En el famoso Día del Amigo, vamos a hablar de lo que poco se hablan: soltar esos vínculos que alguna vez creímos eternos. El amor romántico también afecta la amistad.
Es extraña la forma que toma el tiempo cuando le ponemos la etiqueta de lo eterno. Más que raro, mentiroso… ya que en el fondo sabemos que creer que un vínculo será para siempre es parte de la romantización que nos vienen vendiendo hace años y que con gusto añadimos al carrito de compra.
Me pregunto si en los lugares que ya no habituamos, queda algo de una, algo de lo que fue o de lo que pudo haber sido.
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Un tiempo me sentí extraña, incomprendida y hasta con vergüenza ¿Quién se aleja de las amigas de siempre? Así que al principio me callé, pero después comencé poco a poco a hablarlo y darme cuenta que en el club de la mala amiga somos muchas. Hasta que decidí salir del closet y abrir una encuesta en mis redes.
Cuando mejor amiga no quiere decir para siempre.
¿Les pasó? ¿Me cuentan sus historias?
Resulta que, para mi sorpresa, las historias empezaron a llenarme la casilla.
Los relatos eran distintos y a la vez tan iguales: Que me alejé de aquellas, que dejé de ver con tal otra, que no nos entendíamos, que crecimos distinto. O que la ideología política, que el feminismo, que salía con un machirulo, que se casó, que cuando fui mamá, que me mudé. Que esto, que aquello…
Vínculos rotos entre mujeres. Nosotras rotas. Hasta que llegó al inbox de Instagram un mensaje distinto.
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Puentes, por Manuela Carricaberry
En algún momento, todos nos creemos que el «para siempre» realmente dura una eternidad, que realmente hay algo así como una totalidad del tiempo de vida posible para algunas clases de amor ¿Cuándo descubrí que no es así?
—Eugeee…
Conozco esa voz, la escuché mil veces y en esta misma esquina, en Las Heras y Scalabrini Ortiz. Cuántos días, cuántas horas, cuántos minutos habré pasado en esta manzana. Además, los viernes de McDonald’s, los sábados de películas, los veranos de pileta, los desayunos de estudio o el banquito de la tristeza. Recuerdos, más de veinte años de recuerdos y de costumbres que pensamos que durarían para siempre. En ese momento, alguien se acerca apurando el paso.
—Euge, ¿cómo estás? ¿Qué hacés por acá?
Sí, es ella, es Nati y parece hasta contenta de encontrarme. Hace ya meses que no nos vemos, que casi no hablamos. Hay tantas palabras silenciadas. Aunque sé que hace bastante que se mudó, este es y será su barrio, así que no me sorprende cruzarla.
¿A mí también me pone contenta?
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Dejar de lado amistades significa soltar el pasado, pero también un futuro utópico. Jamás voy a olvidar cómo me dolía la panza el día en que me di cuenta que ya no quería estar ahí, que ya no quería pertenecer a ese círculo.
Hay un libro que leería años más tarde que me ayudaría a comprender un poco más el asunto que puesto así en palabras suena tan simple. Se llama El millonésimo circulo, y habla de los círculos de mujeres, se dice que con las mujeres que entablamos relaciones cercanas se generan hasta conexiones invisibles. En algunos casos, nuestros ciclos menstruales llegan a sincronizarse. ¿Así de mágicas somos?
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Dejamos pasar varios semáforos intercambiando comentarios sobre banalidades: qué estamos haciendo ahí, dónde vamos, con quién, el clima… Cruzamos juntas la avenida y casi sin darnos cuenta estamos en la puerta del que era nuestro bar preferido.
—¿Te acordás que acá planeamos el viaje al sur? —me pregunta con un dejo nostálgico que sí me sorprende.
Nuestro primer viaje de mochileras. Éramos tan inexpertas que nos prestaron una carpa que no tenía el cubretecho y ni nos dimos cuenta cuando la probamos en el jardín de su edificio.
—No vine más desde la última vez con vos —me confiesa
—Yo tampoco, no suelo andar mucho por la zona — le contesto.
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Mucho romance y poca humanización
Venimos de años de amor romántico, pero no sólo en parejas: sino en todos los vínculos. Con las madres, con los padres, con amigas, con amigos, con primos, tías, tíos, vecines.
Lo que sucede es que quizás sea más simple de lo que nos creímos: los vínculos son vínculos. Punto.
Con lo bueno, lo malo.
Punto aparte.
Reales, no ideales.
Puntos suspensivos.
