismo Sergio que una vez que lo volvimos a ubicar y volvimos a pactar una visita, nos cambió la fecha porque se había olvidado de un viaje que tenía que hacer a Bolivia. “Es un pibe difícil”, nos había alertado Domínguez. Pasó casi un año entre el primer y el último contacto, cuando acordamos un nuevo viaje: “El próximo sábado nos vemos en Rosario”. Pero el falso Maradona podía volver a desaparecer. Alguien, entonces, tenía que contar su historia, y ese alguien es Carlos.
Carlos Morales es lo que se dice un buscador -de sueños, ilusiones y cracks-. Años atrás, pasaba día y noche buscando chicos en potreros, en videos caseros que filmaba de sus rivales en el baby o en canchitas olvidadas de pueblos de la Argentina. Los buscaba para darles la oportunidad de llegar a ser “alguien”.
Es de Rosario y toda su vida vivió allí. Ahora tiene 61 años. Dice que dio todo por Newell ´s, que Rosario no es lo mismo que antes, que siempre tomó su vocación de captación como si fuera un negocio. No por el rédito económico -punto que aclara reiteradas veces en la charla que ahora tenemos en su auto- sino porque convencer a los padres de que sus hijos jugaran en Newell´s era como venderle una pieza metalúrgica a un cliente: él es comerciante de piezas metalúrgicas y también entrenador de baby fútbol
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—¿Pudo hablar con Sergio? —le pregunto a Carlos cuando nos pasa a buscar con su camioneta por la Terminal de micros de Rosario.
—No me responde los mensajes. Lo llamo y no atiende, pero ahora vamos a buscarlo a la casa. Aunque sea para que puedas hablar con los padres.
Los padres, Alfredo y Graciela. Sergio es el mayor de diez hermanos.
En los veinte minutos de viaje hasta Moderno, el barrio con casillas y calles de tierra, alejado del centro de Rosario, donde vive el jugador, Moraleshabla de Maradona y de Messi.
Cuenta que hace años que vienen periodistas desde España, Italia, Japón, Francia y Estados Unidos por “el Leo”, y que siempre le preguntan: ¿quién era mejor, Maradona o Messi?
Y él les contesta con otra pregunta:
—¿A qué Maradona se refiere? ¿A Maradona, el de la Selección? Porque hay dos Maradonas. El otro se llama Sergio. Era un año más joven que Messi, aunque un torneo lo jugaron juntos, en Mar del Plata. En esos años yo siempre titubeé. Siempre pensé que Sergio iba a ser un crack. Pero no se dio. Por las circunstancias de alrededor, calculo, no por él.
Carlos detiene el auto sobre una avenida, en la puerta de una canchita de barrio. Desde la vereda puede verse una cancha de fútbol con gradas y un portón celeste. Un pequeño cartel pintado a mano dice: “Se busca chico 2004 y 2007”. Otro, bastante más grande, deja en evidencia que hace años alguien pintó: “Bienvenidos a la Asociación Infantil Unión y Progreso”.
—Acá vive Maradona —dice Carlos—. Bah… vivía, capaz que ahora no. Acá viven los padres.
—¿Acá? ¿Justo en una cancha?
—Sí, en una cancha de fútbol. En una casita al costado. Ustedes espérenme acá. Déjenme a mí.
Carlos se baja de la camioneta. La espera no fue muy extensa. Vuelve al rato, pero no lo hace solo: zapatillas Adidas, remera Nike, pelo corto con un gel que forma una cresta. Una sonrisa pícara envuelta en pecas.
—Éste es Sergio.
Maradona nos saluda con tal simpatía que deja atrás todos los momentos de desplante. Carlos le comenta que veníamos hablando de cómo se había iniciado en Newell´s.
—¿A vos quién te trajo, Serguiño? —le pregunta Carlos, y Sergio contesta, seguro:
—La verdad, no me acuerdo.
