“Yo también caí en el juego del maestro”

Esta semana, el reconocido escritor colombiano Alberto Salcedo Ramos fue denunciado legalmente por dos periodistas por supuesto acoso y abuso sexual. Una ex pareja ahora suma su relato.

El 9 de septiembre, un informe de las #LasIgualadas reveló que el cronista Alberto Salcedo Ramos fue denunciado penalmente por Amaranta Hank y la periodista Angie Castellanos, en casos relacionados con delitos sexuales. La historia de ellas y otros cinco testimonios, que prefieren ser anónimos, fueron compartidos en un video. En ese material, cuentan que los hechos, según los relatos de las víctimas, ocurrieron cuando eran estudiantes de periodismo y él era profesor y un reconocido autor: ‘‘las llevaba a su domicilio y a la fuerza las besaba’’, dichos que en el mismo informe él niega y dice que fueron ‘‘con consentimiento’’ y agregó al diario EL PAIS ‘‘que ha puesto el tema en manos de abogados y que, por ahora, no se pronunciará públicamente sobre el caso’’.

Una ex pareja, bajo el pseudónimo Brisa Alfarera, compartió su testimonio:

‘‘Las denuncias por acoso y abuso sexual sistemático cometidas por el cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos no tuvieron en redes y en tendencias digitales el despliegue merecidos, en tanto que debimos enfocarnos en actos de rechazo contra otra violencia sistémica y patriarcal: la de las fuerzas del Estado.

No obstante, el acto valiente de siete personas deja un precedente: con una de nosotras que denuncie, se logra una diferencia sustancial, y que puedan conocerse las voces de otras mujeres que pasaron por situaciones similares. Al día de hoy, luego de conocer los testimonios de dos periodistas que interpusieron demanda penal por el delito de abuso sexual, hice un rastreo rápido en redes sociales, y doy fe de que van más de 83 denuncias de personas que afirmaron haber estado inmersas en el modus operandi del endiosado intelectual en mención: toques en redes, charlas a altas horas de la noche, invitaciones a eventos, citas en cafés, viajes, encuentros en hoteles, nudes no consentidas, compromisos de relacionamiento con círculos de influencia, y hasta invitaciones a su casa a leer textos de William Saroyan, Camus o Monterroso.

Luego, lo que ya sabemos: la exaltación de la víctima, haciéndola sentir especial (él, desde su poder, su egocentrismo y deseo de posesión desbordado) y merecedora de todo su afecto y atención, para que crea que él y solo él “puede ayudarle”. Este sentir fue compartido por compañeros de clase de muchas de estas mujeres y corroborado por hombres y mujeres de círculos editoriales, literarios y periodísticos ˗no solamente en Colombia˗.

Sin embargo, esta no es la novedad de este escrito, porque todas estas acciones ya las hemos reconocido como prácticas de abuso en él y en muchas otras figuras de poder. Lo diferente, en este caso, pretende llamar la atención sobre mi caso particular:

Sí, yo le dije sí

Compartí mi vida sentimental con él por cerca de dos años. Y aunque supe de infidelidades, recibí con estupor, asombro y dolor la caída total del velo que me dejó ver al desnudo al acosador. No tenía idea de esto y me repugnó.

Por eso, quiero desarrollar reflexiones en clave feminista, y compartirlas con ustedes como el acto político de compromiso personal y colectivo que expongo para mitigar estas formas de violencia que nos acechan.

La primera reflexión, propende por llamar la atención sobre los señalamientos y cuestionamientos como formas de micromachismos. Esta semana fui juzgada, señalada de complicidad, de solapamiento y consentimiento, y atacada, por haber sido “la pareja formal” del acosador Salcedo. Ya se los dije: en mi caso, hubo consenso sexual.

A mi favor, diré que yo también caí en el mismo modus operandi, y que este hábilmente se concreta al desprenderse de esa costumbre ciertamente aprehendida genética y culturalmente de la necesidad de que llegue un ser dominante a reafirmar nuestras inseguridades, y a hacernos creer que, por ejemplo, necesitamos su mano amiga y desinteresada “para escribir mejor”. En ese mismo modelo táctico resbalamos muchísimas mujeres como yo y como intuyo que son ustedes, críticas de los sistemas y poderes de opresión y subordinación, y en discordancia eterna con el patriarcado. Creí haberme enamorado.

Ilustración de Cristiane Michel
Quiero reafirmar en este punto, mi abrazo para todas las mujeres que fueron acosadas y violentadas sexualmente por Alberto Salcedo, y a las que les creo. Habiendo entonces reconocido la lucha legítima de ellas.  

Otro asunto relevante es que, durante mi relación con Alberto, recibí toda clase de señalamientos y cuestionamientos: No fui vista como una mujer con una pareja, sino como una mujer oportunista, que no se relacionaba desde el amor. Por ello, yo necesito preguntar ¿Por qué fui yo la cuestionada dentro de esa relación? ¿Por qué era yo la que permanentemente vivía con culpa y vergüenza? En el repulsivo ghettho del periodismo narrativo de mi ciudad, fui vista con desdén, como una más, como la del momento.

