Cinco negras y un Palermo de cartón

Cerca del cruce de Camarones y Segurola, en el barrio de Floresta, vive Martín Palermo. Hace años que vive ahí. Reposa sobre un soporte hecho a medida, con algunas cintas scotch que enmiendan sus heridas y un color que va perdiendo a medida que le pega el sol. Es una gigantografía de cartón “a tamaño real”, según dicen, y no vive solo.

Tiene cinco mujeres que lo aman y que son bien diferentes a las típicas groupies. Dora, Nélida, Lucia, Rosa y Caila Cuello son hermanas y tres de ellas viven en esa casa desde que nacieron. Ahora rondan los setenta años y son negras, siempre lo fueron.

Son como cinco “mamá Coras”. Negras viejas con pecas más negras que denotan su edad. Pelo gris con textura de virulana y algunas canas blancas, varias. Son gritonas, graciosas y compinches.

Son socias vitalicias de Boca y todos los domingos que “boquita” juega de local, ahí están, en la platea. Se saben todos los cantos y les encanta ir. Aunque viven situaciones como estas:

Una chica le golpea la espalda a Nélida, la mayor, en la platea de la bombonera.

—Señora, señora.

—Si, decime nena.

— ¿Usted es argentina?

—Si.

—No, mentira.

—Si.

—No, no te puedo creer.

—Pero es negra.

—Si, ya se ¿qué querés que te muestre el documento?

—No, no. Yo soy hincha de boca. ¿Vos de qué cuadro sos?

— ¿Y a vos qué te parece? ¿De qué cuadro voy a ser? ¿Huracán?

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— ¿Me puedo sacar una foto con usted?

—No.

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— Ahí va la hermana de Tchami. Ahí va la hermana de Tchami. Ahí va la hermana de Tchami.

El que insistía era el periodista deportivo Marcelo Araujo. Quería hacerles una nota porque decía que eran hermanas de Marie Alphonse Tchami, un africano de Camerún que fue delantero de boca desde 1995 a1997.

— Mirá como era de pesado que un jugador de Boca y los mismos compañeros del canal nos decían que nos estaba boludeando. Pasaba su propia familia y no le decía nada. Hace más de treinta años que vamos en grupo a la cancha y nos sigue pasando lo mismo, nos confunden con familiares de cada jugador negro de turno.

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Ellas viven dentro de los parámetros comunes de señoras jubiladas de clase media baja. Pero hay algo que les molesta y hace tiempo que les molesta: que no les crean que son argentinas. La mayoría de la gente que las cruzan por la calle, les preguntan de qué país son.

— Me tienen hasta acá. Cuando íbamos a veranear. Nos preguntaban a cada rato ¿Y de dónde son? ¿Y de dónde son? Dejame de jorobar, dice Nélida Cuello, la que más se encarga de las tareas de la casa.

El legado negro de las hermanas Cuello viene de varias generaciones atrás. Sus padres, María Ester Nadal y Marcelino Cuello se conocieron en un conventillo en el centro de Buenos Aires, lleno de inmigrantes pobres europeos. Con dos hijas ya nacidas se mudaron a una casa tipo “chorizo” de Floresta, allí tuvieron más hijos: cuatro mujeres más y un varón. Su juventud fue muy “feliz”. Pasaron carnavales, reuniones, el asfalto de la calle y más reuniones.

Con lo años, una se murió, el único hombre también se murió, tres de ellas nunca se casaron y otra quedó viuda. Tres viven juntas con Martín Palermo, la casada a una cuadras y la otra en la casa de al lado.

