El mundo del coach desde adentro

La palabra coach, que en inglés significa “entrenar”, o “entrenador”, suele usarse para hacer referencia a varios tipos de actividades: coach de fútbol americano, coach de básquet, coach vocal. Pero esto poco tiene que ver con el coaching ontológico que está vinculado al autoconocimiento, buscando actuar sobre la ontología, es decir, sobre el “ser” y donde su base fundamental es la idea de que el lenguaje no solo describe el mundo, sino que también permite crear la realidad. Un joven se sumerge en este mundo y cuenta desde adentro cuenta de que trata esta práctica .


La primera vez que llamé dio ocupado. Ahora, el tono suena una… dos… tres veces.

Son las 8:06 am. Se supone que no puedo mirar el reloj, pero no importa, total nadie se va a enterar. Aunque solo tuve tiempo de descansar unas pocas horas, no fue tan difícil levantarme. El miedo a recibir un llamado de atención delante de todo el grupo es más fuerte que las ganas de dormir.

Del otro lado del teléfono, responde una voz de hombre, con tono lúgubre:

—Hola Sebastián, enumerá las palabras que anotaste en tu cuaderno ayer —me dice.

No necesito buscarlas. me invade el recuerdo del día anterior.

Frente a mí, seis o siete personas, todas de pie, forman una medialuna. Desde hace rato no paran de gritarme en la cara. Los alaridos son tan fuertes que me resulta difícil entender lo que dicen. Trato de concentrarme.

—Egoísta, engreído, miedoso —logro distinguir en el medio del barullo. Algunas de esas cosas ya las sé. Otras, no me conmueven.

Pero cuando las voces se están apagando, alguien grita con ira asesina:

—No existís, nadie te ve.

Y la bala entra.

En silencio, agacho la cabeza en gesto de agradecimiento. Todavía tengo que enfrentar varias medialunas, pero lo que voy a escuchar, ya lo sé, no será muy diferente.

***

El gran reclutor

Sobre la calle Sarmiento, en el barrio de Almagro, Ciudad de Buenos Aires, hay una puerta que no tiene timbre. Del otro lado, una escalera recta permite acceder a un pequeño edificio de dos plantas. Es la sede de INSPIRA, una empresa que se dedica a brindar entrenamientos de liderazgo personal, intensivos, basados en herramientas del Coaching Ontológico.

El segundo piso es un salón amplio, de baldosas blancas y un techo tan alto que para llegar a tocarlo se necesitaría una escalera de bomberos. En este lugar siempre hace frío y es difícil saber si afuera brilla el sol o la luna. Durante los próximos cinco días, voy a pasar acá más de 14 horas diarias junto a un grupo de personas que no conozco.

-—¿Vos también sos amigo de E.? — me pregunta con una sonrisa la chica que se encarga de recibir nuestros papeles. Resulta que además de mí, al menos otros cuatro participantes se inscribieron gracias a él.

—Así es. Parece que es un gran reclutador…

—¿Reclutador? Esto no es el ejército.

E. es mi mejor amigo desde que teníamos 10 años. No solo es una de las personas más inteligentes que conozco, es también un escéptico empedernido. Hace unos días, insistió en que nos juntáramos a cenar. Se lo veía cansado, pero su mirada irradiaba una energía intrigante.

—Te juro que esto funciona. No es autoayuda, ni nada de eso. Es un entrenamiento. Hay un método preciso. Lo tenés que hacer.

—¿Cuánto sale?

—Cuesta 8 mil pesos. Pero cuando salgas de ahí vas a ver que la plata no importa. Si necesitas, yo te presto.

Unos días más tarde, un mail: “Felicitaciones por tu decisión de participar del SER!”

La carta de presentación venía acompañada por un formulario médico que incluía preguntas como: ¿Qué te pone contento? ¿Cómo es la relación con tus padres? ¿Con tu pareja? ¿Tuviste intentos o fantasías de suicidio?

Ahora la primera jornada está por empezar.

Abundan los abrazos melosos, y por todas partes se escuchan las mismas frases con aires de eslogan de club de fitness: “no te guardes nada”, “da el cien”. Entre quienes nos regalan gestos de cariño y frases motivacionales hay mejores amigos, madres, hermanos, hijas. Esos seres queridos que tan solo unos días atrás terminaron este mismo entrenamiento, y luego nos alentaron a que siguiéramos el mismo camino. Hoy vinieron a despedirnos, como si estuviéramos por emprender un largo viaje.

De repente, una voz indica a los no participantes que se retiren.

Llegó la hora de tirarse a la pileta, con los ojos cerrados.

***

Somos siete atacantes. Cuatro mujeres y tres hombres, mayormente por debajo de los 35 años. Permanecemos de pie, formando una medialuna.