Aunque en esta víspera de celebración de la amistad, el famoso 20 de julio, las fotos grupales en Instagram no nos dicen lo mismo. Qué lindo queda el filtro ideal, pero… hay algo para lo que no se inventó un filtro ¿Hay empatía en ese grupo? ¿Hay escucha? ¿Hay amor del bueno? ¿Saca lo mejor de nosotres? ¿Nosotres sacamos lo mejor del otre? ¿Nos bancamos cuando alguien está mal, sin juzgar? ¿Hay apego? ¿Hay diálogo verdadero? ¿Hay autenticidad? ¿Hay respeto?
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Yo siempre construí puentes. Puentes como modo de vida. Puentes que me llevaran de un mundo a otro. Puentes que conectasen mi mundo con otros mundos. Con sus mundos. Siempre me sentí con un pie de un lado y un pie del otro. En el medio. Sin poder decidir hacia donde avanzar definitivamente. Un poco acá, un poco allá.
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Me vi todas las temporadas de Friends hasta el hartazgo. Me sé los diálogos de memoria, pero ahora, cuando cada tanto pongo la serie, me obligo a recordarme que es una comedia de ficción y que en la vida real las relaciones son cíclicas, como en la vida.
Y durarán lo que tengan que durar y ojalá se mantengan mientras sean equilibradas, fértiles, de ida y vuelta, genuinas, auténticas.
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—¿Y si tomamos algo? Yo sé que te debo una charla —dice y me sorprende.
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Cuando comencé a ser mi mejor amiga, a tratarme con amor, comencé alejarme de esos vínculos que mantenía desde la infancia y que no me llenaban. Y después, vino el dolor. La tristeza que tiene tirar los anteojos de la idealización al tacho y ver realidad.
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Lo cierto es que no soy buena constructora. La carrera de arquitectura la dejé antes de terminar el primer cuatrimestre del primer año. Tal vez mis puentes fueron demasiado frágiles, demasiado débiles, demasiado largos, demasiado inestables, demasiado diferentes.
—Ya sé, pero estoy apurada. Tal vez en otro momento. Chau, Nati —le contesto.
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A veces me pregunto cómo es un final correcto. Una amistad no es un lazo más. Al no ser pareja, no ser familiar, la amistad tiene el don de la mirada ajena, esa que permite ver más allá…
Es como una llave al pasadizo secreto de nuestro mundo sagrado. Y sabemos que son pocas las personas que entran allí. Pero ¿Qué pasa cuando queremos sacarle la copia de la llave a alguien a quien se le confío algo intimo? ¿Cómo se cierra la puerta sin lastimar a quien se quiso tanto? ¿Dónde quedan las risas, los momentos cómplices, los códigos, los chistes, los secretos? ¿El banco de escuela? ¿El recreo, los viajes, los bailes, las fiestas locas?
Son piezas únicas de un collar de perlas que agradezco y suelto al mar…
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Tal vez ya no exista el otro lado o tal vez finalmente elegí mi lado, cada una eligió su lado. Ya no jugaremos, ya no viajaremos, ya no nos cruzaremos hacia un mismo mundo, ya no habrá nuestro mundo.
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Y después vino el vacío.
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Me doy vuelta rápido y la llamo porque pienso en todo lo que me gustaría confesarle. Que la extrañé, que la lloré, que la busqué, que la puteé, que la escribí, que la conté, que la recordé, pero que sobretodo, la quise. Pero ¿para qué vamos a hablar de cosas que ya no existen?
—¡Nati! Te tengo que decir algo. Ya no me importa— le grito y sigo caminando.
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Leo este texto en mi inbox de Instagram como si fuera un mensaje del universo, que me da respuestas. Me ayuda a comprender que alejarnos es también una forma de amar con honestidad y luego del vacío.
Pero eso no quiere decir que nos quedemos con las manos vacías (aunque el vacío se vuelve espacio necesario para que aparezcan nuevas amistades o vínculos acordes a nuestro presente): sino que están repletas de todo lo que aprendimos que tenemos para dar.
Por eso, me voy con las manos llenas de mi.
Esas mismas que ahora están listas para dar nuevos abrazos.
2 Comentarios
Me encantó Agustina ! Felicitaciones !
Qué lindo relato!! Justo estos días estuve pensando en una amiga de la que me alejé, pero por la que, sin embargo, siento un cariño inmenso y siento que seguimos siendo amigas porque respetamos que nos hicimos mal… No supimos acompañar nuestro crecimiento y decidimos sostener la lejanía… Por amor… Por amor a ambas y a la hermosa amistad que tuvimos. A veces es más sano irse y dejar ir. Eso también siento que es amistad.
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