—Nosotros recorríamos potreros —interrumpe Carlos— pero la magia que él tenía era difícil de encontrar. Era Categoría 88, y yo siempre me decía: “Si existe un Maradona de ese año, deben existir otros. El asunto es encontrarlos”.
Sergio, durante el viaje a una estación de servicio para tomar un café, habla poco. Se dedica a escuchar a Carlos, que fue su entrenador durante dos años, desde los diez hasta los doce. Pasaron mucho tiempo sin verse y en esta camioneta se reencontraron. Sergio parecía tener la capacidad, pero el éxito -ése de las tapas de los diarios, de jugar en Primera, de salir con actrices o cantantes y de jugar en un club del exterior- no. Algo pasó y se convirtió en el Maradona que no fue.
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Maradona nació el 22 de febrero de 1988. Ahora tiene 26 años y aún vive al lado del club de su infancia, la Asociación Infantil Unión y Progreso, ese por el que, hace un rato, lo pasamos a buscar. Nos dice que juega desde que tiene memoria; buena memoria: a los cuatro años le pegaron una patada que le dio tanto miedo que no quiso volver a jugar.
—Pisaba una cancha y salía llorando. “Dale, Sergio”, me decía mi papá, hasta que me convenció.
En 1995, Sergio Maradona se sumó a las infantiles de Newell’s. Tenía siete años. A los ocho jugó con Leandro Depetris, el chico que a los 11 años vendieron al Milan, en un torneo en Perú: salieron campeones.
—No nos ganaba nadie, los limpiábamos a todos. Puro ganar, no perdíamos casi. Hasta que llegó enero de 2000, el Mundialito de Mar del Plata. Yo tenía 11 años y giraba casi todo en torno a mí. En una de las semifinales bailamos a Boca, le ganamos 4-1 con dos goles míos. Ese partido fue una locura. Me hicieron notas para la televisión, fui tapa de Olé.
“Se llama Maradona”, tituló, el 27 de enero de 2000, en su tapa, el diario Olé, que develó dos datos clave: Maradona es diestro. Y juega con la 9.
—La final la jugamos contra Aldosivi, el local. La ganamos por penales.
Lo que sigue marcó el destino del joven crack. Después de ganar el Mundialito en Mar del Plata, Newell’s tenía que jugar el Argentinito en Morteros, Córdoba. Pero Sergio eligió otro destino: Salta. Maradona viajó a Pocitos, aceptando una invitación de una escuela de fútbol. Los chicos querían ver a quien había sido “la tapa de Olé”.
—Todo el pueblo estaba ahí. Me encariñé tanto con la gente que me olvidé del torneo en Morteros. Dos semanas me quedé allá. Cuando volví, el Cabezón (Carlos) me quería matar, ¿ no?
—Ni me hagás acordar —le responde Carlos, llevándose las manos a la cabeza.
Luego siguieron la Octava y la Séptima de Newell’s, y la posibilidad de probarse en River: Maradona se probó en River, Maradona quedó.
—Así que empecé en River, pero el estudio es cero para mí. En River era obligatorio el alemán, francés, ruso, y a mí no me daba el marote. Me pudrí y me volví a mi casa. Mi familia me quería matar.
Maradona dejó River, entonces, y se probó en Unión de Santa Fe: y también quedó. Jugó hasta que se “cansó de pasar hambre” y volvió -como la vez anterior- a su casa, al club que lo vio nacer, ése en el que le pegaron aquella patada que le dio miedo de jugar. Agosto de 2007 lo encontró en Tucumán: había firmado para Atlético, que entonces jugaba en el Argentino A. Todo parecía marchar sobre ruedas: concentraban en Arroyo Seco con un nivel «de primera» tanto en la comida, como en el hotel. Pero…
—Yo estaba enamoradísimo de mi novia, Denise. Un día no dije nada y me fui: me vine a Rosario a verla a ella y mi familia.
—Lo que se dice un burro, un burro… -lo interrumpe Carlos, indignado.
