Nadie nos avisó que se podía y se -debía- seguir creciendo.
Nadie nos avisó que como el amor “de toda la vida” no existe; tampoco los amigos “para toda la vida”.
Nadie nos avisó que el “toda la vida” se renueva -mínimo- cada diez años.
Nadie nos dijo que la celulitis se agudiza, que los efectos colaterales de emborracharse ya no duran sólo hasta antes del almuerzo, que hay cosas mejores que pelear por tener la razón -como reírse por no tenerla-, que maquillarse hace la diferencia, que ir a gimnasia ya no es una opción, que el trabajo ya no es la adrenalina de lo que era.
Pero tampoco nadie nos explicó que lo que era imprescindible ya no lo es, ni que lo que odiábamos ahora podemos llegar a amarlo, que lo que juramos que “jamás haríamos”, lo hacemos y sin culpas.
Que un sueño puede ser real y actual.
Que un sábado a la noche el mejor plan puede ser tu casa.
Que estudiar se puede disfrutar.
Que despedir a un ser querido, te hace cobrar fuerzas.
Que madurar –como una fruta- te hace pensar en todo esto y más.
Que al ver fotos viejas te ves más linda ahora. Que te llena de orgullo ver a un país marchar por una sociedad mejor: que “no nos peguen”, “no nos violen”, “ni se nos juzgue por un mini-short”.
Que el mejor momento ya no son las ilusiones de un futuro, ni la melancolía del pasado, es el ahora.
Que el amor de toda la vida se puede elegir; que los amigos, también. Que como dice Brecht, lo habitual no es algo natural.
Que al podar, se puede llorar por lo que se cayó, pero también lo nuevo sale con más fuerza.
Nadie nos avisó que ver a un bebé en la calle te puede dar ternura, que ver a tu perro y tu gato crecer es el símbolo del tiempo y de la fidelidad.
Nadie nos avisó que se sigue creciendo y cambiando.
Tampoco “lo mejor está por pasar”, sino que tal vez ya esté pasando en este momento, mientras nadie nos avisa, ni nos lo explica…