Una familia argentina en la NASA

 

A mí y a mi familia (mamá, papá, hermana menor) siempre nos fascinó todo lo relacionado con el espacio. Por eso, decidimos viajar a la NASA.

Queda a menos de una hora en auto desde Orlando y a 360 kilómetros de Miami, en Cabo Cañaveral, dentro de la Isla de Merritt. Para llegar a este lugar -donde viven 10.000 habitantes y no hay imponentes edificios, ni grandes shoppings, pero si varios centros industriales- tenemos que cruzar una ruta sobre el río Indian.

El Centro Espacial John F. Kennedy está al norte de la isla. Allí se desarrolla la gran mayoría de los lanzamientos y operaciones de la NASA, como el programa Apolo, que buscaba la llegada del hombre a la Luna. También hay un complejo para visitantes con un parque temático al estilo Disney, con atracciones para los turistas curiosos en asuntos espaciales como nosotros.

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Llegamos a la entrada del predio. Suena música espacial. Esto parece una película norteamericana. Dos astronautas plásticos saludan a los visitantes desde arriba de los molinetes de entrada.

Mi papá lleva una remera con la bandera de Estados Unidos, recién comprada. Mi mamá filma, y mi hermana y yo traducimos al español, con lo poco que nos permiten nuestras clases de inglés particular. Todo nos delata: somos una típica familia de turistas argentinos en Norteamérica.

Mis padres- de casi 50 años- fueron contemporáneos de los alunizajes y de las misiones a la Luna. Sin embargo, mi hermana y yo crecimos escuchando dos versiones: que el alunizaje no podía ser más que verdad y a la vez que era una farsa inventada por Estados Unidos para ganar su carrera espacial contra la Unión Soviética.

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– Speak Spanish?– le pregunta mi papá a la recepcionista del parque temático de la NASA.

– No, sorry.

En Cabo Cañaveral, las personas que hablan en español son mucho menos que en Miami. En el hall de entrada al parque, nos entregan una especie de teléfonos celulares pequeños, que en realidad son traductores en los que se marca un código para seleccionar  el idioma.

Al iniciar el recorrido, lo primero que hacemos es un tour por las instalaciones. Mi hermana menor -y en plena adolescencia- se aburre al principio, tanto que se queda dormida. Pero a medida que nos van llevando en una camioneta y vemos las plataformas de lanzamiento y las oficinas de control, mi hermana no vuelve a pegar un ojo.

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Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética se embarcaron en una Guerra Fría de espionaje y propaganda. Entre 1957 y 1975, estas dos superpotencias con valores universales y antagónicos iniciaron una carrera espacial con el objetivo de luchar por la hegemonía mundial, en cuanto a tecnología y poder.

Los soviéticos lograron orbitar la Tierra primeros, antes que Estados Unidos. Pero estos últimos redoblaron la apuesta al proponer que esta carrera no terminaría hasta que el hombre pisara la Luna. Así fue como crearon el programa Apolo, a principios de 1960, al cual los rusos no pudieron ganarle. Con él, concretaron el hito: el hombre pisó la Luna.

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Estamos sentados en la mismas gradas que el 16 de julio de 1969 alojaron a las miles de personas que, con sus cámaras y binoculares, gritaban al ver la cuenta regresiva para el despegue del cohete Saturno V, el encargado de enviar al espacio a los primeros hombres en pisar la luna. La tripulación de la misión Apolo 11 estaba conformada por Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins.

Estamos en una simulación de lo que se vivió esa mañana, mientras se chequeaban los procedimientos de rutina para el lanzamiento. 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4. Los motores del cohete rugen y echan fuego. Las ventanas del centro del control tiemblan.

3…2…1… Y el Saturno V deja la Tierra, ovacionado por el pueblo, no sólo norteamericano, sino por el mundo entero, a través de las pantallas del televisor.

Al salir de la función, se pueden admirar los escudos de las distintas  misiones del programa Apolo y tocar trozos de roca lunar. También hay tiendas de comida rápida, que tientan con sus hamburguesas gigantes, apiladas una encima de la otra. Cuanta más grasa, mejor.

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La melodía con sonido de meteoritos no deja de sonar. Ya es el 20 de julio de 1969. La misión Apolo 11 aterrizó exitosamente, llevando a bordo a los primeros hombres que pisarían la Luna. Seis horas y media después del alunizaje, dos de los astronautas salen del módulo. El primero en hacerlo es Armstrong, quien a las 2:56 horas del 21 de julio de 1969, le describe a Houston lo que ve en la superficie lunar y proclama la famosa frase: “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”. Vemos las tan cuestionadas imágenes del alunizaje: por qué no hay estrellas, por qué la bandera parece flamear cuando no hay viento.

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Las misiones del Apolo lograron situar a doce hombres estadounidenses en la Luna de un total de 21 que pudieron orbitarla. La misión Apolo 17, llevada a cabo en diciembre de 1972, finalizó el proyecto Apolo y ningún ser humano volvió a pisar la Luna.

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El sol ya empieza a ocultarse detrás de los cohetes exhibidos. Camino por el mismo puente que utilizó la tripulación del Apolo 11 y me siento astronauta por un instante. Al tomar la ruta para salir del Centro Espacial, las plataformas de lanzamiento y la entrada al complejo se nos alejan, distinguiéndose cada vez menos. La ciudad de Cabo Cañaveral vuelve a aparecer. Quién diría que una pequeña y sencilla localidad, que no se distingue por tener grandes edificios, ni importantes centros comerciales, aloja uno de los lugares más simbólicos de Estados Unidos.

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