El técnico de Atlético Tucumán era Jorge Solari, «el Indio». Apenas supo que Maradona había desaparecido porque extrañaba a su novia, lo fue a buscar a Rosario y lo encaró: “¿Tu novia? Maradona, ¿vos sabés lo que te va a dar Atlético? Te van a sobrar las mujeres, te vas a cansar de eso… No me rompás los huevos, yo estoy apostando todo por vos, tenés una capacidad tremenda. Podés jugar donde quieras, pero tenés mierda en la cabeza. Mierda tenés”.
—Pero yo pensaba en otra cosa —recuerda Maradona—. Mis compañeros me cargaban con que era el hijo del Indio.
Después del primer escape y la primera visita del entrenador, Atlético Tucumán jugó un amistoso contra Central Córdoba, en Rosario.
—La rompí.
Al otro día, Solari les dio el día libre a sus jugadores. Maradona se quedó en su casa.
—Era un día nomás, porque a la mañana siguiente teníamos que viajar a Tucumán, donde jugábamos contra Talleres de Córdoba. Entonces me levantó mi mamá: “Dale, mi amor, que te tenés que ir”. “No quiero”, le dije. “Bueno, arreglate con tu padre”. A mí no me importaba nada, yo quería estar en mi casa.
Unos días más tarde, alguien tocó la puerta de su casa: era Jorge Solari, el Indio.
—Se apareció con un traje —relata Sergio— italiano, vestido de primera. Entonces le dijo a mi papá: “Este chico puede jugar en el Barcelona si quiere, pero tiene mierda en la cabeza”.
Maradona volvió. Jugó 58 minutos en Atlético Tucumán: reemplazó al delantero Pablo Hernández en un 3-1 a Juventud Antoniana de Salta, y a Luis Rodríguez, la Pulga, en un partido que el Decano le ganaba 1-0 a Luján de Cuyo.
“Pulguita, muy aplaudido, le dejó el lugar a Maradona. Como el pibe no es Diego, los hinchas se la agarraron con él desde el primer contacto -escribió el sitio Argentinoa.blogcindario.com-. Cuando perdió una pelota, Paz y compañía quedaron mal parados, Carrillo pasó como si fuera el socio 10.000, Ischuk dio rebote y Matías Zbrun no perdonó”.
Fue 1-1, y también el último partido de Maradona en Tucumán. Un ayudante de campo, una noche, lo sacó tipo polizón, y Maradona se volvió a su casa. Esa temporada, el Atlético de Jorge Solari ascendería a la B Nacional.
Carlos espera a que Sergio termine su relato y le pregunta qué fue de la relación con su novia.
—No nada, ahora nos cruzamos por el barrio y ni nos hablamos.
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—En menos de un mes pegué viaje para México. Un amigo me ofreció viajar y como en mi barrio en Rosario andaba en cualquiera, dije: “Me voy”.
En el país del tequila -dice- su apellido era una locura. Maradona se fue a los Albinegros de Orizaba, el club más antiguo del fútbol mexicano. Completó apenas diez partidos en la Liga Premier de Ascenso, la tercera división: lo echaron dos veces y no metió ningún gol.
Lo que siguió no fue fácil: peleas con el técnico, con el presidente -por haber salido con su hija-, problemas para darle el pase a otros clubes. Entonces se metió en el sistema informal: empezó a jugar en pueblos rancheros o de mala muerte, como les dice él. Santana, San Juan del Río, Nogales, Río Blanco. Fueron varios. Jugaba torneos por plata, hasta que surgió una oferta mejor: volver al Ascenso mexicano.
—Podés ganar tres veces en un día lo que ganás en un mes —le planteó un amigo.
Maradona aceptó sin dudar, aunque las condiciones eran extrañas: para jugar, debía cambiarse el nombre. Dijo que sí y le hicieron un DNI falso. En su primer partido hizo tres goles; los dueños del equipo se entusiasmaron con él:
—»¿Cuánto quieres cobrar? Dinos, ¿cuánto quieres?», me preguntaban -cuenta Maradona-. «No sé, muchachos… con tres mil pesos está bien», les contestaba. Había algo que no me cerraba…
Hasta que se enteró: el presunto dueño de su nuevo club, los Mapaches de Nueva Italia, de la tercera división, era Wenceslao Álvarez Álvarez, una de las células de La Familia, el cartel narco de Michoacán. Entonces Maradona le contó a su amigo que no quería seguir jugando ese juego.