—Soberbio, borracho, violento…

Las palabras forman un aluvión sonoro en el que todo se confunde. A nuestro alrededor, jóvenes ayudantes de traje y corbata revolotean como murciélagos. Se acercan a nuestros oídos aturdidos, exigen más. Hay quienes se quedan sin voz. Algunos no encuentran más palabras. Yo, en cambio, grito cada vez más fuerte.

Apenas conozco al hombre que tenemos en frente. Sé que mucho de lo que digo no es cierto. Pero busco un punto débil. Una zona vulnerable. Quiero que me escuche, que se estremezca, que entienda que, para construir una realidad diferente, primero la tiene que aceptar como es. Por eso no dejo de gritar. Después, el silencio.

Con lágrimas en los ojos, el hombre inclina levemente la cabeza hacia el suelo en gesto de agradecimiento. Que pase el que sigue.

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***

¿ Qué es el coaching ontológico ?

La palabra coach, que en inglés significa “entrenar”, o “entrenador”, suele usarse para hacer referencia a varios tipos de actividades: coach de fútbol americano, coach de básquet, coach vocal. Pero esto poco tiene que ver con el coaching ontológico.

Según la International Coach Federation (ICF), el coaching ontológico “consiste en una relación profesional continuada que ayuda a obtener resultados extraordinarios en la vida, profesión, empresa o negocios de las personas”.

Este estilo de coaching es el más difundido en Sudamérica, debido a que tomó forma a partir de los trabajos de referentes como Fernando Flores, Julio Olalla y Rafael Echeverría (todos chilenos). A diferencia de otros enfoques, como el coaching estadounidense o el europeo, el coaching ontológico se orienta más hacia el autoconocimiento, buscando actuar sobre la ontología, es decir, sobre el “ser”. Su base fundamental es la idea de que el lenguaje no solo describe el mundo, sino que también permite crear la realidad.

En nuestro país, esta disciplina se enseña en institutos, empresas y, cada vez más, en universidades. Entre las organizaciones que regulan la actividad, están, además de la ICF, la Asociación Argentina de Coaching Ontológico Profesional (AACOP) y la Federación Internacional de Coaching Ontológico Profesional (FICOP).

Los coaches que se enfocan en el desarrollo personal (más que en el organizacional) suelen trabajar con sus clientes en sesiones uno a uno, al estilo de un consultorio. Están también los que escriben columnas en medios de comunicación, graban podcasts o se vuelcan a otras formas de divulgación. Además, hay quienes lideran entrenamientos vivenciales intensivos, ofrecidos por empresas que se dedican al liderazgo personal.

Esta última modalidad, sin embargo, no está exenta de controversias. Manipulación, secta, lavado de cerebro. Son algunos de los resultados que devuelve una simple búsqueda de google sobre esta forma de hacer coaching. En general, lo que se denuncia es el nivel de agresividad que predomina en ese tipo de actividades, así como los drásticos cambios que suelen producirse en los comportamientos de los participantes. Es por esto que sus detractores lo llaman coaching coercitivo.

—Sí, escuché todo sobre ese tema —dice Martín Daulerio, coach ontológico y experto en metacreatividad— Es algo que tiene que ver con el metier del coach. Y en mi caso más, porque yo comencé por esa rama.

Su primer contacto con el coaching fue hace 15 años, cuando un amigo lo invitó a participar de un entrenamiento intensivo de liderazgo personal.

— Lamentablemente, hay lugares que lo siguen haciendo así, a la vieja escuela, que es de forma muy vehemente. Es una ingeniería de transformación que empezó a principios de los 70, en California, Estados Unidos. Lo que hacían era meterte miedo para que a vos te genere estrés y cortisol, y luego el abrazo para que te genere la dopamina y la oxitocina. Es el ida y vuelta de todo lo que es la química neuronal. En plena guerra de Vietnam, entraba un hippie y salía un yuppie. Hoy en día es totalmente arcaico.

***

A pasos de la graduación

Es nuestra noche de estiramiento. Algo que, según nos dijo el facilitador, “no vamos a olvidar nunca”. Se trata de una especie de gran desafío, el escalón previo a nuestra graduación.

En mi grupo somos cinco hombres. A pesar de nuestras diferencias de edad, formación académica y estado civil, hay algo que nos conecta: una excesiva inclinación hacia la racionalidad. En otras palabras, nuestros corazones están recubiertos de corteza cerebral.

La música empieza a sonar. Erguido frente al público expectante (formado por el resto de nuestros compañeros), alzo los brazos hacia el techo. Después me acurruco, lentamente, como un capullo. La música cambia de ritmo. Entonces me levanto. Con la vista al frente, me desplazo hacia los costados, en puntas de pies. Doy saltos de gacela, hago giros, sonrío. El público aplaude con fuerza, eufórico. Soy Julio Bocca hipnotizando al Bolshoi de Moscú. Con la delicadeza de un cisne, voy y vengo de un lado al otro: hermoso, imponente, frágil.