¿Por qué no se miraba de la misma manera desdeñosa al cronista, que era quien cambiaba de mujeres como cambiando de reloj? ¿Por qué a él no se le cuestionó su elección por una mujer más joven, pero a mí sí por un hombre mayor? ¿Por qué se me increpó a mí por arrimarme a un hombre famoso, con influencias, y no a él por valerse de ellas para conseguir mi cercanía?

Enlazo entonces dos aristas detonantes de mi queja: el primero, el señalamiento a quienes cedimos. La segunda, la condición innata y derivada de la incipiente resignificación de roles que tenemos en la sociedad, que cuestiona a la pareja (mujer, casi siempre) subordinada en la relación, y no al que ejerce el poder dominante.

Las violencias machistas de este tipo de personajes

Por demás, no puedo dejar de llamar la atención sobre otro asunto: las violencias machistas comunes en este tipo de personajes. A la violencia sexual que vivieron algunas, se deben sumar y reconocer también las denuncias por la violencia verbal, psicológica y emocional, contenidas en manipulación, malos tratos, humillación, minimización, diálogo unilateral, gaslighting, tonos de voz elevados y objetualización (por nombrar solo algunas).

Estas son las situaciones que enfrenté en mi relación desigual con el cronista: una relación que yo idealizaba como bonita y particular, pero que vivía alimentada del miedo a “que me dejara por no ser suficiente”, a tener que obedecerle, a no llevar la contraria, a contestarle el teléfono siempre, a ser amable, a que reafirmara su poder sobre mí, a no entrar en conflicto o discernimiento, a reservar sentires y opiniones.

Fueron momentos bellos que escondían bajo la alfombra el que me hiciera un favor al abrirme tiempo en su agenda, me gritara cuando quisiera, y que mis asuntos dejaran de importar (para ambos), porque lo único importante era su producción intelectual y su nombre de gran señor. Era el juego cíclico de los dos o tres segundos de ternura, y luego momentos de neurosis y agresividad. Entonces, pasé a convertirme en algo así como su objeto mostrable o no, de acuerdo con su conveniencia.

En este punto, asumo responsabilidad total por mis acciones, porque abandoné a la suerte mis procesos personales de sanación, reafirmación como mujer y autonomía emocional, que al no estar resueltos, me volvieron presa fácil de una relación problemática, subyugada y compleja. Pero, de nuevo a mi favor, diré que esta personalidad machista, refrendada en el pedestal intelectual en que se encuentra su obra, y su poder reafirmado en la adulación mediática y en la complicidad social de los círculos periodísticos, parte de los cimientos mismos de una cultura que les ha enseñado a ellos que necesitan reafirmar su virilidad, su poderío y su fuerza. De nuevo, el patriarcado, sin distingo de género, cumpliendo su función social.

También, quiero generar una pregunta ¿Qué implica el consenso, y haber dicho sí, en el marco de una relación sustentada en poder y posiciones desiguales? Debe existir un beneficio mínimo de duda de por qué se aceptan situaciones como las nombradas.

¿Qué sucede con los espacios que le abrieron puertas?

Si parafraseamos a Weber, encontramos que el poder es la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad. Si no hay ninguna oposición real a ese poder, entonces, se permea y acomoda. Por ello llamo a aquellos y aquellas que al igual que yo, siempre le llenamos de lisonjas, de aplausos y de elogios.

Esos, que también le llamaron maestro, que le han abierto medios, editoriales, universidades y hasta prólogos le han escrito, para que impongamos esa barrera social y simbólica que permita menguar el poder, en tanto que la admiración y los recuerdos bonitos no pueden desconocer las realidades y lo sucedido las mujeres vulneradas. Solo cuando seamos capaces de decirle al amigo, al padre, al jefe y al hijo machistas la verdad y entrar en deconstrucción de lealtades sociales, derribaremos estructuras similares.

Después de mi reflexión, solo me resta invitarles a que le creamos a cada mujer que denuncie acoso machista, y a que aquellas que hacen o que hicimos parte de relaciones basadas en disfuncionalidades de poder, nos abracemos en nuestra integridad, en nuestra consciencia, y que nos sintamos completas, para que de este modo nuestra reinvindicación y transformación de la violencia machista se desmonte e invalide desde el sentir individual, con miras a una resignificación colectiva: una con enfoque de derechos, y entornos de mayor protección y menos juicios y señalamientos. Yo dije que sí, y no deseo que ninguna de ustedes, si lo que hay es subordinación, también digan que sí’’.

Entradas recomendadas

2 Comentarios

  1. Como mujer hay que cuidarse de tener relaciones tóxicas porque superar el daño que dejan en la autoestima o en el cuerpo puede tomar años superarlo. Lo bueno es que una vez que sales de ahí, pareciera ser que el abuso aparece con nitidez. Un abrazo a todas.

    • Gracias Carmen por tu comentario. Es cierto!! Otro abrazo


¡Los comentarios están cerrados para este artículo!