—No, ahora cagaste —le contestó el amigo—, encima les gustó cómo jugaste.
—Entonces me escapo.
Se fue para Veracruz, donde vivía una chica mexicana con la que estaba saliendo. No sabe cómo, pero lo contactaron.
—Hola pinche, ¿dónde estás, cabrón? Tenemos que jugar la final —le dijeron al otro lado del teléfono.
—En Veracruz.
—Pues no vas a llegar. Mira, te vamos a mandar dinero y te vienes en avión.
—Quiero más plata, entonces.
Le mandaron cinco mil pesos mexicanos y el pasaje de avión. Con Maradona, Mapaches fuecampeón. El premio fue de 15 milpesos y aquello recién comenzaba: con un nombre falso y sin un apellido que lo presionara, el equipo debía jugar un campeonato nacional.
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Esta tarde en la estación de servicio hablamos de los apellidos, de si un apellido puede marcar un destino.
—¿Te gusta ser un Maradona?
—Siempre me pesó muchísimo
—¿Lo sentís como una responsabilidad?
—Sí. Yo creo que si hubiera tenido cualquier otro apellido habría debutado en cualquier lugar.
—¿Por qué?
—Porque es mucha menos presión.
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Maradona en México llegó a la final del campeonato nacional. El contrincante era Michoacán B, de otro cartel narco. Se corría el rumor de que podía correr sangre si el equipo del crack perdía. Pocos minutos antes de que terminara el partido, iban ganando, y el director técnico decidió sacarlo a Sergio y a un compañero. La copa era generosa: caballos, autos y mucho dinero. El cambio del entrenador tuvo sus consecuencias: perdieron 5 a 3. Todos lloraban -incluido Sergio-. Eran lágrimas de tristeza pero también de temor. “Nos van a matar”, pensó Maradona.
—No llores, güey —lo consoló uno de los dueños del equipo—. Aquí nosotros no te vamos a hacer nada. Tú quedate tranquilo. El que se equivocó fue el técnico.
Dicho y hecho, recuerda Sergio: en un puente que cruzaba Nueva Italia apareció quemada la camioneta del entrenador, con el entrenador adentro.
—Jugué en el equipo un año más. Mi novia quedó embarazada, tuvimos un hijo, y después los Michoacán dejaron el fútbol y me ofrecieron entrar en su negocio. Me enseñaron cómo entrar en la venta, cómo disparar. Pasé meses sin comunicarme con mi familia.
Hasta que la familia lo contactó, y le pidió por favor que volviera a casa. Una madrugada, gracias a unos amigos, su mujer y su hija se fueron al Distrito Federal y él dejó todo y -con 21 años ya- viajó a la Argentina.
—No sabía nada de esto —dice Carlos, asombrado.
—Sí, y acá empecé a jugar en las ligas de campo, por dinero.
El club para el que juega ahora en Argentina se llama América de Fuentes y es semi profesional: Maradona está negociando que le den el pase para volver a Bolivia, donde en junio de 2012 jugó en Petrolero de Yacuiba, un club semi profesional de la B y donde también juega en un torneo de mineros, por plata.
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El éxito. El tema siempre fue el éxito. De si las decisiones que tomamos nos llevan al éxito o al fracaso o si acaso nuestro destino, pase lo que pase, va a cumplirse de todas maneras.
¿Te arrepentís de lo que viviste?
—Yo sé que si hubiera hecho las cosas bien, hoy no tendría problemas. Pero bueno, uno toma buenas o malas decisiones en la vida, y yo estaba muy solo. Me las creía todas. Yo soy muy humilde y mi familia es todo.
Publicado en revista Don Julio