Su primer primo fue Carlos Pita, hijo de Olga Nadal (la hermana de su mamá) y Justo Pita. Fue el más mimado, había bastante diferencia de edad, así que lo trataban como un hijo. Toda esa cantidad de mimos no evitó que fuera un poco, por no decir bastante, rebelde. Hippie, pelo mota y largo con peinado afro a lo Jimi Hendrix, pantalones pata de elefante, frustrada estrella de Rock. Llegó a ser telonero de Gloria Gaynor. Era simpatizante de las panteras negras (organización política afroamericana fundada en Estados unidos en 1966), de Malcolm X, Frantz Fanon y Otis Redding. Durante la dictadura debió sufrir detenciones por su aspecto. Pero sobrevivió. Se casó con una mujer blanca, formó una familia y tuvo dos hijos.

— ¿Te discriminan por ser negro?

—Me molesta cuando me preguntan eso. A todos nos discriminan por algo: por ser gordos, petisos, discapacitados.

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—Silencio.

Cuando Carlos Pita entra a un bar, hay un instante de silencio.

Carlos entra a un bar. Acto seguido, un instante de silencio como si entrase un fantasma, un marciano o un famoso. Luego los comensales se recomponen, vuelven los ojos a sus platos y siguen comiendo. Detrás de ellos, un hombre se rasca la rodilla.

— ¿Le pica?

Carlos, un hombre muy avasallante, le pregunta si le pica.

No, no le pica. Rascarse la rodilla y tocarse el anillo de oro son viejas supersticiones racistas. Ver a un negro y hacer esos gestos atrae a la buena suerte, explican los que comenten ese acto discriminatorio.

A Dora, la más joven de las Cuello, le suele pasar lo mismo. Una vez pasó una embarazada delante de ella y se rascó la rodilla. Ella, también avasallante, le dijo que cuando le nazca el bebé, iba a salir tan negro como ella. La mujer se asustó y se fue corriendo.

—Hay un porcentaje de gente que lo hace por ser ignorante, pero otro que es por ser pelotudo. Siempre me di cuenta que mi viejo es llamativo porque es distinto. Yo lo vivía –vivo– como un gesto de distinción, fuimos criados así. Mi abuela decía que veníamos de reyes africanos. De dónde lo sacó, no se. Pero estaba totalmente convencida. No hay datos que yo tenga, pero ella tenía esa actitud, que éramos la nobleza negra.

Carlos Pita tuvo un hijo, Federico, y es quien explicó lo de la nobleza negra desde un bar en Cabildo y Juramento, en el barrio de Belgrano. Federico no es lo que se suele decir negro, negro. Es una mezcla entre un padre negro “como la Coca Cola” y una madre blanca. Es morrudo, tiene un look hiphopero y es muy macanudo. También es el primer primo segundo de Dora, Nélida, Lucia, Rosa y Caila Cuello. Pero por la diferencia de edad, él les dice tías y ellas, sobrino. También fue muy mimado. Aunque eso tampoco evitó que sea un poco revolucionario: se le dio por militar por los derechos de los afrodescendientes. Se dedica a buscar negros, conocer sus raíces. Explica que en Argentina hay dos millones de afrodescendientes, según un censo piloto de 2006, que fue hecho en las localidades de Santa Fe, Ciudad de Buenos Aires y parte del Conurbano Bonaerense. Esto quiere decir que el 5 por ciento de los argentinos tenemos raíces africanas.

Los tatara, tatara, tatara abuelos de Federico; tatara tatara de Carlos y tatara de Dora, Nélida, Lucia, Rosa y Caila llegaron a América en barcos como esclavos. A estas familias, al llegar al Río de la Plata, les quitaron sus apellidos de origen y les pusieron los de sus respectivos dueños. Por lo cual, la búsqueda del rastro de sus orígenes a Federico se le hace casi imposible. Le queda preguntarle a sus tías boquenses y confiar en el boca en boca ya que, según él, ni los libros dicen la verdad.

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Sobrinos y más sobrinos. Pero nunca hijos. Ninguna de las hermanas Cuello tuvo hijos. Dicen que porque “la vida no se dio” y porque todas se fueron quedando sin útero al ser operadas de fibromas.

—Nos dijeron que era algo hereditario y nos fueron operando. Nos fueron vaciando.