De repente, no hay más música. El salón rebalsa de aplausos. Me invaden los abrazos.

—Sos increíble —me dicen—, sos hermoso, no puedo creer lo que hiciste.

En tutú, calzoncillos largos hasta los tobillos y medias de colores sobre las pantorrillas, acabo de dar el espectáculo de mi vida.

Las luces se apagan. Cierro los ojos. Dedos ajenos me invaden la espalda y las piernas. Me elevan hacia el techo, boca arriba, con los brazos extendidos en cruz. Una mano cariñosa me toma del cuello y me sostiene la cabeza, como se hace con un recién nacido.

Un día llegaré, no importa la distancia, el rumbo encontraré y tendré valor

La voz de Ricky Martín a todo volumen me retumba en el esternón. Abandonado sobre un bosque de brazos en alto, me dejo mecer, suavemente. Mi cuerpo ya no es más cuerpo. Soy alegría. Soy amor.

Es como si hubiera tomado éxtasis, pero sin las anfetaminas que revolucionan la mandíbula, ni los químicos que arruinan el cerebro.

***

Después de cinco días de mal dormir, de mal comer y de haber reducido al mínimo el contacto con el mundo exterior, me desperté por fin sintiéndome liviano, relajado y con una poderosa sensación:  la de saber algo más acerca de la vida que el resto de los mortales.

Imagino que así deben ser las experiencias cercanas a la muerte. Pero con el paso de tiempo, es sabido, esa llama se apaga.

Programa de Liderazgo

—La espuma baja —dijo el facilitador que coordinaba las actividades. 

—La espuma baja —repitieron más tarde los voluntarios del staff, cuando nos reunieron en una pizzería para convencernos de que nos inscribiéramos al Programa de Liderazgo, o PL, como se llama habitualmente al nivel siguiente.

Así fue que, en esta ocasión (previo pago de otros 8 mil pesos) me comprometí a perseguir una serie de metas que debía cumplir en un lapso de 3 meses. Entre ellas, había una que consistía en “inspirar” a 4 personas para que se inscribieran en el SER. Ese número no fue aleatorio; esa era la cantidad mínima.

Para mi sorpresa, rápidamente empecé a notar que no se requerían demasiados esfuerzos: “No tenés plata, yo te la presto”, me vi diciéndole descontracturadamente a un amigo, mientras tomábamos una cerveza. Poco me importó no haber saldado todavía el préstamo que me había permitido a mí hacer el entrenamiento. En otra ocasión, mientras le contaba mi experiencia a una amiga (sin dar demasiados detalles, claro) pude ver cómo se le empezaba a iluminar la mirada.

El evangelizador

Pero una tarde, cuando volvía del trabajo, un torbellino de dudas empezó a tomar forma en mi cabeza: ¿qué estoy haciendo? Casi sin darme cuenta, en el lapso de unos pocos días, (además de gastar un montón de plata) me había convertido en algo que siempre había detestado: un evangelizador. Desde ese momento, las dudas no hicieron más que crecer. Entonces se me aceleró el corazón y me quedé sin aire.

“Dejá de pensar, aflojá la cabeza”, me dijo una compañera de entrenamiento.

La misma respuesta recibí por parte de la organización.

«Seguí tu instinto»

—Seguí tu instinto, no pienses tanto.

—¿Y si es mi instinto el que me está diciendo que me aleje de acá?

—Ese no es tu instinto. Es un mecanismo de defensa. Es normal.

***

El celular descansa sobre la mesita de luz. Lo puse en silencio y lo apoyé boca abajo, porque sé lo que va a pasar. No quiero escucharlo vibrar. Tampoco ver las notificaciones que van a invadir la pantalla. Cierro los ojos y me giro hacia el otro lado. En pocos minutos arranca el PL y yo no estoy ahí.

¿Y si tienen razón? Quizás sea el miedo lo que no me deja avanzar.

Solo quiero acurrucarme en la cama. Y dejar de pensar.

***

Carta de enrolamiento

Pasaron 18 meses desde que terminé el SER. Mientras revisaba el material para este texto, encontré la carta de enrolamiento que presenté al momento de inscribirme en el segundo nivel de entrenamiento. Entra las metas que redacté, había una que decía: “Hacer un curso de periodismo narrativo, escribir una crónica y enviarla a una revista para que sea publicada”.

Hay estudios que sostienen que el cortisol, conocido como la hormona del estrés, juega un rol clave sobre la perseverancia de una persona. Es cierto, me llevo un largo tiempo cumplir esta meta, pero parece que por fin es hora de que el cortisol empiece a bajar y le haga lugar a la dopamina.

*Esta historia fue realizada en el marco del taller de periodismo narrativo de Escritura Crónica

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