Según el informe realizado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto se calcula que el 90% de lxs argentinxs que estaban en el exterior ya regresaron al país mediante las vías aéreas, terrestres. Una tripulante de cabina de pasajeros, que se ofreció como voluntaria para los vuelos de repatriación, cuenta en primera persona la experiencia.
El aeropuerto de Ezeiza está desierto. Veo personas de seguridad con barbijos, las puertas corredizas por las que siempre entro están selladas con cintas.
—Hola buen día, ¿por dónde tengo que ingresar?- le pregunto al personal de la policía aeroportuaria.
—Podés pasar por acá, pero de a uno- logro oír detrás de su barbijo, y abre la cinta para permitirme pasar a través de la puerta corrediza casi cerrada. Esa misma puerta, hace sólo unos días, se abría y se cerraba sin cesar ante el movimiento alborotado del aeropuerto.
Cuando logro entrar, veo el hall de la terminal C, que antes estaba repleto de pasajeros en los mostradores con ansias de iniciar su viaje, completamente vacío. Sólo quedan algunos esperanzados de poder conseguir un vuelo que los lleve a casa. No hay cola en el área de embarque, pero si hay cola en la ventanilla de ventas de pasajes.
Y yo ahí, parada con mi uniforme, mirando cómo todo había cambiado de una semana a la otra. Siento que es una película, pero una de esas de terror que hablan de un virus que amenaza al mundo. Esas que no pensás que de verdad suceden y mirás tirado en el sillón para entretenerte un rato. Sin embargo, en ésta película-realidad no pasan sólo cosas malas: lxs argentinxs varados en el exterior están volviendo a sus casas, y en este caso, a mí me toca ser partícipe de éste evento como tripulante de cabina de pasajeros de Aerolíneas Argentinas.
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El primer vuelo de Buenos Aires a Río de Janeiro es tranquilo, ya que no llevamos pasajeros. Somos seis tripulantes en ese vuelo: cuatro tripulantes de cabina y dos pilotos. Contando a la cantidad de personas que participaron para que ese vuelo salga, somos muchos más: despachantes, empleados de los mostradores de check in, los de operaciones, los de rampa, los mecánicos, los de la policía, los de sanidad de fronteras, migraciones, trabajadores de limpieza y así puedo seguir nombrando. Pero arriba del avión, somos sólo seis.
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Una vez en Río, y luego de haber escuchado las recomendaciones de nuestro Comandante y nuestra Comisario para cuidarnos, alentarnos y planear cómo vamos a llevar a cabo todo, nos predisponemos a recibir a los pasajeros. Con mis guantes untados en alcohol en gel, me pinto los labios como hago siempre antes de que suban al avión, aunque sé que no se va a ver. Gestos que son parte de mi rutina, que cambió por completo de un día para el otro.
“Bienvenidos”, “bienvenidos”, “bienvenidos”. Los recibimos uno por uno, con una sonrisa pintada de rojo que no se ve a través del barbijo. Pero sé que ellos están sonriendo también, porque están volviendo a casa. Algunos nos felicitan, otros nos agradecen. Yo no dejo de sentirme intimidada, porque en realidad siento que estoy cumpliendo con mi deber. Y a pesar de todos los miedos – propios y de tu entorno- y los consejos que escucho a diario sobre cómo minimizar a este enemigo invisible, jamás pensé en estar en otro lugar que no sea arriba de un avión, ayudando desde mi lugar.
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Durante el vuelo, tanto el Comandante como la Comisario hacen anuncios a los pasajeros para transmitirles información del vuelo. Pero también, les cuentan lo felices que somos todxs de poder ser partícipes de que puedan volver a sus casas. Les cuentan que los tripulantes y los pilotos que realizamos estos vuelos de repatriación somos voluntarios. Y somos muchos. Voluntarios por todos los argentinos, por nuestros compañeros que están cuidando a su familia, por la vocación y por el deber de trabajar en una aerolínea de bandera. Y que estamos trabajando con el mismo compromiso con el que trabajamos todos los días cuando nos subimos a un avión, pero en condiciones más adversas.
Cuando terminan sus anuncios, todxs en el avión aplauden. Yo no me siento una heroína, ni mucho menos. Aunque admiro a mis compañeros de vuelo, al personal de tierra y al personal del aeropuerto. Porque la cantidad de gente que trabaja para que un avión de Aerolíneas Argentinas esté en el aire es infinita. Y la cantidad de compañerxs que están haciendo vuelos sanitarios, vuelos de conectividad mínima con las provincias para poder llevar cargas y vuelos internacionales larguísimos sin bajar del avión, también lo es.
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Según el informe realizado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, se calcula que el 90% de lxs argentinox que estaban en el exterior ya regresaron al país mediante las vías aéreas, terrestres y fluviales. Los datos que presentaron arrojan que entre el 17 de marzo y el 16 de abril entraron al país 168.140. Al 20 de abril de 2020 quedaba por volver un 11,3 por ciento.
Hoy en día, se sigue realizando esta tarea de repatriación en conjunto con otras aerolíneas y la Fuerza Aérea, autorizados por el gobierno nacional. Las decisiones se toman en base a las restricciones de cantidad de pasajeros que pueden ingresar al país y se manejan exclusivamente vía Cancillería, quien decide y define el listado de pasajeros según prioridades sanitarias.
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Bienvenidos al aeropuerto internacional Ministro Pistarini de Buenos Aires, su casa- anuncia la comisario una vez aterrizados en Buenos Aires.
Se escuchan aplausos nuevamente y un grito de “¡bravo!” desde lejos. Ellos son lxs argentinxs que vuelven a su casa desde Brasil. Pero también, en ellos se oye el aplauso de los que volvieron de Estados Unidos, de Europa, de Perú…
Me acomodo el pañuelo, el pelo, los guantes y el barbijo. Con toda la tripulación nos preparamos para despedirlos, nuevamente con sonrisas rojas ocultas. Se realizan los controles de sanidad arriba del avión, todo está bien. Finalmente, todos van a poder desembarcar.
—Gracias, la aerolínea con la que vinimos nos dejó tirada- nos dice una pasajera, emocionada.
—Quédese tranquila señora- le respondo, dirigiéndole una sonrisa tranquilizadora, que estoy segura que ella puede ver- ya la trajimos a su casa.
Escuchá el episodio de #Cuarentennials sobre este tema