Eso explica Nélida Cuello, que pasó un mes internada en el Hospital Fernández esperando a que la operen. El médico estaba convencido de que estaba embaraza y de que le estaba mintiendo en la cara. Una mentira bastante extraña porque ella ya pasaba los 50 años. Al final, la mentira nunca fue verdad y la operó.

Ninguna de ellas estudió en el colegio secundario. Todas terminaron trabajando en fábricas: de juguetes, cigarrillos, calzado, costura, plásticos y algo relacionado a lo metalúrgico. Ahora están jubiladas y sus tardes se llenan con burako, ir al club, al médico, al casino y a la cancha. Tres de ellas hace más de cuarenta años que no dejan pasar ninguna fecha de local sin ir a la bombonera.

—Antes íbamos en colectivo, pero ahora volvemos en remis, por la inseguridad más que nada.

Eso dice Nélida desde su casa en Camarones, es que es su única salida. Nunca le gustó mucho salir. Siempre fue tranquila y dice ser la más tranquila de todas. No discute, es la que hace el almuerzo, la cena y la que se queda todos los días adentro de esa casa de Floresta, desde hace 78 años. Ella hace arreglos de costura y cuida a la nena de los vecinos de enfrente. No ve casi nada de tele, no le gusta Tinelli. Tampoco se casó, una vez salió con un chico, pero nunca nada.

Caia, una de las hermanas del medio tenía un novio. Poco se sabía de la familia de él, pero se pasaba todos los días en la casa de las Cuello. El día del casamiento el hombre no apareció y nunca se supo más nada. Explica Nélida:

— Parece que tenía otra familia. Por suerte los saladitos y el resto de la comida eran de una panadería amiga y no se perdió. Pero esas cosas te marcan.

Y así fue, la marcaron para siempre. Nélida nunca se casó. Pero Caia si, después se casó con otro hombre y quedó viuda. Vive en la casa de al lado. La única etapa que Nélida recuerda con más salidas era la de su adolescencia, cuando iban a Casa Suiza, un salón donde las familias afroporteñas se reunían durante el carnaval. El club tenía dos pisos: arriba se escuchaba jazz y tango. Ahí iban las Cuello con su madre, que se quedaba en la galería para darles el gesto. Podía decir sí o no. Ella era la encargada de permitirle a sus hijas con quién bailar. Era una mujer estricta.
Al piso de abajo, nunca fueron. María Ester no las dejaba. Es que abajo estaba el roce, el candombe, los tambores, el baile caliente.
Igual, a ellas les encantaba ir, hasta que cerraron el  club porque murieron sus dueños. Intentaron armar otros más cerca de su barrio, pero no prosperaron.

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 —Nuestro padre era radical, pero cuando asumió el peronismo, se hizo peronista porque empezamos a vivir mejor, explica Nélida.

Las Cuello se interesan por la lucha de sus derechos, pero nunca militaron, aunque se autodenominan “peronistas hasta la maceta”. Su padre influenció mucho en su tendencia política ya que cuando Perón asumió su primera presidencia en 1946, pudieron tener sus primeras vacaciones.
Marcelino Cuello era recolector de basura y su mujer se dedicaba a lavar la ropa en las casas. Iba y fregaba la ropa de otros. Tenían un tío lejano que era portero del Congreso, gracias a una ley que favorecía a las personas de color para estar en esos puestos. Su único hermano varón llegó a ser de los que piden las entradas en la puerta del club Boca Juniors y son parientes del cantante Fidel Nadal y del guitarrista de Charly García, “el negro” Carlos García López.

Sin embargo, una frase se repite: no hay negros en Argentina. Lo dijeron diarios, ex presidentes y es una especie de fantasma que recorre el imaginario colectivo del argentino.

 — Somos una familia grande. Somos una familia común ¿Qué tenemos nosotros? Somos iguales que ellos. De diferente color, pero iguales.

Eso aclara una de las Cuellos en su casa “chorizo” de Floresta, con un Martín Palermo que las observa desde el fondo.

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